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sábado, 16 noviembre
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Deconstrucción, por Ángel Carlos López Quevedo

Deconstrucción, por Ángel Carlos López Quevedo

Las Navidades siempre son tiempo de volver a casa. La nostalgia acaba siempre atrapándote entre las mañanas manchegas. Sí, llevo mucho tiempo fuera de mi pueblo y cada vez que vuelvo me embriaga una sensación extraña, hogareña. Al final siempre acabo enfrente de La Ruina leyendo el nuevo bar que han puesto en su lugar, yendo a Correos y que mi madre me tenga que decir dónde está su nueva dirección, escuchando como la escuela de idiomas ya no está en su sitio, viendo desde el parque de «Plinio» como ha crecido Tomelloso desde mi marcha y observando con indignación la bandera española ondeando en la calle Socuéllamos.

Hay una cosa que no ha cambiado, que allí sigue en su sitio como yo lo dejé. Mi instituto. Ese instituto emblema del pueblo. Su verja roja, sus ventanas, su entrada: todo parece que está igual que siempre, pero… ¿habrá cambiado por dentro?

Nunca fui un buen estudiante. La adolescencia es una etapa difícil en la vida y yo fui de esos adolescentes insoportables, vagos e insufribles. Mi principal objetivo siempre fue el ajedrez y el instituto era un lugar al que había que ir. Al final he tenido la suerte de poder estudiar una carrera universitaria y a día de hoy tener un trabajo estable. Me gustaría que no se me malinterpretara, no quiero ni enseñar a dar clase a los profesores ni decir como tienen que actuar, yo no tengo ni idea en este ámbito. Sólo quiero contar mi historia.

Yo fui a uno de los mejores institutos de mi pueblo y no me siento orgulloso de ello. A lo largo de estos años me he tenido que deconstruir de muchas de las enseñanzas y experiencias que pasé allí.

El cambio del colegio al instituto es un gran cambio. Te sientes mayor, con más responsabilidad. Ya vas al instituto. Echo la vista atrás y pienso ¡menuda tontería! ¿Por qué voy a ser mayor, mejor persona, con más responsabilidad por ir al insti? ¿Por qué hacemos sentir así a los niños? ¿Era mejor por haber avanzado de curso? ¿Me estaban marcando un camino? Los profesores a lo largo de ese primer año se encargaron de decírmelo. Es muy injusto que con 12 años te hagan eso. Nos preguntaban de pie, como si fuéramos militares. Disciplina. ¡Y se enfadaban! ¡Se enfadaban si no te sabías las capitales de los países de memoria! Me encanta la geografía, la he disfrutado mucho después de aquello; pero recuerdo muy mal aquella época y me hizo detestarla. ¿Eres mejor por tener un cuaderno impecable que acabas haciendo el último día? Puedes poner más nota por llevar el cuaderno al día; pero obligar a un niño a trabajar a destajo para hacer todas las preguntas de un trimestre en los últimos días por llenar tu ego no lo veo nada bien.

El hecho de que seas tan joven e inexperto es imperdonable para algunos profesores. Hoy con 28 años les habría dicho que me suspendieran por no tener el cuaderno, si eso les parecía justo. Esto ya lo pensaba con 14, 15 aunque no me atrevía a decirlo. Yo tengo frases aún guardadas de aquella época: «Baja 5», «voy a llamar a tus padres» y demás amenazas. He visto alumnos vomitar delante de mí. He visto como se rompía la hoja a un chico porque no lo hizo «bien». ¿Creéis que romper la hoja delante de todos es un método de enseñanza? ¿O de humillación? ¿O de muestra de poder? «Aquí soy el profesor y mando yo.» ¿Hizo el chico las cosas mal adrede? Esta es una de las deconstrucciones que he tenido que hacer después de aquella época. Yo pienso ahora que la gente no hace las cosas mal a propósito. Que siempre hay que escuchar a los demás e intercambiar opiniones de cómo se hacen las cosas desde la humildad. Y no pensar que todo está bien o mal. Y levantarse.

«Levantaos. Levantaos, por lo que sea y por quien sea. Aunque solo os valga para retener un segundo más la miel de la vida. Aunque no valga para nada. Sentid como aprietan los grilletes. Sentid la soga que os roba el aire. Acercad el gaznate hacia el último rayo de Sol que asoma por la ventana de vuestra celda.» Mafalda – La última vez que te escucho.

De las injusticias nace la desobediencia. Y esto es algo que en el instituto no pasa. Yo vi muchas injusticias y nunca me planteé desobedecer. El defender a mi compañero cuando le rompían su trabajo estaba prohibido. Tienen el control de casi todo lo que pensamos en esa época porque somos débiles. ¿Y si esos valores no se enseñan cuando eres pequeño te los tiene que enseñar luego la vida?

