Llevamos casi veinte años de siglo XXI, Google Maps es capaz de llevarnos con exactitud hasta la última farola del tendido eléctrico, los balcones andan forrados de banderas y, sin embargo, seguimos sin tener ni idea de dónde estamos. Siempre que me siento enfrente de algún crítico, periodista, músico o productor le hago la misma pregunta y la respuesta es la misma, un leve balbuceo y cuatro palabras inconexas.
Está bien visto ser un erudito musical ecléctico que sabe y habla de pop, rock, soul, jazz, blues, clásica, ópera o flamenco. También cruzamos fronteras sin ningún tipo de complejo para disfrutar del afro jazz, la cumbia o el ballenato, mostrándonos expertos en las artes del sitar, la kora o incluso el claviórgano. Pero en este mar de buen rollismo musical en el casi cualquier estilo se considera digno de servir de hilo musical para un menú degustación, el folk ibérico sigue siendo un sonido marginal.
Hablamos de folk casi en voz baja, como pidiendo disculpas por manchar de barro las calle a los que andan en mocasines de adoquín en adoquín. Parece inútil el esfuerzo de tratar de explicar que no estamos hablando de grupos de Coros y Danzas, respetables por otra parte, sino de música de contemporánea construida a partir de nuestros propios mimbres y no de varitas de plástico importadas. Música de conservación, pero también de creación. Música de buscar lo verdadero de nosotros mismos para desde ahí crear desde otro punto de partida.
En más de una tertulia he visto poner cara de pez cuando decía que el gran músico español contemporáneo es Eliseo Parra y a eruditos musicales a los que les entra en bucle el disco mental cuando opino, desde mi oído de madera, que nunca me canso de escuchar “En el Camino” de Zas!! Candil o “La Danza de las Semillas” de El Naán, y que si el grupo del Cerrato no está llenando campos de fútbol es porque al estirparnos la boina se nos fue en ella parte del cerebro pegado o porque hay una industria a la que no le interesa demasiado que descubramos quiénes somos de verdad. Es difícil mover un árbol cuando tiene raíces.
Seguiré con mi ignorancia habitual preguntando a todo el que pille, sea crítico, programador, músico o periodista especializado qué opina del folk ibérico. Es posible que el mundo rural ande en agonía, pero al menos no deberíamos dejar de preguntar por qué seguimos ignorando su cultura. Mientras tanto, cada vez que alguien se cruce en el camino de Los Mayalde que busque un sitio desde el que escuchar las historias de Eusebio o que pruebe a darse una vuelta por el Demanda. Tampoco hace falta estar todo el día enganchado a la pantalla.
Artículo de opinión por José An. Montero
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