Toda actividad humana ha debido tener un comienzo en algún momento y una evolución posterior para adaptarse a los nuevos tiempos. Algunos oficios, como consecuencia del devenir de los tiempos, han ido desapareciendo o dando paso a nuevas formas de entender la actividad que desarrollaban. Imagino los primeros asentamientos en núcleos urbanos y como debieron ir surgiendo todo tipo de negocios y servicios nacidos de las necesidades que la comunidad demandaba y del ingenio de un emprendedor con la idea que las satisfacía.
Imagino ese primer generoso benefactor que abrió las puertas de su casa y sentó a un desconocido transeúnte a su mesa. Tras las viandas, no quiso aceptar la moneda de plata que el viajero le ofrecía en agradecimiento por su hospitalidad. La satisfacción que le produjo ayudar al transeúnte y la posibilidad de hacerlo en mayor medida, cobrando por los servicios prestados, le llevó a montar la primera taberna de la historia. La intervención de las autoridades —posiblemente, junto con la prostitución, el oficio más viejo del mundo— para sacar tajada de ello en principio, para proteger y regular derechos y obligaciones de usuarios, trabajadores y demás intervinientes después, solo era cuestión de tiempo.
El primer taxista debió ser el afortunado propietario de una pequeña carreta tirada a caballos que, con la generosidad que nos caracteriza, puso a disposición de la comunidad para lo que fuera menester. El proceso posterior debió ser muy parecido al del tabernero.
Hay una actividad humana que actualmente se comporta como si los primeros asentamientos de homínidos se estuviesen produciendo ahora: Internet y las empresas que han ido naciendo a su amor.
Es curioso ver como la tecnología corre y corre a toda velocidad. Es curioso ver como sectores económicos y empresariales, políticos, financieros, gerifaltes y autoridades de todo tipo y condición corren tras los gurús de las nuevas tecnologías como pollo sin cabeza. [Gurús tecnológicos: frikis que no tenían novia y se pasaban la vida en su garaje frente a un ordenador. Tras la adolescencia van todos en peregrinación a Silicon Valley, California, y montan allí sus empresas].
Las empresas hipertecnológicas actúan como si el mundo exterior —el que existe desde siempre tras la puerta de su garaje— fuese un planeta nuevo por conquistar. Un ser inútil, arcaico y desechable al que hay que enseñar a vivir, a dar sus primeros pasos; como si fuéramos bebés… o idiotas.
«… La aplicación permite reservar mesa en una casa particular. Con el nuevo sistema es posible establecer nuevas relaciones personales. Cuando un anfitrión convoca una cena establece un máximo de comensales, de modo que la mesa será rellenada con desconocidos. Esta startup reinventa el concepto de comer fuera»
«… La app proporciona el servicio conectando pasajeros con conductores particulares que con su propio vehículo realizan el servicio de transporte solicitado.»
—¡Oiga! ¿Pero ésto no es lo que hacía aquél primer tabernero o el tipo aquel que puso su carreta al servicio de la comunidad? ¿La reinvención en que consiste?
Consiste en que en lugar de colgar del llamador de la puerta una rama de olivo —o una escoba, no sé exactamente como iba eso— para que el transeúnte sepa que allí hay mesa para compartir, ahora se hace con el móvil. La novedad es que hemos inventado un sistema para que el tabernero o taxista aficionado [pirata], sin cualificación, autorización o control alguno ponga a disposición del consumidor su cocina o su coche particular. Nuestra app evita que este aficionado [pirata] se sienta un delincuente y tenga que ofrecerse por las esquinas como si de un vulgar camello se tratara.
Además, queremos resetear todo el sistema [resetear, para los que sí tenían novia: borrarlo todo, volver al principio] para que cuando las autoridades —que están como locos con nosotros, nos quieren como al pequeño de la familia y nos perdonan todo— quieran intervenir para sacar tajada de ello, para proteger y regular derechos y obligaciones de usuarios, trabajadores y demás intervinientes; para entonces, como digo, ya hallamos limpiado la era y conquistado el mundo que hay tras la puerta del garaje.
Hace mucho que las autoridades sacan tajada de este mundo que a los gurús tecnológicos no les sirve; hace mucho que se tienen protegidos y regulados los derechos y obligaciones. Este mundo se reinventa cada día y se deja la piel en los fogones o los ojos en la carretera para que su oficio sobreviva a la llegada de nuevos tiempos.
Nuevas tecnologías, sí; correr como pollo sin cabeza tras iluminados que no ven más allá de la pantalla de su ordenador, no.