A Berna y Paco, colaboradores del gabinete de Alcaldía, que ayudaban determinantemente a que todo discurriera con ¿normalidad?
Muchas veces, en conversaciones informales, y especialmente en estos días de feria, salen anécdotas relacionadas con ferias vividas y más cuando los años ya han permitido disfrutar unas cuantas.
Por la suerte que la vida y la decisión que los vecinos me han otorgado, he vivido algunas ferias desde la responsabilidad de representante municipal y significativamente cuatro como alcalde. En esas tertulias de amigos no es raro que me pregunten ¿y cómo vive una feria el alcalde? A ello suelo responder que supongo que cada uno de distinta forma, pues junto a las actividades derivadas de la Alcaldía hay que tener en cuenta las circunstancias familiares que el alcalde tiene en ese momento y el propio carácter y edad de la persona.
Sin duda alguna la primera de las preocupaciones es la seguridad, en sus vertientes de prevención y seguimiento. Se sufre, puedo asegurar que se sufre, pues, entre otras cosas, pasear por el ferial y ver cables tendidos por el suelo, aun cumpliendo la normativa, te hace pensar en riesgos, como también el temor a lo que pueda ocurrir por cualquier carrusel que falle en un concreto momento.
Quizás la anécdota que más cuento corresponde a mi primera feria, al primer día de aquella feria de 1995 y a la Banda de Música. Yo que soy persona despistada, no tenía apuntado eso de “diana floreada” y menos que ello suponía que la Banda de Música iba a despertar al alcalde a poco más de las ocho del 25 de agosto. El caso es que tal día y a tal hora los músicos de Santa Cecilia pusieron todo su interés y saber en despertarme con la más dulce melodía. Lo lograron con creces y decidí, sin que mi familia tuviera ni idea, que había invitarles a entrar en casa y obsequiarles a café, pastas, magdalenas y licores. Todo eso, para unas cincuenta personas, se improvisó y resolvió en cinco minutos gracias a que todos nos pusimos manos a la obra para agasajar a los “pobres músicos” que desde la “pólvora”, quizás, poco habrían tomado.
Se disfruta mucho. La feria para el alcalde tiene muchos y sensibles privilegios que nunca quisiera olvidar.
Hermoso privilegio es la comida que, en mis tiempos, se ofrecía a las personas que el Centro de Servicios Sociales, proponía para ser obsequiadas por la Corporación. Personas, la mayoría jubiladas y con pocas compañías, que ese día tenían el hermoso aliciente de compartir comida con otras tantas personas en su misma situación y que se arreglaban con ilusión para ir a “la comida con el alcalde”. Ver sus caras y escuchar sus palabras de cariño, aliviaba la ansiedad propia de la responsabilidad y el pensamiento en cualquier fallo en la organización.
Privilegiado me sentía cuando podía estrechar la mano y recibir el abrazo, de las personas de la Residencia S. Víctor. Las personas atendidas en “nuestro Asilo”, sin que ello pueda tener ningún tipo de negativa connotación, recibían al alcalde con especial cariño. Algunas de esas personas, que conocían a mi familia, me contaban anécdotas de sus relaciones con algunos de mis abuelos e incluso bisabuelos. Eso eran bocanadas de aprecio. La Rvda. Madre Superiora y Sor Teresa eran el alma conductora de esa visita sabiendo estar al quite de emociones un poco más fuertes. Ellas, al final de la visita, y en el momento de la entrega del donativo que el Ayuntamiento hace cada año, nos ofrecían una exquisita y sencilla invitación, con otro privilegio, añadido a la propia visita, las croquetas riquísimas de ese convite.
Eso también compensa, con creces, el “susto” que podría suponer cuando la pareja de Policía Local, de turno, se acercaba a “dar novedades al alcalde”. Novedades que normalmente respondían a la expresión “sin novedad, Sr. Alcalde”, pero que antes de esa expresión nunca se sabe lo que pudiera haber ocurrido. Excelente el trato que siempre se recibe, y además de excelente tengo que decir que inteligente, pues el protocolo que acompañaba a ese acto de saludo, era más solemne cuando la pareja de servicio apreciaba que las personas que me acompañaban debían fijarse en su buen saber hacer y saber estar.
