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jueves, 19 diciembre
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In memoriam, por Ramón González Martínez

In memoriam, por Ramón González Martínez

XXIX

El viaje de regreso  ha sido triste, pero la sensación de misión cumplida me suponía serenidad de ánimo.

He cumplido sus últimas voluntades al pie de la letra. Él y yo solos, en momentos de total recogimiento  sin más expectación  que los funcionarios encargados de ese menester.

Bogas Bus

Al menos  será la tierra que le vio nacer quién haga la función de ayudarle a acabar con su cuerpo. Y que las personas que le engendraron y le parieron sean  la mejor y única compañía en este proceso de desaparición total del mundo terrenal. En su tierra y con sus padres. Así de sencilla era su postrera petición a la vida en los momentos de la muerte.

Pero… ¿y el mundo de la memoria? ¿Y la justicia del recordatorio? ¿Cómo dar cumplida misión a ello?

El mundo de lo material solo vale para las cosas materiales, pero la gloria del recuerdo  es bien merecida para quien, en su momento, colaboró a  que la honra y honor  de otros no desapareciera de la memoria.

Él, al adelantarse a los  tiempos,  luchó por muchos  y esos   mismos no fueron capaces de sacarle a él de las profundidades en que el alma se sumerge cuando la vida se convierte en mera existencia, aunque a ojos de los fríos de corazón, el análisis  de su vida  se configurase como  una cómoda existencia.

Ahora mi reto era recuperar su memoria,  poner de relieve la obra, realzar ese pensamiento que por idealista, desinteresado, liberal  e innovador sucumbió frente a los pragmáticos, egoístas, controladores y cerrados a nuevos modos de hacer y concebir la vida y el avance socioeconómico. Ir contra los tiempos siempre supone riesgo,  vivir a contratiempo en etapas de prisión ideológica y social es construirse el propio patíbulo.

Si la casualidad me puso allí  no me cabe  más que pensar   que aquello que muchas veces se designa como tal hecho casual es el auténtico designio de la vida.

Torre de Gazate Airén

Para el viaje que acababa de realizar al pueblo sólo abrí el sobre  que ponía “mi última voluntad” y a ello acababa de dar cumplimiento.

Ahora debía leer y analizar toda la documentación que me había dejado como legado para si  fuese posible colocar su obra y su nombre con el honor que se merece y hablar con ella, la inesperada protagonista de estas vidas cruzadas por el destino.

Llegué a Madrid cansado, me metí pronto en la cama  con el pensamiento en que  me  tocaba leer y releer todo aquello que  por indicación de D. Camilo debía llegar a mis manos.

Pero  aunque dar  luz a lo que aconteció,   en  las últimas semanas de mi vida, en relación a él,  era muy importante; sin embargo  dudaba si era primordial conocer la suya  y su llegada a mí porque también  mis esquemas vitales  empezaban a cuestionar muchas cosas. Y quizás estos fuesen más urgentes.

Pues ante todo lo descubierto, y pendiente  de la conversación con Ella,  se apoderó de mí la sensación de que todo era una mentira bien tapada, casi conjurada por las voces del silencio, todo vidas postizas que disimulaban otras vidas, seres que mientras sus sombras  recorrían las calles visibles de la vida, su  verdadero yo   discurría por  los pasadizos underground de  existencias bajo la realidad visible. La vida no debe ser un permanente carnaval, una representación, un vivir con trajes prestados.

Las palpitaciones que sentí cuando Torreta me presentó a Agnés, y el posterior encuentro, me indicaban camino de luces. Y ellos, mis amigos y compañeros de viaje en la búsqueda de Santacruz, también apuntaban en sus rostros  la aparición de un sincero modo de vivir. La vida, el destino, pone trayectos que parecen invitaciones a recorrerlos.

Esos senderos solo tienen un enemigo, la cobardía. A veces iniciamos viajes vitales  llevados por la seguridad de lo próximo, según  lo marcado por las costumbres, alimentando endogamias sociales que antes o después se manifiestan nocivas  y  te destruyen.

Por eso, después de todo lo desenmascarado de los últimos meses, creo que el mejor legado del viejo Santacruz es una invitación a la autenticidad, a la libertad y yo lo tenía fácil ya que mi único lastre se había difuminado con el tiempo y el lugar  de mi vida era amplio y oxigenado, era cuestión de borrar de mi diccionario intimo la palabra temor.

La esperanza se me presentaba con un hermoso nombre francés.

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