Han pasado ya algunos años desde que las personas jóvenes de nuestro país teníamos la posibilidad de independizarnos de nuestra familia y adquirir una vivienda propia, ya fuera desde un alquiler hasta la compra de ésta. Parece que estamos exagerando y que cualquier joven que se precie puede hacerlo, pero la realidad es muy distinta.
Los datos ofrecidos por el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España confirma nuestros temores: un 88,8% de los ingresos que reciben las personas menores de 30 años van destinados a la vivienda y tan sólo un 19,3% de las personas jóvenes han conseguido emanciparse en solitario a finales de 2017. Unos datos que se agravan al ser el sexto país de Europa en cuanto a la media de edad a la que se abandona la casa familiar, con una media de 29,3 años (según datos de Eurostat).
Esta situación nos tiene que hacer pensar y reflexionar. ¿Por qué la gente joven tenemos tantas dificultades a la hora de acceder a una vivienda? ¿Por qué nos resulta tan difícil hacer frente al pago del alquiler? ¿Por qué seguimos viviendo con nuestros padres, en lugar de construir un proyecto de vida alternativo?
La respuesta a las anteriores preguntas en muy sencilla: las personas jóvenes nos encontramos en una precariedad vital crónica. Nuestros salarios son muy bajos, nuestros contratos son temporales y las condiciones son abusivas, mientras que los precios de las viviendas cada vez son más y más altos. O comemos o pagamos el alquiler.
No nos olvidamos que contamos con algunas ayudas para jóvenes en materia de vivienda. Pero el problema radica en la base.
En que debido a la situación en la que nos encontramos, marcada por una crisis capitalista de la que seguimos sin salir (por mucho que los datos digan lo contrario); por unas políticas excesivamente competitivas impuestas tanto por la Unión Europea como por los sucesivos gobiernos conservadores que hemos sufrido; por todos los recortes y cambios sociales que nos han hecho insensibles a la explotación a la que nos someten en nuestro día a día.
Por estos motivos, nos hemos acostumbrado a pensar que la gente joven somos un colectivo vulnerable, pasto de políticas asistenciales, de servicios sociales y de caridad.
Por culpa de un sistema que está en quiebra, una de las generaciones más preparada se ve abocada a tener que recurrir a este tipo de ayudas.
¡No! ¡No queremos depender de ayudas a la vivienda! Las personas jóvenes deberíamos ser las que sacásemos adelante ese Estado de Bienestar bajo el principio de solidaridad para las personas con menos recursos o en situaciones desfavorables.
Y es por ello, que se trata de un error de base, el que la juventud de España haya terminado sumándose a uno de los colectivos más vulnerables y que más amparo y ayudas económicas necesita para poder vivir dignamente, cuando lo que reclamamos y exigimos es el acceso al empleo que merecemos tras años preparándonos para el mundo laboral. Queremos poder decidir libremente si nos vamos a trabajar fuera de nuestro país, no que esa sea nuestra única alternativa a vivir bajo el amparo de nuestra familia. Queremos unas condiciones de vivienda asequible, dignas y humanas. Con un parque de vivienda pública que no busque la especulación y enriquecerse a costa de vidas humanas.
En resumen, lo que queremos y exigimos es justicia para la juventud española y que no sigamos siendo las víctimas de esta crisis.