Transcurridos unos días desde la sorpresiva victoria de Donald Trump, conviene hacer unas reflexiones pausadas sobre lo ocurrido en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América. En primer lugar, constatar una profunda división de la sociedad norteamericana con la que culmina una campaña presidencial abrupta y desabrida que pone de manifiesto la existencia de dos Américas tanto en lo ideológico como en lo territorial. Los Estados costeros del Noreste y del Oeste han votado demócrata. Se trata de Estados más cosmopolitas, con alto nivel medio de formación universitaria y más desarrollados económica y socialmente frente a la América profunda de los Estados del Centro y Medio Oeste, de corte más tradicional, nacionalista, rural y menos desarrollado, que han sufrido especialmente los avatares de la crisis económica y donde el discurso populista, nacionalista, proteccionista y conservador ha tenido un eco excepcional. Sin embargo, por el bien de la Unión y del resto del mundo, está dicotomía debe ser superada inmediatamente para dar estabilidad a una presidencia que, bien enfocada, puede contribuir a dar un salto adelante al País. No olvidemos que la relevante mayoría del Partido Republicano en Congreso y Senado debe servir para promover e impulsar las reformas necesarias, garantizar la separación de poderes y aplicar sus equilibrios y contrapesos institucionales. Sería un error estratégico para la Unión y para el mundo entero, la prevalencia de políticas involucionistas, proteccionistas y agresivas en política económica. Otro elemento de preocupación, que pondría de manifiesto esa fractura social grave, sería que, como lectura de los resultados, el efecto principal de la derrota de Hillary Clinton fuera el escoramiento del Partido Demócrata hacia la extrema izquierda populista. La experiencia de los años treinta del siglo pasado donde al “populismo” de un signo se enfrentaron “populismos” del contrario, con el caldo de cultivo de una crisis económica y social sin precedentes, nos condujo a una crisis bélica de magnitud mundial. No obstante lo anterior, conviene recordar que también entre los votantes de Trump hay hombres y mujeres de diferentes razas, religiones, procedencia, formación y condición, que reflejan la diversidad de los EEUU y que, en gran parte, han votado para manifestar la frustración por las políticas fallidas, en algunos casos, de la Administración Obama.
A nivel mundial, debemos considerar que si se concreta la idea del presidente de volcarse en la política interna y los EEUU dejan de constituirse en un actor central de la política mundial, otros agentes internacionales, probablemente menos comprometidos con la democracia, ocupen el espacio dejado por EEUU en la política internacional con serias repercusiones tanto para el mundo como para la propia Unión. La seguridad interna de los EEUU pasa por colaborar activamente en la seguridad mundial. La inhibición o desatención del ajedrez mundial pueden tener consecuencias nefastas para su seguridad interna y para la paz mundial.
Desde el punto de vista estético y formal de su discurso político, esperemos que el candidato, locuaz y e histriónico, de paso a un nuevo Trump institucional, contenido y reflexivo como corresponde a un Presidente de los EEUU de América. Trump no tiene otro camino, para lograr una América grande que siga sosteniendo la antorcha de la democracia y la libertad en un mundo especialmente convulso, que el de asumir el liderazgo global que le corresponde.
En otro orden de cosas, ¿qué consecuencias económicas podemos esperar de las políticas presidenciales? El discurso económico de Trump en campaña se ha decantado por favorecer una mayor expansión fiscal, tanto por la vía del incremento del gasto público como por la reducción de impuestos, para impulsar el crecimiento. El nuevo Presidente electo es empresario y tiene un discurso muy orientado hacia la microeconomía y es pro-corporativo. Esto debería impulsar en general la bolsa americana, especialmente vía múltiplos ya que se infieren de esta política mayores potenciales de beneficios empresariales para las compañías localizadas en EEUU, pero este efecto de la expansión fiscal tiene su contrapartida en la financiación de ese mayor gasto en inversión pública en infraestructuras y bienes de equipo, que implica una cierta duda respecto a la evolución del ya abultado déficit americano y sobre la inflación y el comportamiento de tipos de la FED.
Otro de los lugares comunes en el discurso de campaña de Trump ha sido el aumento del proteccionismo, especialmente centrado en dificultar, de alguna forma, las importaciones. Es pronto para dilucidar hasta qué grado esta política arancelaria tendrá una aplicación efectiva. El NAFTA (con Canadá) firmado por Bill Clinton y el TTP (con Asia-Pacífico) impulsado por Obama son los principales acuerdos de comercio internacional con los que Trump se ha mostrado en desacuerdo.
En lo que respecta a la política monetaria, Trump ha declarado públicamente que su intención es reemplazar a Janet Yellen, cuyo mandato termina en 2018. La preferencia de Trump por unos tipos de interés bajos que faciliten la inversión empresarial contribuirá a que el mercado no acelere sus expectativas de actuaciones de la Reserva Federal en materia de tipos, sino lo contrario. La subida de diciembre será el primer gran reto para los mercados.
El principal factor que la victoria de Trump añade al momento económico mundial es, por inesperada, la mayor incertidumbre. Sin embargo, la reacción ha sido hasta ahora moderada. A las caídas inmediatamente posteriores a la validación del resultado, se han sucedido reacciones posteriores de mayor tranquilidad que han devuelto a los activos, en muchos casos, a los niveles similares a los de días atrás, mientras que la paridad dólar/euro se ha mantenido estable en torno a 1,10 sin grandes tensiones.
Sólo queda esperar acontecimientos, analizar el discurso presidencial de investidura en sus líneas maestras y las primeras medidas de política presupuestaria, económica y social para confirmar la deriva que toma el 45 Presidente de la Unión.
JUAN JOSE RUBIO GUERRERO.
Catedrático de Hacienda Pública.UCLM