Saber y saberlo demostrar es valer dos veces, dijo el jesuita y escritor del Siglo de Oro español Baltasar Gracián. Y eso es lo que hemos hecho los castellano-manchegos en estos 34 años de andadura autonómica.
Hace 34 años Castilla-La Mancha fue dibujada en el mapa de España. Eran cinco provincias que apenas se conocían y su población era poco más de 1.600.000 habitantes. Empezábamos a caminar en medio tiempos turbulentos, de incertidumbres políticas y estrecheces económicas.
Partíamos de una realidad legal –la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía, aprobado unos meses antes- y de un sueño y una ilusión: ser dueños de nuestros aciertos y errores. Queríamos diseñar nuestro futuro, nuestra hoja de ruta para incorporarnos plenamente al nuevo mundo que emergía. Queríamos ser ciudadanos de pleno derecho en el siglo XX.
Nuestras esperanzas eran modestas pero las miras, ambiciosas. Queríamos dignidad y bienestar. Y una oportunidad. Después, el esfuerzo y la capacidad de cada uno determinarían lo bien o mal que le fuera. Pero era importante tener oportunidades. Y eso fue lo que garantizó la autonomía. Oportunidades para soñar y hacer realidad una nueva vida.
Y a la vista está que Castilla-La Mancha fue una oportunidad bien aprovechada. Con voluntad, optimismo, autenticidad, honestidad, humildad, trabajo y unión, valores que nos unen entre nosotros y nos cosen a una tierra de la que nos sentimos orgullosos de ser y pertenecer.
Esa fue y es nuestra fuerza que nos hizo capaces de dejar atrás incomprensiones, recelos y momentos difíciles. Fue la fuerza de un pueblo acostumbrado a luchar contra el abandono, la indiferencia, el infortunio y el centralismo político y económico.
Y actuamos de tal manera que hoy no nos avergonzamos de lo que hicimos ni de lo que somos, que esta también es una buena forma de manejarse en la vida.
El balance tiene muchas más luces que sombras. Ahí están nuestra Universidad, nuestros colegios, nuestros hospitales, nuestras residencias, nuestras comunicaciones, nuestro patrimonio natural y cultural, nuestros empresarios, trabajadores y autónomos, nuestros jóvenes… nuestros pueblos y región, tan cambiados. Todo es fruto del trabajo y la determinación que han forjado una identidad colectiva de un pueblo decente y honesto, que prefirió la suma a la división, el acuerdo al enfrentamiento, la moderación a la crispación, la confianza al recelo y el diálogo a la bronca.
Nacía una región, pero también emergía un nuevo regionalismo leal, sincero y solidario con España, con el conjunto.
Estábamos convencidos de que uno de los irrenunciables principios básicos de convivencia política y social es que cualquier español tenga los mismo derechos y servicios, viva donde viva, haya nacido donde haya nacido.
Éramos conscientes también de que la unidad se fortalece con el tesoro de la diversidad y sabíamos que nuestro crecimiento como región era, y debe ser, compatible con el crecimiento de España.
No hay que tener miedo al futuro. Castilla-La Mancha –sus hombres y mujeres- y ese regionalismo leal y solidario que encarna han emprendido un viaje sin marcha atrás. Contando con los que quieran estar. Es tiempo de ser responsables para generar seguridad y confianza; de encontrar, como sea, espacios de entendimiento y diálogo porque se trata de Castilla-La Mancha.
Jesús Fernández Vaquero
Presidente Cortes Castilla-La Mancha