Es la época de la turbotemporalidad. Cada día queremos que todo suceda de la manera más rápida posible, si algo no tiene atajos da pereza hacerlo, porque queremos resultados inmediatos. Sin embargo, hay oficios en el que la paciencia es imprescindible y casi obligatoria, uno de ellos es la docencia.
Quien se dedica a la docencia debe luchar contra esa turbotemporalidad, porque el aprendizaje es un proceso lento que dura toda la vida, y los resultados de su trabajo, en ocasiones, los apreciará otro u otra docente en el posterior camino del estudiante, pues es un oficio en el que el proceso es más relevante que la meta.
Es la época de la interdisciplinariedad. El sistema educativo está organizado por materias, es cierto, pero la realidad no. La realidad es interdisciplinaria. El profesorado de hoy no ya no es únicamente un profesional que sabe solo sobre su asignatura. El profesorado mezcla, relaciona, las hace parecidas a la vida real, a la calle, a la familia, a un futuro trabajo e incluso, aunque pueda parecer cómico, relaciona su materia con el recreo, el descanso y el ocio.
Es la época de la libertad. El profesorado tiene la difícil tarea de enseñar para la libertad. Enseñar en libertad no es lo mismo que enseñar para la libertad. Y el docente lo sabe y tiene que mantenerse firme y sin ser condescendiente, a pesar, muchas veces, de las críticas. Enseñar para la libertad es enseñar con visión de diálogo, de democracia y de futuro y es preparar al alumnado en el respeto al trabajo propio y de ellos.
Es la época de la modernidad. Imaginamos, porque lo hemos visto en películas, que en un futuro próximo los profesores serán hologramas o robots. Confundimos innovación con mejora. ¿Quién sustituiría a familiares o amistades por un robot? El profesorado tiene algo que jamás una máquina podrá ofrecer: el afecto, la preocupación y la responsabilidad. Los profesores y las profesoras desempeñan una labor humana (entendiendo humano en su acepción cuarta: “Comprensivo, sensible a los infortunios ajenos”).
No negaré que una máquina podrá hacerlo todo más deprisa, su paciencia será infinita, sus conocimientos casi infinitos, pero jamás un robot sabrá el momento idóneo en el que debe enseñar algo concreto; el momento idóneo en el que mostrar una palabra de ánimo o mostrar un gesto de felicitación; y, por qué no, el momento idóneo en el que un diálogo debe ser severo.
Hoy, en el día del docente, es para mí un orgullo felicitar a profesores que fueron, que son y serán, porque son quienes nos enseñaron a nuestros padres y a nosotros, enseñan a nuestra juventud y enseñarán a sus hijos, hijas, nietos y nietas, la paciencia, el conocimiento, la libertad y, muy pronto, a organizar un futuro tecnológicamente impredecible y emocionante.