Con todo lo dicho, habiendo reconocido el valor infinito de la persona, lo realmente importante en cada uno de nosotros es el comportamiento, el modo de actuar y de relacionarnos con las demás personas y sobre todo de vivir la vida.
Para continuar con la reflexión de la primera parte, propongo recordar la súplica de Salomón a Yahveh, que allí transcribí, donde pide: “un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Y continúa el texto… “Al Señor le agradó, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”»
No pide bienes tangibles y perecederos, sino un “corazón” y éste “dócil”. Podría traslucirse la demanda de una gran ternura para gobernar con acierto a su pueblo, no con el despotismo, ni desde la propia justicia, sino con la cabeza, el corazón y la misericordia; da por hecho la necesidad de prestar toda la atención a la situación particular de los súbditos.
Añade el calificativo de “dócil”, se entiende obediente a lo que Dios quiere para su pueblo, a los intereses de los gobernados no de los gobernantes (como sucede a lo largo de la historia, incluida la actual).
La respuesta de Dios es darle “un corazón sabio”, o sea, culto, instruido, experto, conocedor, docto, erudito…, pero a la vez “e inteligente”, perspicaz, sutil, avispado, intuitivo, lúcido…
Los resultados de ese corazón sabio e inteligente los plasma el Antiguo Testamento en la figura de Salomón, catalogándolo junto con David como uno de los mejores reyes de la historia de Israel. Con tanta fama entre los reyes coetáneos, que hasta la reina de Saba (personaje histórico o mítico según las distintas opiniones de entendidos) venía a pedir sus consejos, disfrutando de su sabiduría.
También los filósofos griegos tanto Sócrates como Aristóteles estudiaron la importancia de la sabiduría en el comportamiento humano. El primero unía la virtud al conocimiento, es decir una persona será más virtuosa, tendrá mejor comportamiento cuanto más conocimiento tenga de las cosas y de la moral, por tanto una persona con certero conocimiento de sus obligaciones tendrá un acertado comportamiento. Mientras que el segundo (Aristóteles) la une más a la finalidad, para él será la felicidad. Por ello una persona tendrá mejor comportamiento ético, cuantos más altos sean sus fines, especialmente el deseo de todo humano: ser feliz.
Podría parecernos que el ambiente en que se mueve todo lo dicho y reflexionado desde el texto que nos ocupa del Libro de los Reyes es para la formación de gobernantes, pero no es sólo así, podemos aplicarlo a cada uno, aunque no tengamos responsabilidades de gobierno político.
Cualquiera necesita un “corazón sabio e inteligente” para vivir en sociedad con los de alrededor y en el ambiente en que nos movemos. De hecho creo, después de observar el comportamiento de personas de mi entorno, que tengo la suerte de disfrutar los beneficios de esos corazones sabios e inteligentes en la gente con la que convivo en casa, en la calle, entre mis amigos…, entre desconocidos…
¡Cuántas personas sabias nos encontramos cada día, aunque no hayan conseguidos títulos en estudios reglados!
¡Cuántas personas dando lecciones para la vida sin subirse al estrado de los intelectuales, simplemente con la naturalidad de lo común!
¡Cuántas personas mantienen el semblante sereno ante las simplezas de ciertos politicastros de turno defensores de ideas trasnochadas vestidas de modernidad!
¡Cuántos hombres y mujeres en nuestro entorno, sencillos como la vida misma, nos dan sentencias inimaginables para algunos letrados!
¡Cuántas mujeres y hombres de tez curtida por soles y vientos del campo, sin conocer apenas las letras, son maestros de refranes y pensamientos que regalan a todo el que quiera oírlos!
¡Cuántos “salomones” en nuestro entorno con corazón dócil y sabio, sin palabrerías ni intelectualidades, con la sola herramienta de su filosofía (que los leídos llaman) “parda”, nos dan clases magistrales desde la cátedra de una silla de enea o detrás de un vaso de vino bueno elaborado por ellos mismos y en el “laboratorio” de siempre!
¡Cuántos hombres y mujeres buenos y sabios en todas partes, con corazones inmensos sin apariencia de especiales!
¡Felicidades si tú eres una de esas personas tan imprescindibles y todavía por descubrir!