Estamos hartos de ver en los medios de comunicación como aparecen día tras día nuevos casos de políticos, empresarios, banqueros o miembros de la realeza que, no contentos con sus sueldos, deciden introducirse en «mercados exteriores» a la legalidad para, de esta forma, saciar sus ansias de poder y de reconocimiento.
Por si fuera poco a eso hay que añadirle un sistema de justicia injusto más parecido a una atracción de feria por la que éstos se pasean sin pena ni gloria. La cárcel para ellos es un mero trámite que pueden solventar con solo un chasquido de dedos gracias a las cantidades ingentes de dinero que ya han robado.
Y eso si es que llegan a la cárcel, porque su status, su poder, y en definitiva el dinero que han robado, les permite literalmente estar por encima de la ley.
Llegados a este punto la frustración de la sociedad abarca ya no sólo los aspectos relacionados con la política sino también aspectos del propio individuo, de la propia persona que siente que la vida que tiene o que pueda llegar a tener en un futuro está en manos de una panda de malhechores, y que por mucho que luche por la defensa de la justicia siempre habrá unos pocos que, cegados por el ansia de poder, perjudiquen el bienestar del resto.
Llegados a este punto la riqueza y la corrupción de unos cuantos acaba con las esperanzas y las ilusiones del resto, que poco a poco empiezan a plantearse si serán ellos quienes estén equivocados.
¿Es esta la sociedad que queremos?
¿Qué poder tienen los ciudadanos para acabar con esta lacra?
¿A quién beneficia esta situación?
Alberto Arias Martínez, estudiante Administración y Dirección de Empresas