Ningún relato resulta más indicado para ilustrar la vida militar de los monjes calatravos que el de su propio origen, en los años que precedieron a las Navas de Tolosa y a la construcción de la fortaleza de Calatrava la Nueva. Aprovechando la ausencia del califa almohade, que se hallaba en África sofocando una rebelión, el rey Alfonso VIII envió una expedición en septiembre de 1194 para saquear la campiña andaluza. Formaron parte destacada del ejército los caballeros de Calatrava, a los que correspondió como parte en el botín 300 cautivos y muchos ganados y bienes. La respuesta musulmana no se hizo esperar, y el 1 de junio del siguiente año el califa pasaba el estrecho acompañado de un inmenso ejército de soldados almohades, árabes, zenetes, gomaras, negros sudaneses y hasta arqueros turcos. Todo hacía presagiar lo peor y el día 19 de julio se cumplió el peor pronóstico: la batalla de Alarcos, al sur de Ciudad Real, supuso una auténtica masacre para el lado cristiano. El campamento cayó íntegramente en poder de los almohades, y el propio rey Alfonso VIII solo pudo salvar la vida tras una ignominiosa y rápida huida hasta Toledo, junto al propio propio maestre de Calatrava y otros contados supervivientes de alto rango.
Miniatura medieval representando una batalla en plena Cruzada. De la Histoire d’Outremer, por William de Tiro
Espectacular entrada al castillo. Autor: Bambo
Tanto la Orden de Calatrava como la de Santiago estuvieron presentes junto a sus tropas en la refriega, pero fueron los primeros quienes más sufrieron las consecuencias de la derrota. Además de numerosas bajas entre muertos y cautivos perdieron la fortaleza de Calatrava la Vieja, la sede principal de la Orden (hoy todavía visible en el término de Carrión de Calatrava), y con ella las extensas posesiones que constituían su dominio desde Sierra Morena hasta los Montes de Toledo. Casi todos los defensores de Calatrava fueron pasados a cuchillo mientras los supervivientes se refugiaban en Ciruelos, unos 10 km al sur de Aranjuez, y sus superiores se esforzaban por cubrir el vacío de hombres y bienes tras el desastre convocando una llamada general de la Orden, a la que por suerte acudieron numerosos voluntarios. Parecía que los calatravos podrían contarlo. Pero lo más urgente a partir de entonces sería encontrar una sede nueva, una sede ubicada donde fuese más necesaria su presencia y desde donde se pudiese controlar más activamente los movimientos del infiel.
El choque de los dos ejércitos. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)
Este fue el inicio de la avanzada que terminó con los monjes en la entrada del desfiladero del río Jándula, 55 km al sur de su antigua capital y donde hoy se sitúa su fortaleza más espectacular. Con este fin, en plena tregua firmada con los almohades, los monjes-soldado de Calatrava enarbolaron las armas y partieron con un contingente de 400 caballeros y 700 peones, adentrándose profundamente en territorio enemigo para dar un auténtico golpe de mano a los musulmanes de Sierra Morena: el asedio y la toma de Salvatierra. La aventura tuvo éxito y allí se instalaron finalmente, convirtiendo esta fortaleza aislada dentro de territorio islámico en casa madre de la Orden y permaneciendo allí durante todo el periodo que durarían las treguas. Hoy sus ruinas son todavía visibles desde la fortificación de Calatrava la Nueva, y en honor a su nombre los calatravos cambiaron el suyo para denominarse a partir de entonces caballeros de la Orden de Salvatierra, término que estuvo vigente al menos en la documentación de esos años.
Castillo de la Orden de Calatrava en Alcañiz, hoy parador de Turismo. Autor: Druidabruxux
Caballeros e infieles en la Primera Cruzada. Obra de J.J. Dassy, 1850
Acabada la tregua en 1210, en mayo del año siguiente pasaba el estrecho de Gibraltar un nuevo ejército islámico, que avanzaba hasta concentrarse en Sevilla. Y de aquí partía el 15 de junio hacia Salvatierra, guarnecida aún tenazmente por los caballeros de Calatrava. Éstos, muy inferiores en número, esperaron allí a pie firme la llegada del descomunal ejército. Primero resistieron en la explanada frente al castillo, y luego se hicieron fuertes en la misma villa hasta que, inútiles todos sus esfuerzos, no tuvieron más remedio que encerrarse en la fortaleza y prepararse para un largo asedio. Los almohades atacaron las murallas infructuosamente durante 51 días, efectuando frecuentes acometidas y batiendo los gruesos muros con catapultas y demás máquinas de guerra, mientras los sitiados solicitaban un socorro a Alfonso VIII que el rey no estuvo en condiciones de prestarles. Solo tras autorización real los de Calatrava accedieron a capitular, firmando un acuerdo con el califa almohade que les autorizaba a salir y partir con su vida a salvo y llevando consigo cuantos bienes pudiesen transportar. Todo terminó nuevamente para los calatravos, pero lo que no sabían es que la resistencia de Salvatierra (hoy en el término municipal de Calzada de Calatrava) había permitido a los castellanos ganar un tiempo precioso y ultimar sus preparativos para la gran batalla que tendría lugar el año siguiente, sin duda una de las grandes victorias cristianas en los ocho siglos de Reconquista hispánica: las Navas de Tolosa.
