Esto que voy a contarles es mi historia profesional y personal a la vez, algo íntimo que sólo algunos saben pero, llegada esta fecha, también quiero compartir con quien no lo sepa y, cómo no, con quien quiera leerlo.
El pasado 1 de julio hizo 20 años que empecé a trabajar en Onda Cero. No siempre quise ser periodista. Mi vocación surgió a los 16 años, pensé que valdría para ello y decidí venir a Madrid a estudiar la carrera, -siempre fue mi ilusión estudiar, trabajar y vivir aquí-. En cuarto de periodismo, -año 1998- me presenté a varias pruebas para hacer prácticas en verano. La teoría no era suficiente para conocer más sobre la profesión así que, a pesar de mi timidez, -porque lo era y bastante-, me presenté a las pruebas para ser becaria en todos los medios que pude. Me llamaron de varios sitios, entre ellos Onda Cero; la radio me apasionaba, más que la tele o el periódico, así que decidí hacer mis prácticas aquí. La radio era un mundo fascinante para mí y, casi sin saberlo, se abrió ante mí el futuro, mi camino y mi vida.
Empecé a trabajar en el programa “La Radio de Julia”, antecesor del actual “Julia en la Onda” de Julia Otero. Un verano entero lleno de nuevas sensaciones e ilusiones que tatuaron aún más en mi interior la idea de ser periodista radiofónica. Llegó septiembre y volví a la universidad para terminar el último curso de la licenciatura. En el verano del 99, mis antiguos compañeros de “La Radio de Julia” volvieron a llamarme, ya sin pasar ninguna prueba, para volver a formar parte de su equipo en verano. Me conocieron bien, sabían cómo trabajaba y les gusté. ¡No podía creérmelo! Volvía a la radio, a trabajar en lo que me gustaba, con la carrera terminada y un futuro incierto. El destino, la casualidad, el buen trabajo y un conjunto de factores más se aliaron para que, en septiembre, Onda Cero me contratara para trabajar en el programa “A toda radio” de Marta Robles, -que sustituyó al de Julia Otero-.
Pocas personas saben que, en ese periodo de tiempo, desde que empecé de becaria, estuve a punto de abandonar, de dejarlo todo e irme al pueblo a trabajar en la tienda de mis padres. Siempre se cruzan personas oscuras en nuestro camino que hacen tambalear aquello que tanto te gusta y por lo que tanto has luchado, no sólo tú, también tu familia, -ya que supuso un gran esfuerzo para ellos poder costearme una vida universitaria en Madrid-. Recuero que, un día, totalmente desencantada con este mundo, llamé a mi padre y le dije: “Papá, lo dejo, abandono. No puedo más. No soporto tanto trepa”. Él me dijo: “hija mía, si quieres dejarlo, adelante, pero piensa en el esfuerzo, tanto tuyo como nuestro, que hemos hecho para llegar hasta aquí y, sobre todo, piensa que, vayas donde vayas, siempre vas a encontrar hipocresía y trepas. Sólo es cuestión de asumirlo y aprender a llevarlo”. Entonces decidí seguir con lo que más me apasionaba; la radio.
Después de dos emocionantes años con Marta Robles, donde aprendí a hacer de todo, llegó Carlos Herrera. El entonces Director de Programas de Onda Cero, el desgraciadamente desaparecido y adorado por mí, Manuel Marlasca, preparó un equipo para trabajar con él en su nuevo programa, “Herrera y punto”, -después, por las mañanas, “Herrera en la Onda”-. En ese equipo estaba yo, Rosana, la hija de Esteban y Salva, de Aldeaquemada, un pequeño pueblo de 500 habitantes de la provincia de Jaén. Cuando me lo comunicaron, a mis 26 años, no puede evitar emocionarme ya que iba a trabajar con, para mí, el mejor periodista radiofónico de todos los tiempos y al que siempre había admirado.
Carlos Herrera fue el primero en darme antena, en darme la oportunidad de hablar, -nunca antes lo había hecho, siempre había realizado labores de producción y redacción-. A partir de ahí, empecé a amar la radio más si cabe. Fueron 14 años donde aprendí mucho, más de lo que imaginaba, disfruté y fui feliz haciendo radio. Los oyentes me dieron la mayoría de esa felicidad, oyentes a los que estaré eternamente agradecida.
Después, todo se esfumó, la magia desapareció y vinieron meses agónicos, de incertidumbre e inquietudes. La ansiedad apareció en mi vida y vino para quedarse. Salir de la zona de confort cuesta mucho y no siempre se supera. Todo cambia; la manera de trabajar, el trato que te dan los demás y muchas más cosas que no vienen al caso. Trabajar con una estrella tiene sus consecuencias, dejar de trabajar con ella también; por ejemplo, que mucha gente se acerque a ti por interés y, cuando la estrella desaparece, ya nadie se acuerda de ti. Otra consecuencia es que te deja marcada y hay quien no quiere trabajar contigo por sonar demasiado a lo anterior. Los que pedían favores ahora ni te saludan. Dejas de existir.
Yo sigo siendo la misma. Seré la misma pase lo que pase en un futuro, pero aquello sirvió para saber quién está y quién no, como en los matrimonios, en lo bueno y en lo malo. Muchos aparecieron y me rodearon en lo bueno y casi todos desparecieron en lo malo. Quedaron sólo los de verdad, muy pocos.
Vino para salvarme de esa ansiedad e incertidumbre Alberto Granados, mi actual jefe, con el que llevo ya tres temporadas haciendo “Aquí en la Onda”, un programa modesto con información, actualidad, cultura y ocio que se emite para la Comunidad de Madrid de 19h a 20h de lunes a viernes. Otros tres años donde he continuado aprendiendo cosas que pensé que ya sabía, pero no, nunca se deja de aprender en este oficio.
Han pasado 20 años desde aquel 1 de julio pero, al echar la vista atrás, al recordar, parece que fue ayer cuando entré en esta, mi casa, Onda Cero, donde he aprendido y madurado como persona y como periodista, donde he luchado, trabajado y esforzado por ser cada día mejor, donde he sido feliz, muy feliz, y donde espero seguir siéndolo otros 20 años más.