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lunes, 18 noviembre
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Gimnasia mental, por Andrés Cañas

Ahora, a la vejez, después de pasar mas de tres cuartos de siglo, me vienen a la memoria recuerdos de cuando era un adolescente que hace que vuelva a revivirlos como si fuese algo todavía cercano y me alegro. Aunque sean simples anécdotas las escribo y así hago «gimnasia mental» muy recomendable – dice quién entiende – a mi edad. Por ejemplo; viendo un programa de televisión dedicado a los animales de compañía me hizo recordar que en casa de mis padres, en el pueblo, siempre tuvimos perro. Alguna vez creo que hasta dos. Pero de entrerubix todos, tuvimos uno pequeño de raza desconocida muy dócil y querido por toda la familia. Le llamábamos «kuki». Tenía el pelo de color paja con el hocico y las orejas negro, y una el lomo y buena parte del rabo también oscuro. Muy casero pero un poco golfo. Le gustaban las hembras y golfeaba hasta donde podía, ¡pues era tan pequeño…!. Gatos también los hubo y casi siempre mas de uno. Los gatos prefieren tener mas independencia que los perros. Y aunque aceptan menos caricias que los perros, se les quiere porque son muy útiles en las casas de labradores, generalmente de planta baja. Y es que en los amplios patios, el corral donde se guarda la leña, el pajar, el granero, …. son espacios donde suelen aparecer ratones constantemente y los felinos, desde pequeños, ejercen las funciones del mejor raticida no contaminante. Ya casados y con un bebé, en nuestra primera vivienda, tuvimos un hermoso gato blanco y negro que atendía por «Manolo». Este gato, además de agradecer las caricias que recibía de nosotros, como tenía una inteligencia brutal, cuando os íbamos a dormir desaparecía sigilosamente y poco antes de amanecer regresaba con sus necesidades cubiertas, se posaba en el poyete de la ventana de nuestro dormitorio y se ponía a maullar para que le diésemos entrada. Como yo tenía que madrugar para ir al campo, él reemplazaba al despertador. Le abría la puerta y después de «ronronear» entre mis piernas a manera de agradecimiento, como había velado toda la noche, se acomodaba a los pies de la cuna donde dormía nuestro niño y emocionaba verles dormir a los dos. Un día desapareció y no le vimos mas. Su ausencia nos costó aceptarla incluso hizo que derramásemos alguna lagrimilla.

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