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Jueves Lardero, por Juan Carlos Vivó

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Jueves lardero actual

El día de jueves lardero era más que esperado por la chiquillería de mi barrio. En Albacete era y es un día especial. En la actualidad es un botellón en la Universidad y poco más. Un asco de día, vamos. En mi infancia, no, porque era una jornada para disfrutar como Dios manda. Por la tarde, excepcionalmente, no había que ir al colegio: eran horas para estar con los amigos, salir al campo a merendar y comerse la mona, de la que sólo podíamos disfrutar ese día.

Como soy amigo de las palabras, ya de mayor, me dediqué a investigar la etimología de la fiesta y aprendí que el Jueves Lardero proviene de lardarius, es decir, “tocinero”. Es éste un adjetivo que a su vez, proviene del sustantivo neutro de la segunda declinación lardum-i que significa “tocino, grasa o manteca de cerdo”. Son evidentes las connotaciones cárnicas tan ajenas a la Cuaresma.

En Castilla-La Mancha, lo que es la mona de Pascua, al contrario que en otros lugares como Cataluña o Murcia no es tal, sino mona previa al comienzo de la Cuaresma que se celebra el jueves anterior al Miércoles de Ceniza. En tiempos pasados, tiempos de hambre, comerse un bollo dulce con un huevo cocido en medio no era algo pobre, como hoy en día, sino un bocado exquisito y lujoso. Como todo aquello previo a la Cuaresma, es costumbre hacer excesos para afrontar con ganas, penitencias y privaciones.

Pues nada, era terminar el cole al mediodía y ya estar dispuestos a salir a eso de las cuatro de la tarde con nuestro bocadillo y la imprescindible mona. Quedábamos a esa hora Felipe, el Adelo, el Cholín y un servidor en la puerta del colegio, que nos quedaba cercano con nuestro bocadillo, la mona, por supuesto, alguna bebida y chucherías variadas. Recogíamos a Domingo, que vivía al principio de la calle Granada y nos encaminábamos alegres a la Fiesta del Árbol o a un simple descampado con una mínima sombra y alguna piedra en la que sentarse. Y a jugar,  a reírnos, a hablar de tal o cual moza que nos gustaba o a poner a parir e imitar a don Paco o a doña Antoñita, a quien llamábamos “la bruja” y que nos enseñaba Lengua y Francés.

Reconozco, sin embargo, que a mí eso de la mona no me gustaba demasiado. Una de las manías de mi infancia era los huevos. Aun hoy en día no puedo ni verlos. Pasados por agua o fritos, no recuerdo el tiempo que llevo sin catarlos; cocidos, los tolero muy disfrazados, como suele ocurrir en una ensaladilla; en tortilla, si es de patatas y que no esté mocosa al cortarla, porque si no, se acabó. Por ello, rifaba el huevo entre mis amigos y siempre sacaba algo: una golosina, un poco de chocolate y, una vez, al Adelo, un duro.

En fin, día de recuerdos, día para ser niño y disfrutarlo, que se empezaba la Cuaresma y en casa, los viernes, pescado. 

Juan Carlos Vivó (@juancvivo) es profesor de secundaria, escritor y coach en formación, entre otras mil cosas.

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