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miércoles, 6 noviembre
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Errores graves, por Andrés Cañas

celdas

Ignoro si Caín era su nombre de pila, o no lo era.  Sí puedo decir, sin embargo, que en el pueblo se le conocía por ese bíblico nombre, o yo no conocía otro.

Tampoco sé si le llamaban así por haber cometido un crimen, como hizo el primogénito de Adán y Eva, o fue idea de algún pariente  cercano al observar que al poco de nacer, con los ojos bien abiertos, mantenía la mirada imperturbable y el familiar intuyera que ese crío podría hacer algo parecido de mayor. Yo que sé…?.  Pues la gente pueblerina ya sabemos cómo las gasta a la hora de endosar motes o sobrenombres a aquellos conciudadanos suyos que tengan algo que les distinga de sus semejantes.

Cuando conocí a Caín, siendo yo un adolescente y él ya había salido de la cárcel tras diez años recluido en ella, con lo que sin ser todavía viejo, a nuestro lado lo parecía.  Tal vez su imagen estuviese algo más deteriorada de lo normal a su edad, en lo que a su aspecto físico se refiere, por el remordimiento o pesadumbre que aún le perseguirían durante algún tiempo, por el hecho de haber delinquido tan brutalmente.

Caín, trabajaba con un carretón y un par de mulas, transportando cubas y odres de vino de las bodegas a la estación del ferrocarril.  Y al lado de la reata se le veía cabizbajo, aparentaba ser un hombre triste, solitario y algo distraído.  Se supone que su aspecto tristón se debiese a que las amistades que tuviera antes de cometer el error que cometió, así como las personas de su entorno más próximo, después de cumplir la condena y salir en libertad, aún le daban la espalda.  Muchos de ellos rehuían tratar con él sin reparar que ya había pagado con cárcel su equivocación y ahora necesitaba recuperar afectos e integrarse socialmente y volver a convivir con los demás nuevamente.

Sin embargo, a pasar de sufrir el rechazo de tanta gente adulta, sorprendía ver lo a gusto que se encontraba hablando con los todavía muy jóvenes y lo bien que lo pasábamos nosotros con él. No me importa decir que con el tiempo hasta llegamos a quererle.  Todo lo que nos contaba eran historietas y cuentos algunos muy divertidos.  También hacía dibujos muy graciosos que después de hacerlos nos los regalaba.

—¿Cómo es que sabe usted tanto, si dice que nunca fue a la escuela? —pregunta el que parecía más curioso del grupo de adolescentes que le escuchábamos.

—No creáis que sé mucho.  Es que tanto tiempo en la cárcel, como en la mili había aprendido a leer y a escribir, las horas que tocaba «patio», mientras mis compañeros de galería las gastaban paseando y hablando entre ellos, yo me lo pasaba en la Biblioteca leyendo o escribiendo, también dibujando, y aprendí mucho de lo veis que hago ahora.  Eso es todo.

Quisiera añadir, en honor a la verdad, que cuando alguien nos hablaba mal de Caín sin explicar los motivos que tuviese para hacerlo, como nosotros le teníamos por una bella persona, no comprendíamos el porqué de ese rechazo.  A nuestra edad nos encantaba estar con él y hablar, y escucharle, porque nos reíamos mucho con algunas de sus historias.

—No os fiéis de ese hombre de las patillas largas —nos advertía alguno de esos que le negaban el saludo— que ahí, donde lo veis, tuvo el valor de matar a un mozo de un tiro en un día de Romería y ha estado preso diez años.

—Que mató a uno y que ha estado muchos años en la cárcel, ya nos lo ha contado él —respondimos—.  Y que se siente feliz entre nosotros sobre todo cuando le pedimos que nos cuente alguna de las historias que sabe y ve que le prestamos atención, también nos lo dice y nos lo agradece.

Confieso, modestamente, que las «historietas» que nos contaba el «hermano» Caín, fuesen verdaderas o inventadas, aunque quisiera no las recordaría.  En cambio, ni que pasara mucho tiempo aún, jamás olvidaría un encargo que solía hacernos a todos, si le preguntábamos por cómo fue su vida en la cárcel.

—Mirar muchachos —nos explicaba— la cárcel es un lugar maldito donde nadie entra por gusto.  Pero se utiliza como subterfugio  para gestes que delinquen y expresan arrepentimiento diciendo estar dispuestos a reinsertarse y recuperar la libertad.  Como yo lo pasé tan mal, mejor que una explicación quisiera recomendar a todos vosotros algo que tiene mucho que ver con la capacidad de inteligencia de cada uno: «Si participáis de alguna bronca y notarais que el cabreo por ambas partes subiera de tono, abandonar; quedar como unos cobardes por huir, pero no matéis a nadie».

No sé si fue por casualidad o suerte conocer al «hermano Caín» en tan particular como oportuna circunstancia y de haberme sentido beneficiario de sus higiénicos consejos, si no que por mucho tiempo que pasara, su nombre no dejaría de sobrevivir en mi mas hondo recuerdo.

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