En nuestro sistema normal de conocimiento necesitamos habitualmente utilizar simbolismos, imágenes, parábolas y analogías para entender lo espiritual o inmaterial, lo no-tangible, lo no experimentable por los sentidos. Esto es algo tan normal en nuestra vida, como el hablar o el pensar. Ya lo hemos recordado en otro momento.
Este domingo celebramos la Pascua de Pentecostés en la Iglesia Católica, o sea, la “Venida del Espíritu Santo”. Nos lo va a relatar el libro de Los Hechos de los Apóstoles donde Lucas dice textualmente: “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas de fuego, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos” (Hch. 2,1-11) y de otro modo el evangelio de Juan pone en boca de Jesús y narra: “Sopló sobre ellos (refiriéndose a Jesús) y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo…” (Jn. 20,19-23).
Si analizamos los dos textos, la evidencia de diferencias es palmaria. Incluso nos parecen hablar de dos cosas totalmente distintas. La sencillez de Juan y la apoteosis de Lucas. La “normalidad” por una parte y el “espectáculo” por otra.
Y es que cuando se quiere hablar del Espíritu Santo nos llueven los símbolos explicativos referenciales al acontecimiento de Pentecostés. No es necesario pasar el hecho por el tamiz de la razón pero tampoco de la fe en el sentido unilateral de algunos afirmantes: “fe es admitir sin dudar lo que el Magisterio de la Iglesia propone”.
Nos ocurre lo que decíamos al comienzo; nuestra mente mirando solo de tejas abajo necesita símbolos explicativos para asimilar lo que observa.
Las llamaradas de fuego que se posan, el viento huracanado sobre la casa, la paloma que aparece en los iconos, unos galileos hablando las lenguas de otros países, conocidos unos por ser vecinos y compartir parte de la cultura, otros totalmente desconocidos.
Todas esas imágenes sirven a los primitivos seguidores del Nazareno para explicar la historia de sus vidas y de sus comunidades y a la vez compartir las experiencias gozosas de vivir con el Resucitado, cuando se reúnen en “ecclesia”.
Fieles a la cultura y al lenguaje de su tiempo expresan con imágenes la “obra”, que Dios está realizando en cada uno de ellos y explotan sus lenguas relatando situaciones vitales y cotidianas como si fueran proezas de fuerzas extrañas, teniendo mucho cuidado de no confundir lo vivido con los relatos asociados a los dioses del Panteón Griego o Latino.
Para poder comprender la dificultad de estos cristianos en el intento de expresión de lo experimentado, podríamos imaginarnos, puestos en su piel, hacer una prueba con nosotros mismos, respondiendo a alguna de las cuestiones siguientes:
- ¿Cómo explicarías el gozo de sentirte querido?
- ¿Qué expresión para comentar el regusto de tu alma cuando sientes en ti el perdón sin condiciones de tus fechorías?
- ¿Y para mostrar el cariño que sientes por tus hijos?
- Cuentan que los entienden los de “lenguas extrañas” ¿necesitan conocimiento de lenguas en Cáritas o Cruz Roja para comprender las necesidades de los pobres? ¿No entienden a la perfección los que rescatan diariamente del mar y de la muerte los idiomas de refugiados?
- ¿No será el Espíritu de Dios quien mueve a millones de personas trabajando en la Iglesia (sin jornales) desde los misioneros, religiosas, seglares, catequistas, incluidas desde luego las señoras que mantienen la limpieza en los templos?
- ¿Podríamos afirmar “es Pentecostés” cada vez que caes y te levantas con una fuerza desconocida que no te deja en el barro de la cuneta de la vida?
- ¿Dónde compras la luz cuando das consejos que reaniman las ganas de luchar de los que te escuchan?
- ¿Cómo expresar la alegría del contrato de trabajo a los cincuenta y más años después de dos en la cola del paro?
- ¿Y disfrutar de que Papá-Dios te quiere como a “las niñas de sus ojos”?
- ¿Podrías decir por qué cada día sientes ganas y también necesidad de hacer el bien?
Concretando: el Espíritu de Dios está sobre ti y sobre mí, y sobre multitudes de personas. Es necesario levantar los ojos del suelo. Es necesario ver cómo actúa contigo. Es conveniente reconocerlo en la rutina del día a día. Posiblemente te dé reparo decir que tienes a Dios de la mano, pero es cierto. Lo descubres cada mañana. La dificultad estriba en cómo lo expresas, para que te entiendan. Dificultad que es compartida por todos.
Lo que no nos cuentan los relatos bíblicos de hoy es la respuesta del público cuando observan los actos y predicaciones de los Discípulos del Resucitado; entienden lo que dicen, pero sus mentes no aceptan el mensaje, por eso: “están hartos de mosto”, decían.
Esos “hartos de mosto”… fueron capaces de transformar la sociedad de su tiempo y del mundo, de amarse hasta el extremo, de dar los bienes a los pobres y regalar la vida como sello de lo que afirmaban.
Si estos hechos no están respaldados por “El Espíritu de Dios”… ¡dime quién está detrás!