Proliferan estos acontecimientos por nuestra geografía, con la finalidad aparente de fomentar el conocimiento del vino, y consiste, en esencia, que uno o unos cuantos bodegueros aportan sus botellas e incluso tienen que dar una charlita mientras el personal se despacha unas viandas qué con más o menos acierto tratan de acompañar los vinos presentados en el local de turno.
Por lo general se da la circunstancia de que el hostelero, no todos,afortunadamente, exige que los vinos sean gratis, con el argumento de que él no los va a cobrar, y por supuesto, el tiempo y el desplazamiento de la persona que da la turra a unos cada vez más alegres comensales, que por otra parte han acudido por lo general al reclamo de un precio cerrado y unos vinos interesantes que no tendrán que pagar.
Si esto se lo propusieran a un viticultor francés, este colgaría de los pulgares al proponente y le extraería las vísceras para que se las comieran los cuervos. Quizá por eso los vinos franceses tienen un valor y reconocimiento que para nosotros quisiéramos.
Es asombroso el poco respeto que se tiene en un país como el nuestro por el trabajo ingente de muchísimas personas que hay detrás de una botella de vino, dónde además los precios son más que asequibles y ajustados, en un sector que ha hecho un esfuerzo extremo por mejorar, por aprender, por educar, por ofrecer, seguramente, los vinos mejor hechos de nuestra historia.
Pero es la tónica, ilustres instituciones que dicen fomentar el sector, que incuso organizan ferias temáticas, no tienen ningún inconveniente en asumir todos los gastos de organización y boato, todos menos uno, el vino.
Propongo un gesto de empatía y respeto con esa gente que vendimia, que poda, que elabora,que administra, que trasporta y sirve y lleva un valor milenario a nuestras mesas a cambio de muy poco.
Así que, como proclamó un ilustre pensador:
¡Viva el vino!
Pese a sus enemigos.
El Pollo Morgan