El protagonismo, inherente al cargo, permite conocer y tratar, aunque no sea más allá de media hora, a personas y personalidades con las cuales en otras condiciones no hubiera podido compartir algunas palabras y eso también es un gran privilegio. Nunca olvidaré el rato de charla con Fernando Cepeda, un torero clásico que puso interés en Tomelloso, palabras tan humildes y humanas pocas veces he escuchado. En ese mismo mundillo del arte de Cúchares, me sorprendió la exquisita educación de Litri, la forma en que bajó a saludarme al vestíbulo del hotel. Al margen del éxito de la tarde, al torero también le acompaña, o no, su saber estar.
La charla familiar, especialmente de mis hijas, entonces adolescentes, con Alejandro Sanz, en las horas previas a su concierto en Tomelloso, es otro de los momentos que se guardan con especial recuerdo.
Esos encuentros, que no forman parte del “programa” son privilegios que sólo en función de la representatividad pude disfrutar y que bien compensan las interrupciones al deseado anonimato que se busca cuando con la esposa e hijas se pasea por el ferial y a voz en grito, pero siempre con educación y aprecio, dice el Sr. de la tómbola…” buenas noches Sr. alcalde, que Vd. lo pase bien” y compruebas como se giran las cabezas y se acabó el pasar desapercibido.
La Fiesta de las Letras y posterior cena, permiten gran cantidad de recuerdos, anécdotas y aprendizajes. El señorío del Sr. Rector de la Universidad Regional; D. Luis Arroyo, la maestría del Sr. Ansón, y la humanidad del escritor Olaizola , los tendré siempre presente como valores a emular. Y además de todo ello quedan buenas amistades. La relación con mi querido amigo Alberto Zurrón, presidente de la Asociación Rilke en España, y premio en nuestro certamen literario, es fruto del honor de ostentar la Alcaldía.
Presidir un partido de futbol en feria, para mí era un acontecimiento extraordinario, y respecto de ello tengo una anécdota fuera de lo más común de cualquier tipo de suceso gracioso u ocurrente. El Presidente, Higinio Ponce, me sugirió que tuviese un detalle con los jugadores durante el partido de feria, sugerencia que me pareció oportuna y para ello le pregunté que cual debía ser mi obsequio. Higinio me respondió que un pin, “de los buenos”, del escudo de Tomelloso. Con gusto me encargué de la petición y al final del encuentro, el presidente Ponce y Tomás Heredia me invitaron a pasar al vestuario a ponerles los pins a los jugadores. Entré en vestuarios y dije… “y dónde puñetas voy a poner yo los pins a quince tíos en bolas”, con lo cual el chiste se hizo solo y las carcajadas fueron muy expresivas.
No son malos recuerdos… los churros con chocolate, a las cuatro de la madrugada, con Norma Duval, o la charla irónica y muy sabia, por su parte, con Amaya; de Mocedades, en ambos casos después de actuar en los jardines del Parque de la Constitución.
Los hay también, con sus correspondientes enfados, recuerdos vinculados a problemas y fallos: al champan que faltó para brindar en una cena de fin de feria, a la heterodoxia de algún mantenedor, o a la gran tormenta de la feria de 1997.
Todo ello tiene gran compensación con el placer de “unas judías con chorizo”, Él así lo pidió, compartidas con el maestro Eladio, el cual me honró al aceptar mi invitación, otro día del mes de agosto, en plena feria, y que tras preguntarme por los apodos de mi familia y ubicarme certeramente, me contó algunas de sus vivencias en nuestro pueblo.
Esa es otra cara, la no oficial, de cómo se vive la feria siendo el alcalde, es decir, la persona que representa la Alcaldía. El sentido más personal y humano que también es consustancial con la imagen representativa.
Dentro del personaje , que va bien trajeado y con las medallas oficiales colgadas, que comparte la presidencia de la Procesión de la Virgen de las Viñas ( la Procesión siempre la preside un sacerdote), que cierra el desfile de la Fiesta de las Letras o que intenta que los necesarios discursos sean lo más representativo y acertado para cada uno de los actos, hay una persona que piensa en muchas más cosas de lo que los “espectadores” creen, que siente tantas emociones como circunstancias vive y que comprende el derecho que tienen todos los demás a no comprenderle.
La solemnidad de la representación es perfectamente simbiótica con la sensibilidad de la persona.