Artículo enviado por Gema Cepeda Grande
Por ejemplo, me llamo Rosa y mi hijo Pedro; al igual que podíamos llamarnos Ana, Beatriz, María, Carmen, Raúl, Ignacio, Juan, Vicente, procedemos de un lugar cualquiera. Voy a relatar una historia que no sé si es fruto de la casualidad, del destino, o simplemente tenía que suceder. Lo que está clarísimo es que es real, no tiene nada de ficción ni de fruto de la imaginación.
El timbre del teléfono de mi móvil, comenzó a sonar, con su ruido característico pidiendo con urgencia ser atendido.
Miro la pantalla, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, sabía de dónde provenía la llamada, era un número con más cifras de las correspondientes.
El lunes, a las cuatro de la tarde debía ingresar en un hospital cualquiera para someter a mi hijo Pedro a una delicada intervención quirúrgica.
Sólo disponía de 24 horas para hacerme la idea y preparar todo lo necesario para el ingreso de Pedro.
Sabía que tarde o temprano ese día llegaría, no quería pensar, como un autómata comienzo los preparativos. Doy la noticia a familiares y amigos que considero que deben estar informados.
El lunes, cerca de la hora indicada, acompañada de mis hermanos procedemos hacer el ingreso en el hospital señalado, nos dirigimos a admisión de pacientes y un profesional nos acompaña a la habitación indicada y guardada previamente.
Al llegar a la habitación, nos encontramos que en una de las camas yacía un enfermo.
Un varón de 56 años, alto, robusto, cabello escaso y canoso y unas gafas con una forma muy característica. Inmediatamente su educación hizo acto de presencia, nos pregunta, que si apagaba la tele, bajaba la persiana, corría la cortina….
Ajena a todos esos detalles y el pensamiento lejos de lo que estaba pasando, le comento que no nos molestaba nada. Pasado un rato, mis hermanos se marcharon y nos dejaron solos a mi hijo y a mí deseándonos mucha suerte y prometiendo llamar muy a menudo.
Mi hijo en la cama, con su pijama de hospital, varias enfermeras bordeándole, colocándole todo tipo de enseres necesarios para llevar a cabo una intervención quirúrgica y precisos durante la instancia en un hospital.
Permanecía sentada en una banqueta, cabizbaja, pensando en el hospital como institución, donde se prevenía, diagnosticaba, se trataba todo tipo de enfermedades y a veces hacia función de hotel, escuela y asilo. El olor característico que se respira en dichos centros no es muy agradable y acompañado de esta inquietud, incertidumbre y miedo no van a ser los mejores días de mi vida. Es lo que me tocado y todo saldrá bien, estoy segura.
Pasada una hora, el “vecino”, como pasamos a llamar familiarmente al enfermo contiguo, se levanta, se dirige a Pedro y le dice con una gran sonrisa:
—Hola, me llamo Pepe, y tu nombre chaval, ¿Cuál es?
—Pedro ¿Qué le pasa señor?
—Llámame Pepe, a partir de ahora soy tu nuevo amigo, que te va a acompañar, en esta nueva aventura que te ha tocado vivir ¿Sabes? Eres muy guapo al igual que tu madre.
Acto seguido le empieza a relatar a Pedro, toda su historia de forma amena, entretenida y con un toque de humor. Su intervención y efectos secundarios que le han obligado a permanecer 21 larguísimos días ingresado.
El chaval, como pasó a llamarse en ese momento, cambió el gesto de la cara y las facciones se suavizaron, Pepe fue capaz de arrancarle una sonrisa y cambiar su visión de la estancia en el hospital.
A las ocho, varios médicos se presentan en la habitación a inspeccionar a Pepe, le comentan que puede ya marcharse a casa, y él les dice muy afligido que se queda un día más, no se encuentra bien, mirando a Pedro con una sonrisa de complicidad.
La noche trascurrió tranquila, nada destacable. El martes amaneció nublo, lloviendo, oscuro.
Pensé: “el día esta como yo”.
A las nueve, un grupo de profesionales sanitarios, llegan a por Pedro, la hora ha llegado.
Pepe se dirige a la camilla del chaval y le dice:
—Mírame a los ojos, yo tengo un amigo aquí, anoche hable con él, le pedí por ti, y me aseguro que todo va a salir bien, te cuidara y protegerá.
Mi hijo, en un susurro entre abriendo los labios dijo:
—¡Gracias!
Al llegar a la puerta de los quirófanos, me dicen, que no se puede avanzar más, que espere a ser llamada en una sala destinada para dichos fines.
No sabría explicar con palabras, ni con hechos lo que se siente al dejar a un hijo en la puerta del quirófano, te dan ganas de volver, pasar y sacarlo de allí, fueron mis últimos pensamientos, antes de abandonar la zona quirúrgica.
Transcurridas tres horas, se oye lo esperado:
—Familiares de Pedro, acompáñenos
Todo el proceso había resultado genial, fenomenal: según lo esperado. Ahora tocaba recuperarse y volver a la normalidad. Unas horas en cuidados intensivos y volvería a planta.
Decidí ir a contarle a Pepe las buenas noticias. Cuando lleguo a la habitación lo encuentro sentado, serio, con la cabeza inclinada hacia abajo y sus grandes brazos rodeando sus rodillas.
