—Sí, ya sé que me equivoqué al depositar mi voto en la urna —decía con cierto enojo un joven, con barba de unos quince días, profesor de autoescuela—. Pero era tan penosa la política ejercida por parte de quienes gobernaban —seguía diciendo— que oídas las propuestas del candidato con mas posibilidades, le creí y le voté. ¡Quién iba a imaginar que todo lo que prometían en campaña era mentira! Y me duele más, porque animé a mis amigos y conocidos para que hiciesen lo mismo que hice yo y muchos me siguieron.
— Bueno, muchacho, no te pongas así —le respondía una persona de mucha más edad que la suya, con gafas y el pelo blanco, y creo que lo hacía con el único propósito de calmarle—. Conozco a gente que le ha ocurrido igual que a vosotros y habrá de aguantarse? ¡Qué remedio!.
— Hombre, como consuelo no está mal. Pero es que llevamos ya año y medio con un gobierno que lo prometía todo y cada día que pasa estamos peor. Por lo que no es extraño que la gente se impaciente y salga a la calle a expresar su descontento. ¿O es que a usted le parece mal que la gente se manifieste en la calle?
—Cómo me va a parecer mal, por dios. Igual que deseo que la autoridad competente actue con responsabilidad, a ver si la situación se normaliza pronto.
— Motivos para salir a la calle los hay. Pues yo creo que se está haciendo una política antisocial, capitalista, donde la estafa, el engaño con todo tipo de trampas tienen vía libre. Y los ciudadanos, hartos de ver la cadena de escándalos de corrupción que se están conociendo día sí y día también, manifiestan su rechazo al gobierno por lo mucho que se les exige, y lo poco que reciben a cambio.
—Claro, que tú eres muy joven. Pero quejas y protestas parecidas las ha habido y las habrá siempre. Lo peor sería que esta vez se les vaya de las manos y pasara de ser solo eso; protestas.
—Usted tendrá más experiencia que yo. Pero lo que está ocurriendo ahora es muy preocupante, ya que a la protesta de millares de familias estafadas, entre éstas las desahuciadas, se está sumando el personal de sanidad y educación públicas, estudiantes y profesores incluidos universitarios, trabajadores de diversos servicios sociales, policía, bomberos, funcionarios ¡hasta los de justicia!, y aún así a los gobernantes parece no importarle demasiado, porque algunos hasta se ríen.
—De momento «ellos» —como usted les llama— están aprovechando el filón que les abre el poder, cobrando sabrosos sueldos y sobresueldos, blindándose pensiones millonarias, al margen —claro—de los tramposos complementos o momios («ellos» dirán que legales) para enriquecerse mientras la pobreza mas absoluta alcanza cotas desconocidas desde hace más de medio siglo.
—Eso es lo grave. Pues asusta ver lo fácil que lo tienen unos pocos para hacer fortuna y domiciliar el dinero donde les place, mientras son cada vez más las familias que se quedan sin nada.
— ¿Y usted no cree, que siendo tan evidente el sucio hacer de los «presuntos» culpables de tan vergonzoso desaguisado político-económico, las autoridades competentes deberían corresponder al favor que recibieran en las urnas? Algunos no entendemos que después de llevar mas de treinta años con un régimen democrático —como se nos hace creer que es el nuestro— haya entre otros déficits el de que muchos jóvenes bien preparados, algunos con título universitario, tengan que marcharse a otros países por no tener futuro en el nuestro?
—Peor era en mis tiempos. Los jóvenes que crecimos con la dictadura, la mayoría sin escolarizar y por tanto con una formación deficiente, tuvimos que huir de lugares rústicos a otros sitios donde sobrevivir. Esperemos que ahora no se llegue a tanto.
—O sea, que según lo que deduzco de sus palabras, la solución estaría en cambiar de política, sobre todo económica, y cesar a los cargos públicos que sea menester, al tiempo de presionar al poder en la calle, sin violencia, eso sí, para que éste se enmiende e intente que los ciudadanos en general, mas pronto que tarde, podamos cantar victoria.
—Deduces bien. Y como veo que la charla ha servido para calmarte, me felicito doblemente; por haberte conocido y por haber hablado contigo. Ha sido un verdadero placer, muchacho.
— Yo también estoy contento de charlar con usted e igualmente agradecido. Espero que no sea la última vez.
Ambos se despidieron con un apretón de manos y un simple hasta luego. Muy buena señal.