Restos de la fortaleza de Salvatierra, frente a Calatrava la Nueva. Autor: Zubitarra
Aunque se conoció también en su tiempo como batalla de Baeza, hoy se sabe que el choque de las Navas de Tolosa se libró en lo que hoy es término jienense de Santa Elena, el 16 de julio de 1212. El ejército cristiano se componía de una alianza de huestes de Castilla, de Aragón y de Navarra bajo el mando absoluto del mismo Alfonso que había caído en Alarcos, además de cruzados extranjeros y las milicias de cuatro órdenes militares: el Temple con su maestre Gómez Ramírez; San Juan con su prior Gutierre Hermenegildo; Calatrava y su maestre Rodrigo Díaz de Yanguas, y finalmente Santiago con el maestre Pedro Arias. Estos personajes no eran solo figurantes, y además de su valor en ataque hacían las veces de asesores tácticos del rey en cada batalla. Por su parte los caballeros freires constituían el núcleo más fuerte del ejército, ya que se destacaban tanto por la completa protección de sus jinetes y caballos como por el adiestramiento de ambos; la táctica en aquella época consistía en lanzar una única y decisiva carga, aunque ya por entonces existía una cierta tendencia a utilizar equipamiento más ligero y caballos árabes, más pequeños y ágiles que el europeo. Debido a ello se utilizaba normalmente a los freires como caballería pesada y punta de ataque para romper las filas contrarias, y así fue también en esta ocasión, formando el centro de la hueste durante aquella jornada bajo el mando del conde don Gonzalo Núñez de Lara.
Carga de la caballería pesada medieval. Obra de Paolo Ucello (1397-1475)
Caballero del siglo XV durante una carga. Recreación histórica. Autor: David Ball
Las armas y armaduras que utilizaban eran similares a las usadas en toda Europa: espadas, lanzas, cascos de acero y escudo. El hábito de los caballeros calatravos era una túnica de color blanco con capucha, inicialmente sin cruz y siempre más corta que la de los clérigos para facilitar la cabalgada. Por encima utilizaban un largo manto carente de mangas casi idéntico al de los templarios, aunque sin cruz, como la túnica, y a veces una capa forrada de piel. La armadura era siempre negra. Pero las tropas movilizadas por las órdenes militares no se basaban solo en caballeros freires; en ellas se integraban también exploradores y servicios de espías, normalmente siervos residentes en la zona, y cuyos conocimientos del terreno aportaban al ejército noticias valiosísimas acerca de las fortalezas o los movimientos del enemigo. A ellos se sumaban los sargentos, que actuaban como escuderos o sirvientes de los caballeros, y también los vasallos laicos de la Orden en las diferentes encomiendas. Éstos últimos venían acompañados por sus respectivas mesnadas a pie compuestas tanto de mercenarios profesionales como de labriegos incultos, y armados por lo general con lanzas, arcos, hondas y hachas.
El asalto a las murallas de la fortaleza. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)
La batalla fue dura. Los templarios perdieron a su maestre, y el de Santiago, don Pedro Arias, quedó tan malherido que murió a los cinco meses como consecuencia de sus heridas. Por su parte los freires de Calatrava fueron diezmados y su maestre Rodrigo Díaz perdió un brazo, lo que le hizo dimitir de su cargo al verse imposibilitado para luchar en el futuro junto a sus hombres. Pero a pesar de estos reveses el ejército musulmán fue detenido, derrotado y puesto en fuga. Y con la desaparición de la amenaza almohade las tierras que se habían perdido con el revés de Alarcos volvieron a recuperarse, y los calatravos fijaron los ojos en un castillo frente a Salvatierra, en la cima de un cerro cónico y admirablemente situado para resistir cualquier ataque. El castillo tenía por nombre Dueñas, y junto a sus tierras fue donado algunos años antes a la Orden por la familia de Don Rodrigo Gutierrez Girón. En 1201 el rey confirmaba a los calatravos la propiedad íntegra, de modo que tras la exitosa campaña de Las Navas comenzaron los preparativos para la ampliación y mejora de sus fortificaciones, verdadero nido de águila que aún hoy impone al visitante por el grosor de sus muros y su inaccesibilidad.
Patio interior de la fortaleza de Calatrava la Nueva. Autor: Valdoria
Recreación de un caballero de Calatrava. Autor: Kalatravo
Las obras llegaron a término en poco más de cuatro años (1213-1217) gracias al uso de infinidad de cautivos del malparado ejército almohade. Y aunque la vecina Salvatierra siguió en poder musulmán hasta 1226, una vez levantada la fortaleza los de Calatrava la convirtieron en la nueva y flamante sede de la Orden. Se la llamó Calatrava la Nueva, todo un símbolo y un logro al tesón demostrado durante casi veinte años desde la pérdida de su antigua capital junto al Guadiana. Y logro además por doble partida: pues la presencia de los calatravos se demostraría no solo eficaz para la repoblación de las tierras recién reconquistadas, sino también de gran valor estratégico en la tarea de controlar los pasos de Sierra Morena y el importante camino que unía Toledo y Andalucía, todavía en poder musulmán.
Continuará…
La Batalla de las Navas de Tolosa. Pintura al óleo de Francisco de Paula Van Halen, (1814-1887)
Recreación histórica de los caballeros calatravos en plena batalla. Autor: Jose María Moreno García