“Vincere scis, Hannibal, victoria uti nescis”
(Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovecharte de la victoria)
Ésas son las palabras que, según dicen las fuentes antiguas, le dijo a Aníbal, general en jefe del ejército cartaginés en Italia, uno de sus oficiales tras la victoria conseguida en la batalla de Cannae, la derrota más grave de la historia de Roma y cuyo planteamiento por parte de Aníbal aún se sigue estudiando hoy día en las escuelas militares.
Aníbal Barca fue una de ésas personas elegidas por la providencia que tuvo en sus manos el poder de cambiar el destino y, de haber triunfado, la Europa que conocemos hoy sería radicalmente diferente. De entrada el Imperio Romano jamás habría llegado a existir y nunca habríamos conocido a los Césares. Por regla general la Historia recuerda a los vencedores y a Aníbal le faltó la ayuda de la fortuna para lograr sus objetivos, sin embargo su fracaso logró eclipsar la victoria de los demás.
Con tan sólo veinticinco años Aníbal se convirtió en el general de las tropas cartaginesas desplazadas a Hispania. Unos años antes su padre le hizo jurar odio eterno a una emergente Roma que había humillado a Cartago en la Primera Guerra Púnica. Aníbal prometió derrotar a los romanos y esa promesa marcó su futuro y su destino, obsesionado siempre con la victoria sobre Roma, el cartaginés sometió Hispania en poco tiempo y asedió durante ocho meses la ciudad de Sagunto (Valencia). Los saguntinos pidieron ayuda a los romanos y tras la caída de la ciudad el senado de Roma declaró la guerra a Cartago. Justo lo que Aníbal deseaba. El plan del general era llevar la guerra a Italia, al corazón de Roma y partió de Qart Hadasht (Cartagena) con uno de los mayores y mejores ejércitos que se habían visto, con 90000 infantes, 12000 jinetes y un importante contingente de unos 40 elefantes de guerra. Atravesó los Pirineos y se adentró en la Galia, pactando o venciendo a las tribus que le salían al paso. En cuestión de semanas llegó a los Alpes, con el invierno encima, y contra todo pronóstico y haciendo gala de una audacia y valentía nunca vistas Aníbal y su ejército cruzaron las montañas en quince días, derrotando a las tormentas y a las nieves. Sin embargo, los cartagineses, acostumbrados a las suaves temperaturas de África e Hispania, perdieron casi la mitad de sus tropas en las montañas, y todos los elefantes salvo uno. Se calcula que más de mil hombres murieron congelados o despeñados por día. Pero logró su objetivo de llegar a Italia. Los romanos, aprovechando el cansancio de Aníbal y sus hombres intentaron derrotarles en la batalla de Tesino, pero Aníbal logró sorprenderles y derrotó a la caballería romana. Poco después los cónsules romanos fueron derrotados en la batalla de Trebia, donde Aníbal abatió a más de veinte mil legionarios. Avanzó al sur, al lago Trasimeno, donde un gran ejército romano aguardaba. Los cartagineses aprovecharon la niebla y el terreno para atacar y más de treinta mil romanos murieron en combate o ahogados en el lago.
Roma entonces armó el ejército más grande que nunca hubiera tenido, más de ocho legiones con sus fuerzas auxiliares, unos ochenta mil hombres. Aníbal, tras cruzar los Alpes y las batallas pasadas, apenas contaba con cuarenta mil. Sin embargo consiguió atraer a los romanos a un lugar favorable para él y su estrategia, la seca llanura de Cannae. Mediante una estrategia brillante, combinando infantería y caballería con el polvo que cegaba a los romanos, Aníbal consiguió la victoria absoluta en una de las mayores batallas de la historia. Más de setenta mil soldados romanos murieron aquel día en un combate que Roma creía que tenía ganado. Tras eso el invencible general cartaginés marchó sobre la misma Roma y llegó incluso a pasearse delante de las murallas de la ciudad con su caballo para temor de unos romanos que se veían al borde de la destrucción. Sin embargo, no atacó a la ciudad, y esa decisión marcó su caída. La falta de apoyo de la propia Cartago y viéndose aislado en Italia, escaso de tropas y suministros, hizo que Aníbal tuviera que regresar a África mientras Roma se sobreponía y conquistaba Hispania e invadía África.
El final de la guerra se decidió en la Batalla de Zama, donde el cónsul Publio Cornelio Escipión derrotó al fin al terrible general cartaginés. Escipión fue el único estratega capaz de igualar a Aníbal en osadía e ingenio y le venció tras una durísima y sangrienta batalla.
Roma finalmente consiguió erigirse como superpotencia mundial, ya sin oposición y Aníbal se suicidó mediante la ingesta de veneno antes de caer prisionero de los romanos.
Es curioso pensar que habría pasado si Aníbal, considerado junto Alejandro Magno y Julio César uno de los mejores estrategas de todos los tiempos, hubiese sometido Roma.
Aníbal murió en la sombra, como a la sombra pasaron sus logros y audacias y, a mi parecer, la Historia ha tratado con desprecio al hombre que pudo cambiar el mundo.