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martes, 5 noviembre
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Carta a Francisco Izquierdo

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Algo en la confianza de un hombre le obliga a adoptar una decena (a lo sumo) de decisiones relevantes en su vida.

Una de ellas es la del lugar en que habrá de cortar su pelo… porque el sillón de la peluquería se convierte en una suerte de diván que, como en el del mejor psicoanalista, uno se vacía para sentirse reconfortado y pleno de confidencias.

Desde hace muchos años, y sin obviar el compromiso por ningún tipo de circunstancia, quien esto suscribe se cita con el bueno de Francisco Izquierdo, historia y estirpe de la peluquería en Tomelloso, para que arregle su pelo con ese cuidado toque personal que aúna clasicismo y elegancia.

La profesionalidad de Izquierdo, preciso cirujano capilar que cuida su actividad con los instrumentos más adecuados, con el rigor de un artesano que en cada corte establece y marca su impronta, queda fuera de toda duda y su dilatada trayectoria le ha convertido, por méritos propios, en la referencia de la peluquería masculina de nuestra ciudad.

Atesora, además, Don Francisco una muy buena costumbre para aquéllos que continuamos afirmando (vaya usted a saber si acertadamente) que la tradición y las rutinas son dos de las mejores compañeras con las que el hombre puede suavizar el no siempre grato discurrir vivencial.

Y es que visitar su peluquería (alzada en uno de los más prestigiosos enclaves de la localidad) ofrece la posibilidad de participar (o escuchar, que es un arte poco practicado, pero igual de saludable) de una muy grata conversación con los ilustres habituales que pueblan las sillas de espera.

En las conversaciones, y haciendo más placentera la espera o el corte de nuestro cabello, se repasa la actualidad local (ahondando en los detalles más relevantes), los últimos acontecimientos deportivos (en especial, futbolísticos), los avatares políticos (ya sean de índole general o más cercanos) y, como no podía ser de otro modo, con la caballerosidad de los hombres antiguos (y de bien), porfiar y aventurar alguna maldición en las que, obviamente, la sangre nunca llega al río.

Será por eso que muchos tememos el día en el que (lejano esté) Francisco decida (merecidamente) colgar sus tijeras. E imaginamos, con tristeza y desolación, pasear por la calle de la Feria y encontrar cerradas esas puertas y no atisbar la imagen de espaldas del magnífico peluquero en el interior de su recinto.

Porque los fieles a Izquierdo sabemos que conviene no tener el pelo demasiado largo (aunque a algunos incluso les pudiera beneficiar estéticamente) ya que perder la oportunidad de acabar en su sillón es uno de los peores negocios que uno puede firmar.

Suerte, Don Francisco. Larga vida y que Dios le mantenga su pericia (no sabe lo que nuestros cabellos se lo agradecen).

Un habitual de los parroquianos de la Peluquería Izquierdo

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