Por los que estamos, por los que se han ido, y por lo que han de venir……para que siempre encontremos en tu mirada, el consuelo y la paz que nos das.
Aquella tarde del 7 de septiembre del año 1942, cuando el día declinaba, y el verdor de las viñas hacía primorosa la vendimia, no se imaginaba don Agustín Moreno Lujan que la imagen que en esos momentos estaba llegando a Tomelloso se convertiría en la madre celestial de todos los tomelloseros, la que agradecidos veneramos con gran fervor desde entonces.
Intento ponerme en la piel de este servidor de Dios que, una vez pasada la guerra civil, imaginó la semblanza de nuestra imagen para que guiase nuestros pasos en esos momentos empobrecidos de cuerpo y alma. El Espíritu Santo encendió la llama de la esperanza en don Agustín para traernos con su luz y fe la fuerza que el pueblo necesitaba en ese momento.
Hoy en día ese espíritu sigue envolviendo a un pueblo emprendedor y que, con gran alegría, celebra jubiloso el aniversario de su llegada, con la mejor de nuestras miradas puestas en el mañana, ese mañana lleno de esperanza y que, después de los meses que hemos pasado, necesitamos pronto.
Desde entonces, nuestra Virgen de las Viñas, fiel protectora de nuestro pueblo y sus gentes, extiende su manto desde el santuario por los viñedos, a la espera de los primeros mostos que nos ofrezcan ese cáliz de vida que nos guía entre plegarias y oración, saciándonos dentro de nosotros con su fiel presencia.
A lo largo de los años ha sido notoria la devoción de sus fieles. Hoy en día la cooperativa vinícola más grande del mundo lleva su nombre, además de otros establecimientos o grupos que bajo su protección se amparan buscando ese refugio maternal que solo una madre puede dar.
Aquella primera romería en abril del año 1944 que las mujeres, con tesón y valía, prepararon con esmero se ha convertido hoy en una multitudinaria romería, declarada de Interés Turístico Regional desde el año 2014, y cuya veneración traspasa fronteras, no solo ese último domingo de abril, donde acuden multitudes, sino durante todo el año.
Lo que fue un sueño de don Agustín se ha convertido con el paso de los años en una gran devoción que se ha visto engrandecida con el paso del tiempo, donde han sido muchos los hombres y mujeres que, alimentados por esa fe, han ido haciendo historia viva de nuestro patrimonio religioso. Sin lugar a dudas, es esa riqueza espiritual la que hace que en hoy en día peregrinemos a nuestro santuario, a venerar con amor a nuestra madre, que calma nuestro dolor y cura nuestras heridas, abriendo nuestro corazón al amor a los hermanos.
Felicidades, madre, sigue alimentándonos muchos años más con ese espíritu en el que nos envuelve tu presencia, acogiéndonos bajo tu manto. Es caminando contigo cuando, madre, nos sentimos mejor.