Somos los lentos forajidos que inventamos los mitos, las religiones y la historia, el lenguaje y las drogas y el amor, únicamente porque sabemos que vamos a morir. Ahora sé que un abrazo lleva al fondo un pequeño violín de espanto, una matriz de desconcierto. Y en la alta noche, a unos pasos de los antiguos y a unos pasos de nuestros futuros arqueólogos, nos sentamos sobre las mantas, ateridos de perplejidad y de emoción. Y algo gigantesco y cósmico nos acaricia un poco nuestra cabeza ebria, antes de que tengamos tiempo de llegar, como locos, al interruptor de la luz.
[F. G., Puedo escribir los versos más tristes esta noche -1967/69]
Hay dos frases, misteriosamente anudadas por entre los años, el vendaval magnífico y turbulento de su vida, que parecen reunir, abrazándolas, la infancia y la vejez del poeta Félix Grande (Mérida, 1937-Madrid, 2014); como las caras de una misma moneda de limosna y tiempo…