Hace unos años el obispo de Ciudad Real D. Antonio Algora instó a los sacerdotes de las parroquias a que todas aquellas personas que quisieran ser padrinos o madrinas de algún sacramento deberían estar confirmadas.
Esto produjo una avalancha de gentes que, previendo en un futuro su función de apadrinar a algún neófito cercano, se lanzaron a las parroquias (a unas más que a otras dependiendo del cura regente, es decir de la percepción comentada, no experimentada de la cualidad de cercanía o accesibilidad del presbítero), porque querían recibir el sacramento de la confirmación. En multitud de casos no por convencimiento creyente, sino por la obligación ahora exigida. En otros a regañadientes y protestando por el “nuevo invento”, por lo que se presentan combativos frente al dirigente del grupo. Para ser justos necesito decir que también hay casos en los cuales el catecumenado seguido, les ha servido de revulsivo en sus vidas y han ido transformando y plenificando su fe en Jesús.
Se comenzó en el curso 2012-2013, llevamos 5 años. Calculando a grosso modo, podemos situar, sin miedo a equivocarnos, en unos mil doscientos los nuevos confirmados, posiblemente más… En cierta parroquia llegaron algún año a 180 los aspirantes.
Como uno se encuentra incluso como colaborante en el citado fenómeno, lo he vivido de cerca, y ahora terminando la actividad catequética se me ocurren algunas reflexiones al respecto.
Enseguida me viene a las mientes el siguiente texto del evangelio: “Se parece también el reinado de Dios a una red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, reúnen los buenos en cestos y tiran a los malos” (Mt. 13, 47-48).
Es obvio que el discernir quién es “buen pez” y quién “mal pez” dentro de tal red no es cometido catequético nuestro, sólo del Señor Jesús.
Tampoco pretendo evaluar en términos pastorales la eficacia o ineficacia de tales planteamientos parroquiales, para eso está el Obispo y sus colaboradores, (entendiendo por colaboradores los sacerdotes casi en exclusiva; a los seglares nos tienen como “colaboradores de los colaboradores”).
No está demás traer a colación en este momento lo dicho por el Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium, número 31 y además recogido en el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 897, sin afán pretencioso de protagonismo laical: “Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”.
Pero “yendo a lo que íbamos” con el fenómeno de confirmaciones de adultos, quiero que este pobre escrito sirva de homenaje y reconocimiento a todos los catequistas (hombres o mujeres), los cuales todas las semanas preparan sus temas indicados y trabajan su exposición en el grupo asignado.
Me consta vivamente que algunos pueden disfrutar transmitiendo la Palabra de Dios, pero en el abanico de grupos los hay también quienes “sufren” el continuo ataque de ciertos catecúmenos, el desprecio a lo que se está diciendo o la actitud chulesca de quienes se creen por encima de lo que ahí se dice.
Quiero con estas letras ser altavoz de la labor tan callada y serena de todos ellos, incluso con la alegría de SERVIR a los demás y a la Iglesia. Con la excelente recompensa de saberse sencillos colaboradores del Señor Jesús. Con la paga millonaria de quien hace las cosas “gratis et amore” (sin cobrar y por amor), sin sobres blancos ni tarjetas en negras. Sin billetes en la nómina, pero con el corazón repleto.
Todos ellos reciben a los componentes de sus grupos con una sonrisa de amistad, de cariño y de bienvenida y los despiden (incluso en algunos casos después del fragor de la reunión) con otra sonrisa abierta y esperanzadora de deseos de cambios en sus mentes y en sus estilos.
Todos ellos muestran sus conocimientos y experiencias en el seguimiento del Señor con la sencillez del aprendiz de cristiano, balbuciendo la palabra ABBA con la confianza y la conciencia puestas en Papá-Mamá Dios. Con la certeza de estar en sus Manos y con el miedo de inventar fantasías.
Necesito que estas letras sean un GRACIAS muy grande en mi nombre solamente, porque no represento a nadie. Quiero suplir el otro “gracias oficial y por compromiso” que les dirá el “celebrante al que llaman principal” al “oficiar “ la Eucaristía y administrar el sacramento de la Confirmación. Quiero que sientan el regusto de haber respondido: “Sí”. El sabor dulce de sentirse al servicio de los demás al estilo del Gran Maestro, Servicial Lavador de los pies de los pobres, con la Fuerza del Espíritu transformador de personas.
Con esto volverán a refrendar con toda sencillez y con toda normalidad las palabras del Señor, que recordamos en el Evangelio de este domingo: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros, dentro de poco el mundo no me verá pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”. (Jun. 14, 15-21).
Estos catequistas junto a millones de personas en todo el mundo son capaces de hacer realidad la presencia, la vivencia y la visión de Jesús en nuestro mundo.