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miércoles, 18 diciembre
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Sonia de Munck y Miguel Huertas en el Teatro Municipal de Tomelloso, una noche para recordar

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La Asociación Guillermo González regaló, una vez más, al numeroso público que asistió a Teatro Municipal de Tomelloso una noche de música, con mayúsculas. La soprano Sonia de Muck y el pianista Miguel Huertas, ofrecieron un recital de música y canciones, voz y piano, que hizo las delicias del respetable. Quienes tuvimos la suerte de asistir disfrutamos del saber de dos músicos excelentes que en algunos números llegaron a emocionarnos.

El vicepresidente de la asociación anfitriona, Miguel Huertas (padre del pianista), repasó en la presentación a la entidad organizadora del recital. Fundada en 1997 ha ofrecido más de 140 conciertos en estos 17 años, incluso una exposición de pintura. Huertas señaló la necesidad de socios en la Asociación Pro-Música Guillermo González.  A continuación presentó a los artistas, Miguel Huertas, de Tomelloso y Sonia de Munck, madrileña, de la que contó que era la segunda vez que actuaba en Tomelloso. La primera fue con  la ópera  Don Chisciotte, en noviembre de 2005, fue la inauguración del Teatro.

La voz y el piano (o viceversa) de los intérpretes, o tal vez fuese nuestro estado de ánimo, nos metió de lleno en el otoño. Cada uno de los espacios del recital nos rememoraba la estación en la que nos encontramos, en la que parece que seamos más receptivos a la belleza.

Comenzaron con la Inglaterra de comienzos del siglo XX  (hayas rojas, álamos amarillos, campiña agostada). Curiosamente con un compositor de Gerona, Albéniz y un arreglo para piano solo de Miguel Huertas de To Nellie. Ya con Sonia de Munck, el dúo completo interpretó dos canciones de Roger Quilter: Weep you no more y Now slepps the Crimson. El quinto de recital dedicado a esa parte de la Gran Bretaña acabó con Let beauty awake, de Vaugham Williams, sobre un poema de R.L. Stevenson.

Y de Inglaterra a Argentina. El país del sur suena a otoño. Buenos Aires sobre todo: calles largas y manos en los bolsillos, a pesar de que ahora están en la primavera austral, tan melancólica como nuestro otoño. El segundo quinto arrancó como el primero, con el piano solo: Preludio de Jordá. El piano y la voz continuaron por colleras con dos canciones de Carlos Gustavino, Milonga de dos hermanos, con texto de Borges y Pampamapa. Finalizaron el viaje porteño con la Canción a la luna lunaca de Alberto Ginastera.

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París, las hojas muertas (les feuilles mortes) sobre el pavés, el siglo XX en Francia. Miguel Huertas, no obstante dio un conveniente cambio al programa e interpretó el Preludio de Chopin. Majestuosa e inflexible la pieza nos conmovió. C, un poema de Aragón hecho canción por Francis Poulenc; Adieu de Gabriel Faure y Nuit d’Etoiles de Debussy, fueron los cantables de este recorrido por nuestro vecino del norte. Una verdadera noche de estrellas.

La lírica. La noche iba in crescendo y con el respetable entregado el pianista presentó la parte musical del cuarto quinto del recital: Rossiniana, un compendio de obras del italiano —que falleció en París—. Preciso encaje que el tomellosero presentará en el teatro Arriaga. Ambos intérpretes, Sonia de Munck y Miguel Huertas, nos pusieron los pelos como escarpias con Lascia ch’io pianga de Händel. Puccini y el aria de Musseta en La bohème, Quando m’en vo, pusieron el punto final a esta parte. El otoño seguía presente.

Y por último regresaron a España. Fantasía sobre temas de doña Francisquita, otro arreglo de Miguel Huertas de la zarzuela de Amadeo Vives. La Romanza de la Duquesa de Jugar con Fuego, zarzuela de Barbieri y Me llaman la primorosa, del Barbero de Sevilla, de Nieto y Giménez, pusieron fin a la parte programada del recital. En algunos momentos los intérpretes se nos antojaban Lorca y la Argentinita.

Torre de Gazate Airén

Tras la ovación del respetable, entregado completamente al dúo tras las dos horas regalándonos su arte y alimentando nuestro espíritu, interpretaron — como no podía ser de otra forma—  O mio babbino caro, que a algunos de los que había en la sala hizo apretárseles el chaleco.

Fue una noche para recordar.

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