Cuenta la leyenda que allá por la Edad Media se presentó la Peste ante el Rey de un país lejano para llevarse un número determinado de gente.
Evidentemente que al Rey no le pareció bien, pero no podía hacer otra cosa que negociar el número de muertos, no porque le doliese su separación, sino porque disminuiría la mano de obra que alimentaba sus posesiones.
Después de varias reuniones sin consenso, por fin una noche, cansados de negociar, el Rey accedió a que la Peste afectase a mil personas solamente.
La Peste entró en el reino llevó a cabo su trabajo y cuando iba a retirarse a sus mansiones, el Rey la llamó y la increpó con las peores palabras que alguien pueda proferir para calificar la traición y el incumplimiento de lo acordado, concluyendo le dijo:
-Quedamos en que sólo matarías a mil personas y sin embargo han muerto cincuenta mil.
A lo que la Peste respondió:
-Yo únicamente he tomado mil personas, como habíamos pactado, pero el Miedo hizo que murieran las otras cuarenta y nueve mil.
El evangelio de Mateo (10, 26-33) de este último domingo de junio trae a colación el asunto del miedo. Jesús les repite de manera insistente a sus amigos “no tengáis miedo”y les va detallando distintas circunstancias en las que no hay necesidad de temer.
El miedo es malo, el miedo mata (como en la narración del comienzo).
El miedo tergiversa las situaciones, siempre ve el lado negativo.
El miedo es un arma de muerte y de dominio.
El miedo esclaviza a la gente sencilla.
El miedo en manos manipuladoras somete las voluntades.
El miedo en las religiones castiga con el infierno y la condenación eterna.
El miedo en las conductas anula la personalidad.
Por eso las palabras mateanas en boca de Jesús resultan extrañas, es fácil decir “no tengáis miedo”, pero en verdad no solucionan situaciones. Esto es muy raro. Jesús negativista no me cuadra demasiado. Jesús dando consejos para actitudes personalizadas, dando consignas negacionales, de ninguna manera entra en las coordenadas de su predicación.
Jesús el Señor que ante la redacción de los mandamientos judaicos de la Antigua Alianza (no matarás, no tomarás el nombre de Dios en vano, no cometerás actos impuros) los positiviza y resume en tres palabras “QUE OS AMEIS”. Y si queréis un ejemplo de ese amor, ahí va…, que os améis según mi estilo, hasta que no podéis más, hasta la muerte. Igual que un padre o una madre aman a sus hijos.
Si hacemos una lectura de sobrevuelo, sin quedarnos en la literalidad de las frases, es cuando vemos el mensaje completo brillando a plena luz. No se trata sólo de “no tener miedo”, “sino de confiar”.
De confiar en primer lugar en Papá-Mamá-Dios, que te cuida como “a las niñas de sus ojos” (Salmo 17, 8). Te alimenta con flor de harina (Salmo 147, 14). Como el pastor a sus ovejas del salmo veintitrés, “aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo…tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida”. Esa es tu experiencia en tus reflexiones.
En segundo lugar confiar en la gente buena. En las “personas de confianza” que tienes a tu lado. Aquellas que te saludan con una sonrisa alegrante. Las que no miran el reloj cuando las necesitas, las que te oyen por enésima vez el relato de tus angustias como si fuera de nuevas. Las personas que te miran a los ojos cuando hablas. Las que has experimentado su nobleza de ánimo. Las que te dan lo que necesitas aunque les haga falta.
Seguro que tú eres una de estas personas, pero te han convencido de lo contrario. Tanto te han manipulado moralmente…, tantas veces te han repetido el “no”, que ya forma parte de ti. Posiblemente te han llevado hasta el ridículo: “confiar es de bobos, no te fíes de nadie”.
¿No sería bueno dejar los miedos?
¿No viviríamos mejor pudiendo confiar en los demás?
¿Sería posible una vida mejor sin tantas cerraduras en nuestros comportamientos?
¿Sabes que los falsos pueden mentirte, pero solo te engañan si tú crees sus mentiras?
¿No te gustaría un mundo nuevo donde confiásemos todos en todos?
¡El mensaje de Jesús no es iluso es ilusionante!