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viernes, 22 noviembre
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A propósito de la “laicidad”, por Joaquín Patón

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Al leer el otro día un artículo de Fermín Gassol titulado  “Parábolas laicas” en el periódico digital “entomelloso.com” , me vinieron a la cabeza unas ideas reflexionadas, que voy a intentar poner por escrito, por si a algún lector le sirven de reflexión y  le crean una cierta inquietud por este tema que aún sin aparente importancia remueve a políticos y eclesiásticos de nuestro ámbito patrio.

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El artículo  a que me refiero líneas arriba, a mi parecer, rezuma una cierta desesperanza cuando no pesimismo.

La primera de las ideas es  ésta: “Que atravesamos una época de  “laicidad” es algo que parece evidente”(se dice textualmente en el artículo).  Pienso que efectivamente y gracias a Dios. Creo que el fenómeno de la laicidad es excelente siempre que, como todo,  se utilice en su justa medida.

Don Rafael Pérez Piñero, (gran teólogo manchego y no siempre reconocido suficientemente)  ya hace muchos años, hablaba muy claramente apoyándose en  el nº 36 de la Constitución “Gaudium et spes” del Concilio Vaticano II de “la autonomía de lo temporal”, del ámbito de lo sagrado, de lo profano, de lo religioso, de lo divino, etc.; de modo que no se debe confundir o intermezclar los distintos campos. De tal manera que lo laico por naturaleza no podemos hacerlo santo ni viceversa. De lo contrario nos vienen unas contradicciones, que a pesar de explicaciones, resultan ridículas porque contravienen los más elementales principios de la evidencia y es que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto y sobre todo lo más palmario es que lo que es es y lo que no es no es.

De estos principios deducimos que lo que es laico no puede ser otra cosa, lo que es espiritual no puede ser otra cosa,  y así podríamos seguir con lo material, sagrado, etc. etc. Podemos hablar de algo sagrado no en sí mismo sino en tanto en cuanto está dedicado a la divinidad, vg.: podemos hablar de ministros sagrados, es decir personas que están dedicadas al servicio de la divinidad en cualquier religión a la que nos refiramos. Un templo es sagrado porque está dedicado a la divinidad, no porque su esencia o mejor dicho su naturaleza sea divina.

Y no digamos nada si por laico entendemos opuesto a clérigo, que, por cierto, no podemos decir opuesto, sino distinto de clérigo. El problema viene cuando la jerarquía de cualquier religión se considera más preparada que los teólogos, moralistas  o intelectuales. Y por ser jerarquía y pensarse vocera de la divinidad para “pontificar” sobre lo “humano y lo divino”, cree tener  la verdad poseída. Y la verdad y menos la Verdad (con mayúscula) no puede poseerla nadie; como mucha pretensión sería ser testigo de la verdad, aunque en repetidas ocasiones se  dé testimonio falseado.

Gracias a Dios que por fin tenemos más conocimientos sobre los confines de lo laico, lo profano, por cierto que profano a pesar de tener falsas connotaciones peyorativas no es malo, simplemente no es sagrado. Pero en una sociedad en la que en un tiempo (en vez de bendecir a Dios por lo que nos regala cada día) se bendecía todo desde la comida hasta incluso las discotecas y bares con mentalidad sacralizada y sacralizadora, podría parecer perjudicial reconocer la laicidad de ese mundo material.

La segunda idea es esta: Cómo reprochar al hombre que esté entusiasmado con el alcance de sus posibilidades… Esta apreciación me parece unilateral, porque está intentando afirmar que el hombre que se entusiasma con sus cualidades está rechazando la acción de lo divino, o si se quiere, de Dios. ¿No es cierto que hay muchas personas creyentes en el Dios de Jesucristo, al que pueden llamar así o de otro modo porque pertenecen a otra religión,  que están muy contentas y enamoradas de las cualidades que poseen porque se las ha regalado Dios y que cada día dan gracias,  porque pueden poner todos sus regalos al servicio de los demás? ¿Por qué pensar siempre que cuando se valora lo humano o lo material se está rechazando lo divino o lo sobrenatural? ¿Por qué el dualismo platónico continuo que no nos lleva sino a actitudes maniqueas? ¿Por qué no vivir respetando el lugar de cada cosa y cada cosa en su lugar?

La tercera idea está relacionada con el último párrafo del artículo donde  pregunta: “¿Quién piensa hoy? ¿Quién dedica algún tiempo de sus vidas a buscar soluciones a los problemas actuales? ¿Quién se pregunta el porqué de todo esto?” También, a mi parecer, con un cierto tono pesimista.

Pues en el ámbito religioso, que es en el que se mueve el artículo, mucha gente a la que en numerosas homilías y celebraciones litúrgicas se le trata como inculta y “poco preparada intelectualmente” (cuando quizá es más culta y está mejor preparada que quien les está hablando, incluso de Teología o Moral Católicas) y a la que se le regaña, en vez de animarla e incentivarla,  porque no cumplen con la normativa correspondiente.

Sólo reduciéndonos al ámbito de la Iglesia conozco cientos de personas. En Tomelloso más concretamente hay numerosísimos voluntarios trabajando en Cáritas,  de todos los ambientes sociales, intelectuales, hombres, mujeres, jóvenes chicos y chicas que se plantean la vida, PIENSAN y deciden que han de colaborar con los más empobrecidos y necesitados, sabiendo que no van a cambiar el mundo, pero que ponen con gusto y alegría su granito de arena, su “semilla certificada”.

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En las parroquias, también la gente PIENSA y opta por participar en la pastoral que  les ofrecen aquellas  que pueden aportar algo a sus vidas, tanto en el ámbito religioso como en el  no-religioso. Por eso hay parroquias que se quedan vacías tanto en las liturgias como en las actividades pastorales y otras estás con exceso de “mies” en lenguaje de Jesús.

E igual que en Tomelloso en infinitos puntos de España y del mundo.

Y a propósito de pensar y siguiendo con interrogantes : ¿Cómo no se da cuenta la jerarquía de que se vacían los templos en las celebraciones y en las actividades pastorales?

Y si se da cuenta ¿cómo no pone solución?, ¿cómo no deja las teologías de Santo Tomás de Aquino y de la Escolástica para hablar a hombres y mujeres del siglo XXI? ¿Cómo no utiliza la cultura y el vocabulario actuales para transmitir el menaje del Señor Jesús? ¿Cómo no observa “los brotes de la higuera y la nube del poniente” (como dice Jesús en el Evangelio) para darse cuenta de que estamos en nuevos tiempos?

¿Por qué sigue silenciando a las personas que no inclinan la cabeza ante la presencia de obispos y adláteres? ¿Por qué no permite participar activamente en la pastoral a las personas  que discrepan de  su modo de ver el cristianismo y la teología? ¿Por qué sigue aceptando y promocionando las semanas santas procesionales como transmisoras de fe cuando en realidad son manifestaciones de cultura y de folclore lejos del hecho redentor?

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