Terminando el mes de junio con las vacaciones estudiantiles en la mochila, con el calor establecido en todo lo alto del cielo, justo el día veintinueve celebramos la fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo.
No hace muchos años, ignoro si ahora también, esta fecha se utilizaba para ajustar o reajustar las contrataciones de pastores y ganaderos hasta “el próximo San Pedro”.
En las Eucaristías que se celebran en la festividad que nos atañe se lee el texto de Mateo (16, 13-19) y en palabras que pone en boca de Jesús dice “… Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos”.
Por eso la palabra Papa con la que nombramos al obispo de Roma se ha tomado como siglas P.A.P.A. en latín con el significado: “Petri Apostoli Potestatem Accipiens”, traduciendo dice: “El que recibe la potestad del apóstol Pedro” . De esta manera el Papa, es en la Iglesia el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, para todos los fieles (cf. Lumen Gentium 23).
Llevado de mi interés por estar medianamente al día de lo que se comenta en distintos foros de temarios religiosos, teológicos o filosóficos me he llevado una gran alegría y quiero compartirla.
Se trata de lo siguiente: Cuando se leía el texto de Mateo que he copiado literalmente y oía comentarios de gente entendida al hablar de las llaves de Pedro y su función yo siempre sacaba la conclusión, posiblemente errada, de que las cosas relativas a los asuntos religiosos habían quedado muy atadas, es decir que los asuntos de fe eran terrenos vedados e inescrutables para opiniones distintas de las propias de los componentes colegiados del Vaticano de la Congragación para la doctrina de la fe.
Como si de un testamento se tratara escrito y clausurado donde solo tenía voz el “notario” nombrado a tal uso. Por lo tanto la cosa estaba cerrada con llave y atada. Algo sombrío, con los antecedentes de la Inquisición donde los errores se pagaban muy caros y a la vez sin posibilidad de misericordia. Por ello los errados pensadores condenados en la tierra, quedaban condenados en el cielo porque… y se aplicaba el texto que estamos disfrutando.
Ahora leo a distintos autores de gran respaldo intelectual, pastoral y moral de nuestra Iglesia y caigo en la cuenta de lo ciego que yo estaba.
¡Es que las llaves tienen dos funciones: cerrar y abrir!. Al igual que las cuerdas pueden atar, pero también pueden desatarse. Algo tan evidente…
Y… ¡claro! las llaves de Pedro recibidas de Jesús son también y sobre todo para:
- Abrir las mentalidades bloqueadas de los que sólo imponen leyes.
- Cerrar las imprentas de los legalistas y acusadores.
- Abrir los corazones de los locos de amor.
- Cerrar las factorías de armas hasta que se herrumbren.
- Abrir las puertas de la Iglesia de Jesús para que quepan todas las gentes con sus diferentes mentalidades.
- Cerrar los púlpitos a predicadores profetas de calamidades.
- Abrir las fábricas a los parados de larga duración.
- Cerrar las fronteras a los asesinos y mafiosos.
- Abrir las casas para los huidos de las matanzas y las guerras.
- Cerrar “el infierno” para los hijos de Papá-Dios.
- Abrir el cielo a los “nadies” de este mundo para recibir abrazos eternos.
- Cerrar nuestras malas intenciones y deseos para con los demás.
- Abrir tu corazón donde caben todos los necesitados.
Es evidente que el rudo Pescador del lago de Galilea es el que puede dar lecciones. Deja de trabajar para prestar la barca al Maestro cuando la necesita. Se arroja al agua con el riesgo de hundirse, para encontrarse más rápido con su Señor. Se enfrenta a su Maestro cuando no le cuadra el porvenir. Llora como un niño cuando descubre su traición. Lejos de su Cafarnaún en la capital del Imperio Romano lo condenan por ser fiel testigo del Resucitado.
Este hombre con un corazón de tamaño mundial es el que escogió el Sabio de Nazaret para darle las llaves, con la función de “Mayordomo” de la “Casa”. Con la certeza de que no va a dar con la puerta en la cara a nadie. Tendrá en la mesa el Banquete preparado por si llega el hijo que una noche se fue.
Y pierde las llaves… porque piensa que las puertas no son para cerrarlas, sino para que entren las personas y el aire y el Espíritu y crezcan flores dentro y cada uno de los que eran desgraciados, se rían y canten y… todos se amen. Porque no se trata de cualquier casa, es la Casa de Abbá donde Simón, para nosotros Pedro es el portero.