¡La imaginación al poder! Gritos, sirenas, adoquines, grises, caos… Barbas, pelos largos, vestidos raros, dictadores, revolución… Bonitas canciones, bonitas palabras… Rancios y violentos mandamases. Viejas y acomodadas ideas atropelladas por una juventud que no teme nada, que quiere cambiar el mundo.
Dictadores que mueren. Miedos dormidos que despiertan. Fanáticos, violentos unos y lobos con piel de cordero otros, que avivan esos miedos. Rancios mandatarios que chochean, a los que, sin saberlo, se les han colado por la puerta trasera parte de esos jóvenes –ya hombres hechos y derechos– que siguen pensando que la imaginación y el poder deberían llevarse bien. Los miedos de unos y otros les harán moderar sus posturas.
Y fueron valientes. Y desecharon viejas y acomodadas ideas. Y superaron miedos. Y cambiaron los tiempos. Fanáticos y violentos perdieron la partida; nunca se fueron, pero sin el miedo de la gente no son nada. Y la transición se hizo.
Nadie es joven para siempre y, aunque lo intentaron, la imaginación y el poder nunca se llevaron demasiado bien. Dicen que el poder corrompe. Por eso se deben aprovechar los tiempos de cambio, en donde el poder aún es novato y la imaginación aún no está reñida con él, para curarse en salud, para tomar medidas profilácticas, para hacerle una especie de plan de pensiones que le asegure al poder la candidez cuando, por motivos diversos –enfermedades varias derivadas de su ejercicio o de la edad misma–, a sus mandamases les afloren viejas y acomodadas ideas, rancias e incluso violentas. Pero no se hizo.
«He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas». Caminos con cruces y bifurcaciones en donde se pierden unos y se encuentran otros; riberas en las que se atraca y nunca más se vuelve a embarcar.
Todos han querido tener la sartén por el mango. Algunos se han abrazado a la sartén y se quieren quedar con ella; se la quieren llevar a casa para cocinar solo lo que les apetece.
Y entre cruces de caminos y sartenes sometidas y expropiadas, la candidez se pierde y la imaginación se exilia.
El personal sigue caminando esperanzado; defraudado, pero creyendo a pies juntillas que la idea era buena. A pesar de los pesares. A pesar de que hostia que se escapa, hostia que se lleva.
–La transición y la Constitución es lo mejor que hemos hecho en siglos…
Ganar aquél partido no te garantiza victorias posteriores. Lo que has hecho bien no te inhabilita para reconocer y corregir errores. Nadie reconoce nada. Nadie se da por aludido. Cuando la mierda salpica miran para otro lado y buscan mierda en jardines ajenos.
Los que gritaban ¡la imaginación al poder! atracaron en una lejana ribera. Lejos de las universidades, de las fábricas, de los campos en los cantaban bonitas canciones y vestían ropas extrañas. Desde aquella ribera lejana anuncian catástrofes, meten miedo al ciudadano que, harto, comienza a darles en las manos para que suelten la sartén. Si se hubiese tenido miedo cada vez que rancios y violentos fanáticos gritaban ¡que viene el lobo! algunos no habrían ganado unas elecciones nunca.
El momento es complejo, las instituciones no funcionan. No se hizo profilaxis y, borrachos de poder, han ido ocupando parcelas que no les correspondían, apropiándose de sartenes que no eran suyas. Dicen que el poder corrompe…
Están ignorando, vilipendiando y puteando hasta limites insospechados a la gente joven. A la juventud, sus historias de grises y dictadores les suenan raras, lejanas. La juventud no comprende qué hace la imaginación en el exilio.
Y la historia se repite.
Viejas y acomodadas ideas atropelladas por una juventud que no teme nada, no se cree nada y no tiene deudas que saldar; que quiere cambiar el mundo y está dispuesta a hacer lo necesario para recuperar el futuro que les han robado.
Miedos dormidos que despiertan…