“Convertíos y creed en el Evangelio” Mc 1,15.
Con el Miércoles de Ceniza da comienzo la Cuaresma, un tiempo propicio para la conversión, para nuestra conversión personal y comunitaria. En este día somos muchos los católicos que asistimos en nuestras parroquias a “tomar la ceniza”, una tradición a la que se suman incluso creyentes que no participan de manera habitual en las celebraciones eclesiales.
Con la “imposición de la ceniza”, los cristianos adquirimos el compromiso de convertirnos a una vida nueva en medio de una sociedad que en buena parte ya no tiene la inquietud de hacerlo. La falta de conversión, la ausencia de esa necesidad por procurar ser más justos y bondadosos está siendo responsable de que muchas personas hoy se encuentren hastiadas permaneciendo en una situación alienante y contribuyan por ello a mostrar la cara de una sociedad cada día más desquiciada, agresiva, injusta e insolidaria. Como muestra, resulta sumamente sintomático que exista una correlación entre ese vacío existencial y la falta de interés por la vida espiritual y en concreto por el ejercicio de la caridad, de implicación vital con los más empobrecidos.
El gran pecado social hoy es el de omisión, la ausencia de compromiso en hacer de nuestro mundo un lugar mejor, o como nos dice el Papa Francisco en la encíclica “Laudato Si”, en hacer más humana esta casa común de la que formamos parte. El hombre, nos indica también el papa en la encíclica, ha sido creado con materiales de la tierra; “polvo eres y en polvo te convertirás”, recordamos en el momento de tomar la ceniza. La conversión alcanza pues a procurar volver la mirada hacia todo lo que existe, desde la misma naturaleza, a la dignidad del ser humano, con ojos de bondad y misericordia.
Cuaresma, tiempo de detenernos y observar nuestro interior para revisar lo que está siendo nuestra vida, a qué dedicamos nuestros días, cómo lo estamos haciendo y así, comprometernos a soltar el lastre de lo que suponen trabas que nos impiden ser mejores cristianos.
Porque la Cuaresma nos invita a modificar nuestros comportamientos, pero ante todo y sobre todo a enfocar desde una perspectiva más cristiana y más caritativa toda nuestra existencia. Desde empezar a contar en nuestras vidas con la dimensión espiritual hasta hacer de ellas una permanente oración de acción de gracias al Señor. Cada cual conoce en qué momento del camino se encuentra. Cada uno de nosotros sabrá en qué consisten esas adherencias que impiden ser más libres hacia el bien y menos esclavos del mal.
Pero en esta revisión personal no puede quedar fuera nuestra dimensión comunitaria. El pecado, aun siendo algo que afecta a la persona como individuo, tiene una repercusión que trasciende lo propio porque el daño afecta también a quienes son víctimas de él. De ahí que la conversión pase necesariamente por pedir el perdón a quienes ofendemos; “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” Mt 5, 23-24.
Convertirse es poner a Dios en el centro de nuestra existencia, pero no a un Dios acomodaticio y domesticado a la particular conciencia, esto sería una aberración. La verdadera conversión pasa por poner al Dios hecho hombre, a Jesucristo en el corazón de nuestras vidas. Es por eso que en Cuaresma nos preparamos para comprender con mayor hondura el misterio de la Muerte y Resurrección del Señor que se encarnó para redimirnos del pecado y hacernos partícipes de la gloria celestial en el mayor acto de amor habido en la historia. Y así la Iglesia lo celebra en todos sus actos litúrgicos y caritativos. Por ello, la Cuaresma nos invita también a participar en esa vida eclesial, a meditar la Palabra, asistir a las celebraciones sacramentales y a impartir la Caridad con nuestros hermanos, en especial con los más desfavorecidos.
El papa Francisco definió la caridad de una manera muy concreta en su homilía al consejo de cardenales: “La caridad es simple: adorar a Dios y servir a los demás”. Si lo que intentamos es ser cada día mejores cristianos, la consecución de ese precioso objetivo tiene un hermoso camino, la Caridad.
Quien mucho ama pronto está dispuesto a cambiar y convertirse para así sintonizar mejor con la persona amada. Amar, pensar, acompañar y entregarse a los demás, a los más desfavorecidos es una manera certera de comprobar que la conversión obra en nosotros, es más, es el termómetro que marca nuestro nivel de Fe, Esperanza y Caridad. El tiempo de Cuaresma es tiempo de Caridad porque nos ofrece la ocasión de despojarnos de nuestras claustrofóbicas esclavitudes saliendo al encuentro de los otros…y situados ya en ese camino, poder decir como S. Agustín, “Ama y haz lo que quieras”.
Fermín Gassol Peco
Director de Cáritas Diocesana de Ciudad Real