La navidad es un periodo lleno de sensaciones fantásticas, pero entre ellas se suele colar alguna nota discordante, algo de nostalgia, morriña, añoranza y sobre todo, un echar de menos por los que marcharon. Los que decidieron ir por otros caminos, los que están lejos, los que eligieron no estar, y tal vez el más doloroso, los que marcharon para no regresar. Sillas vacías que forman parte inevitable de la vida.
Pero aun así, quiero dar las gracias.
Gracias a los que decidieron marcharse por dejar una huella imborrable en mi historia. Gracias a los que están lejos por enseñarme a querer en la distancias.
Gracias a los que eligieron no estar y dejar hueco para que entraran nuevas personas en mi vida.
Gracias a los que se marcharon para no volver, porque me enseñaron a perpetuar el amor.
Y sobre todo GRACIAS a la vida por las sillas que siguen ocupadas, por la gente que renunció a sus sueños por quedarse a mi lado, por los que acuden a sentarse junto a mi cuando los llamo, por los que aún están aquí quedándoles muy poco ocupando un gran espacio, por los que estrenan silla y me abrirán nuevos retos.
Gracias a todas las sillas que ocuparon, ocupan y ocuparán mi Navidad.