Tuve profesores de todos los tipos. No fueron todos con métodos militares, los hubo muy buenos también. Pero veo indignante que tuviéramos que sufrir aún en esos días esos métodos. Nadie me rompe una hoja en la cara en mi trabajo por respeto. Nadie. Por lo que no es una buena enseñanza. Nadie me pide que me ponga de pie para preguntarme si me sé algún concepto en mi curro. Nadie. Y no lo hacen por respeto. Y si el día de mañana, vamos a tener ese respeto de nuestros compañeros de trabajo, ¿por qué a los pequeños si les preguntamos de pie y les rompemos su trabajo?

Conforme vas pasando cursos te vuelves curioso. Tengo que agradecer a mi instituto haber conocido ciudades como Córdoba o Madrid. Son buenas experiencias, sobre todo cuando vuelves por allí y cuentas con orgullo «Yo estuve aquí». También tuvimos la ocasión de conocer varias empresas del pueblo y creo que eso fue una experiencia enriquecedora, que te da visión. Y haber hecho una «casa» con su sistema de tuberías y electricidad, en cartón. Y un sistema de presa con un sistema hidráulico. Fueron cosas creativas que nunca olvidas.

¿Qué pasaba con la creatividad en aquella época? ¿Por qué no recuerdo haber hecho más cosas así? Este punto me entristece. He leído poesía mucho después de haber estudiado allí. Me encanta Elvira Sastre. ¿Por qué no disfrute la poesía en el instituto? Porque no te la enseñan, te la hacen memorizar. Mi profesor de lengua no nos enseñaba poesía, nos enseñaba su trabajo y nos hacía escupirlo en el examen. Sí, así es, escupirlo. Él hacía todas las poesías que entraban para selectividad para que sacáramos «nota». Yo no leí aquellas poesías de Lorca, ni disfruté las palabras de Cernuda, yo iba allí a pasar esa prueba de fuego. ¿Saqué nota y aprobé la selectividad? Sí. ¿Mereció la pena? No.

He dado clase de economía a golpe de dictado. Luego me he enfrentado en el mundo laboral a temas económicos y mis compañeros de trabajo siempre me preguntan: ¿Pero tú no diste clase de economía en el insti? ¿Qué queréis que responda? ¿Que sí? ¡Si lo más importante en aquella clase era saber por dónde ibas! Es una historia difícil de contar.

He presenciado la escena de un profesor diciéndole a un alumno con 4.9 que sí quería aprobar. Y decirle «es que eres gilipollas, ¿no quieres aprobar?». He visto esos exámenes con el 4 en grande y los decimales en pequeñito. Aunque fuese un 8 o un 9, en pequeñito, pequeñito ¿Qué quería decir? He disfrutado mucho la historia un año en los años de los Reyes Católicos con un gran historiador de Tomelloso y también he tenido que dar clase con una historiadora del arte que no le gustaba nada la historia. Ella misma lo reconoció en clase. Al final acabas odiándola tú también. ¿Para qué sirve si tú eres de ciencias? Pues sirve, sirve. Para oír hablar de Marcos Ana he tenido que leerlo por mi cuenta. Como la Guerra Civil española, o el franquismo. Mi generación sabe quién son Cristiano Ronaldo y Messi pero y si les preguntas por Durruti, ¿sabrían decirte quién es?

He ido a un instituto con el nombre de un importante escritor de mi pueblo y no os sabría decir ningún libro del mismo. No he leído nada de literatura tomellosera en el instituto. Y creo que no hacen honor a su nombre. He ido a la universidad con un pésimo nivel de inglés, con buenas matemáticas pero con una mochila importante de letras, de no saber redactar. Aunque esto ya son historias de viejo.

He conseguido cambiar las cosas que me impidieron progresar en su día. He aprendido a ser creativo con todo. A soñar. A volar. Lucho cada día con mis revueltas internas; pero he tenido que deconstruir muchas ideas. Para mí, en la vida no hay que sufrir para ser feliz; no hay que sacrificarse para que luego te den una recompensa. Hay que disfrutar del camino hacia la meta, que te apasione lo que haces en cada momento. Hay que entrenarse en la excelencia. Aunque por muy lejos que lleguemos, el ideal siempre estará más allá. Hay que crecer para arriba, no para abajo y eso cuesta su trabajo. No es necesario construir un mundo mejor, lo que es realmente necesario es luchar para conseguirlo. Pero conseguirlo o no, el resultado al final es lo de menos. Y esto, lo he tenido que aprender fuera del instituto.

Me he deconstruido mucho y mirando a ese edificio donde pasé mi adolescencia me pregunto: ¿Y el Eladio? ¿Se habrá deconstruido?

Ángel Carlos López Quevedo.

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