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Los desprecios del Maestro

Los desprecios del Maestro

En los libros que componen la Biblia hay, a veces, textos muy raros, por llamarlos de alguna manera prosaica o poco elegante, para poder entendernos. Expresiones, comentarios, narraciones, afirmaciones, que incluso con una exégesis exigente no podrían admitirse por mentalidades e ideologías éticamente correctas, por legislaciones altamente fraternales o religiones de mística elevada en cuanto a su relación con Dios con los hermanos y la naturaleza.

Es por ello que los grandes entendidos biblistas, en sus tesis, siempre dejan abiertas varias puertas en las interpretaciones, para posibles correcciones o avances en la comprensión de los textos sagrados.

Uno de estos textos “raros a primera vista”, a mi parecer, es el del evangelio de este 20 de agosto correspondiente al domingo XX del Tiempo Ordinario. Se trata de pasaje de la mujer cananea, a la que en apariencia Jesús trata como a un perro.

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Me parece que Mateo en esta catequesis evangélica utiliza la pedagogía del desprecio para su lección magistral. Quiere enseñar a sus contertulios la personalidad de una mujer, que “aun siendo de menor categoría humana” para los hombres de su tiempo y por supuesto infravalorada en la sociedad por  la cultura de entonces, es capaz por su inteligencia, por su tesón, por manejar a la perfección una situación aparentemente en su contra, utilizando incluso lo que molestaba a los hombres (los gritos femeninos), por saber enfrentarse al rabí Jesús delante de sus amigos, consigue no lo que quiere, sino lo que necesita: la salud de su hija enferma (otra mujer).

Recordamos el episodio que presenta Marcos: Jesús y sus amigos están por la zona de Tiro y Sidón. En un momento una madre de aquella zona a la que conocemos en el lenguaje evangélico como la “mujer cananea” al ver pasar el grupo grita a Jesús: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Posiblemente es la última y única solución que le queda. Ellas no pertenecen al pueblo judío orgulloso y repelente defensor de la idea que Yahveh (Dios) es posesión exclusiva de los israelitas.

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Puede recordarnos la narración de otra mujer, la que padecía flujos de sangre; se había gastado toda su fortuna en médicos y se le ocurre “robar “ un milagro a Jesús tocándole el borde del manto.

Pero el Rabí aparentando un orgullo propio de los importantes de su tiempo, para los que las mujeres sólo sirven para parir hijos y preparar la comida: “No responde nada”. Cuenta Mateo.

Al ver que no le hace caso el Maestro, la mujer no se arredra y decide  seguirlo, gritando. – ¡Se van a enterar todos los seguidores del nuevo rabino nazareno!. Si Él no habla, yo grito.  – Si Él da la callada por respuesta yo insistiré mientras me quede un hilo de voz.

Hasta que los discípulos, molestos, más bien jodidos por el griterío de la señora cansina, no aguantan más y ordenan al Maestro:  “Atiéndela que viene detrás gritando”. A lo que Jesús les responde: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Una aparente voluntad de cumplimiento cerrado del “envío misionero” al estilo de los profetas veterotestamentarios. Sólo Israel es digno de la preocupación de Dios incluso por los descarriados; el resto de pueblos y gentes extranjeras no tienen suficiente categoría personal para que Dios se interese por ellos.

Como reflexión al paso y entre paréntesis en el discurrir de este relato, se me ocurre que: Hemos cambiado muy poco de mentalidad respecto a los judíos de entonces… Seguimos pensando que nosotros, nuestros pueblos son mejores que los vecinos, necesitamos apartarnos y encerrarnos en nuestros corralillos nacionalistas defendiendo nuestras exclusividades. Sin embargo ponemos carteles que publican “ Refugees Welcome”, en inglés, aparentando que somos internacionales y nuestro pueblo es el mundo. Pero hasta ahí… Lo de compartir comida, cultura, vida o tierra, más despacio.

Sin embargo ella no se da por vencida, corre, sigue gritando, los alcanza se postra ante Él y dice “Señor, socórreme”. Atención, no utiliza nombres comunes, ya se dirige al que tiene la solución de su angustia como “SEÑOR”, alguien superior y con expresión propia de ámbitos de fe y religión. Y resumiendo la medicación, para la enfermedad de su hija, con otra sola palabra “SOCÓRREME”. No pide favores, se sabe con la fuerza de la persona hija de Dios aunque no pertenezca al pueblo, por tradición, elegido. Su expresión lleva un verbo en modo imperativo.  No ruega, ni suplica, ordena.

Jesús continua en su actitud terca y responde con un insulto: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Un mazazo directo a la cara. Tú, mujer por lo tanto sin valor, además extranjera y pidiendo sanación para una enfermedad, que padece tu hija por algún pecado tuyo (eso creían entonces), no tienes más valor que un perro. Pero la respuesta lleva además doble carga, aduce razones éticas de conveniencia “no está bien” dedicar fuerzas de salvación (regalo de Dios) a quien no las merece.

La mujer no se da por insultada, no toma la respuesta como desprecio, sino como palanca dialéctica para, responder concediendo la afirmación y añadiendo algo evidente que  desarma al “Contrincante”: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.

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Y hasta aquí hemos llegado en la lucha dialéctica, emotiva y vital. Por fin el Maestro puede dejar de fingir dureza de corazón. No resiste más. Él que es todo ternura, cariño, amor para todos… especialmente para los más necesitados, enfermos, mujeres, niños. Él reflejo de Papá-Dios que  conoce el interior de cada persona, por fin estalla. Posiblemente con lágrimas en los ojos y un abrazo apretado, al modo como posteriormente daría la “Mujer Cananea” a su hija sanada, responde: “Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.

En aquel momento quedó curada su hija, termina diciendo Mateo.

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