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domingo, 24 noviembre
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Pajarracos, por Andrés Cañas

pajarraco

Confieso que todas las aves me parecen bonitas excepto aquellas de mayor tamaño, feas y con nombre desconocido. Es decir, aves a las que mi pequeño Sopena denomina pajarracos. Otra de las aves que sin ser grande ni fea me cae fatal es la Gaviota. Y no es que odie a ninguna en particular, hasta el extremo de desear su extinción, ni mucho menos. Sé que la naturaleza es sabia y seguro que, en según qué aspecto, a todas les otorga algún beneficio.

Pero como mi curiosidad por lo desconocido no tiene límite, sigo leyendo y veo que otra definición del palabro pajarraco es; «persona disimulada y astuta». Por lo que deduzco que a los individuos disimulados y astutos, esos que suelen pasarse de listos, si sus marrullas son descubiertas, llamarles pajarracos no es insultarles. Y como esas personas que usan la astucia por encima de su capacidad personal y aprovechan cualquier oportunidad para medrar, se trate de políticos con cargo, funcionarios puestos a dedo, banqueros sin escrúpulos, arquitectos iluminados, presidentes de inmobiliarias y clubes de fútbol, etc. con la que está cayendo no me queda otro remedio que referirme a ellos y la tropa de seguidores -ellos sabrán por qué- les ríen las gracias incluso les aplauden.

—¿Ya has visto como viene Alejandro? ¡Qué diferente! Con la imagen pobretona que daba cuando se marchó. —decía una vecina a mi esposa refiriéndose a quién había compartido con ellas vecindad y juegos de infancia

—Sí, ya lo he visto —respondió mi mujer— y cuando por educación le he saludado, mirándome con cierta indiferencia, me dice que casi no me conocía (ríen las dos). Claro que yo no tuve contacto con él aunque fuésemos vecinos de toda la vida. Nuestros padres si tenían trato, pero tú sabes muy bien que a mí nunca me gustaron las maneras de ser de Alex. Siempre me pareció un estúpido, fanfarrón, y si podía lo evitaba.

Alex era un hombre fuerte físicamente, sin estudios ni formación profesional alguna, pero tan vividor como el que más. Y como las tareas agrícolas le eran penosas, siendo aún joven se marchó a buscarse la vida en otra parte. Creo que tuvo suerte y se colocó en una gasolinera en las afueras de un pueblo de la provincia de Valencia. Al poco tiempo se supo que se casó con una hija del dueño del surtidor. Y como el suegro era una persona con influencia política, en las elecciones municipales de aquél pueblo lo puso en la lista del partido de sus preferencias y el pollo obtuvo una concejalía en el Ayuntamiento.

De tanto en tanto venía a su pueblo a visitar a la familia y aprovechaba para hacerse notar por sus logros entre sus paisanos, recorriendo bares y tabernas para no verse solo, ya que amigos en el pueblo dejó muy pocos.

—¡Hombre, Paco! Qué alegría verte. ¿Cómo estás? —dijo Alex a un viejo conocido tendiéndole la mano

—Hola, yo también me alegro de verte —le respondió cortésmente este paisano— Ya sabía que estabas en el pueblo, pero no te había visto. ¿Ese descapotable azul que hay aparcado en la calle es tuyo?

—Sí, y tuyo también. Lo tengo ya cierto tiempo —añadió— pero lo uso poco, ya que los concejales en nuestro Ayuntamiento, siempre tenemos un coche oficial disponible. Si te gusta y quieres probarlo, toma las llaves y das una vuelta con él.

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—No, muchas gracias. A mí me gustan los coches pero me conformo con llevar mi todoterreno y el tractor agrícola que tenemos en casa. Y a ti te deseo que lo disfrutes con salud.

La frialdad con que respondían los paisanos de Alex al saludo de éste, y el desinterés que evidenciaban al escucharle, no cabe duda de que todo era fruto de la antipatía que él mismo había acumulado antes de marcharse. También, porque algunos de los que mejor le conocían asociaban —con razón o sin ella— su inmersión en la política para enriquecerse, precisamente cuando el clima de corrupción está asfixiando a más de medio país.

Torre de Gazate Airén

De ahí que las visitas a su pueblo acostumbrara a hacerlas casi siempre solo y para pocos días. Su esposa y una hija que tenían se cansaron de acompañarle ya que, excepto para algún familiar cercano, para la gente del pueblo nunca dejaron de ser forasteras.

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