Pregunté a su mujer:
—¿Qué le ocurre a Pepe?
—Nada chiquilla, no te asustes, simplemente lleva orando desde que tu hijo entro en el quirófano.
Grandes lagrimas incontrolables me arrasaron los ojos, comenzaron a rodar por mis mejillas, era un acto tan emotivo, un absoluto DESCONOCIDO se tomo la molestia de rezar por mi hijo y recomendarlo a su amigo. La BUENA GENTE existe, esos DESCONOCIDOS que nos hacen desconfiar pueden ser la caja de Pandora tan buscada y ansiada.
Pepe, ese día volvió a recibir el alta a su domicilio y de nuevo se vuelve a quejar de que no se encuentra bien, sufre dolores necesita más días de hospitalización.
A media tarde, Pedro regresa a la habitación, Pepe le alaba, le dice lo valiente que es, lo maravilloso que todo se ha dado y le recuerda que su amigo le ha ayudado.
Yo no me quería alejar de mi hijo quería permanecer a su vera, “el vecino”, me obliga a marcharme a cenar, me resisto, su insistencia me obliga a obedecer.
Cuando regreso encuentro a Pepe, sentado en un taburete a los pies de la cama de mi hijo, velando por él. Esta situación se repite infinidad de veces, si voy al baño, a por un café, a fumarme un cigarrillo, a comer, al regreso la misma imagen, velando a los pies de la cama. Y solo es un desconocido.
La noche del martes, no se parece a la anterior, es mas movida, luces encendidas, enfermeras entrando y saliendo continuamente, Pedro quejándose y el “vecino” haciendo gala de su paciencia no se queja de nada, todo lo comprende y se solidariza con mi hijo. Vuelven a ser cómplices.
Amanece el miércoles, soleado, alegre sintiéndose cómplice de Pedro, rebosante de buenas noticias y dichas.
Pedro despierta, aturdido, había descansado pocas horas y la noche había resultado un poco inquieta. A pesar de ello, se encuentra mucho mejor, completamente consciente y con ganas de reír y de hablar.
Su recuperación estaba siendo maravillosa, y yo no me sentía sola, tenía a “el vecino”, Pepe, preocupado en todo momento del bienestar de mi hijo.
El equipo m´wdico que atiende a Pepe, pasa a la habitación, él se levanta y dirigiéndose a ellos les dice:
—Prepararme el alta a casa, hoy me encuentro estupendo, mis dolencias han desaparecido.
Comienza a preparar su maleta a guardar sus ropas y demás ajuares, llegado el momento de la despedida, se acerca a la cama de mi hijo y le dice:
—Te voy a enseñar una fotografía del amigo que te comente que tengo aquí, al cual te recomendé y te dije que no tuvieras miedo que estabas en buenas manos, a ver si eres capaz de recordarlo entre todo el personal que te atendió en el quirófano.
Pepe, muy lentamente, tranquilo, orgulloso del trabajo que iba a realizar, busca en el bolsillo de su chaqueta su cartera.
La abre, y todo radiante de felicidad, muestra la fotografía de su amigo a mi hijo, él cual todo interesado abre sus grandes ojos, para intentar recordar quien estaba en esos críticos momentos y así poder localizarlo y ubicarlo mentalmente.
¡Qué gran sorpresa nos llevamos ambos! No sabíamos si reír o llorar, el amigo era una estampa de Jesús de Nazaret, con una túnica morada en tono fuerte, un brillo especial en sus ojos y la expresión de su cara invitándonos a alabarlo, venerarlo e incluso a creer en él.
Mi hijo y yo nos miramos, empezaron a rodar lágrimas de alegría por la cara de ambos. Jamás nos imaginábamos que ese amigo tan especial de pepe, al que tanto respetaba, y al que tanto pidió, no fuera de carne y hueso, al cual poder dar las gracias por ser mi hijo “el enchufao”, el recomendado, y poder agradecer todo lo bien que se había portado durante todo el proceso.
Pepe, sin darse mucha importancia, guarda la fotografía de su amigo y nos comenta:
—Es un amigo mas, solo le pido cuando lo necesito y le agradezco lo bueno que me ocurre, le doy las gracias por levantarme cada mañana y poder ver brillar el sol un día más. Cuando lo encontré, yo atravesaba un mal momento laboral, él se cruzo en mi camino, lo cobije y arropé , acto seguido encontré trabajo, vamos ya para quince años sirviendo a mi empresa.
Llego el momento de la despedida, intercambiamos números de teléfono, realizamos la promesa de celebrar la mejoría de mi hijo, con una gran comida.
Puedo decir que pepe y yo no sé si posteriormente seremos grandes amigos, o si, la vida decidirá y nos guiara, armas tenemos para seguir luchando por ese lazo de afectividad, si que afirmo que un DESCONOCIDO y yo vivimos momentos de gran sufrimiento, los compartimos, nos ayudamos y nos consolamos. Teníamos en común solo una habitación de un frio hospital. Siempre dicen que las amistades son verdaderas, cuando en los malos momentos están ahí, sin necesidad de buscarlas, yo tengo claro que algunos que dicen ser mis amigos, no me ofrecieron el apoyo que necesite y un DESCONOCIDO fue capaz de remover el alma de mi hijo y el mío, con sus hechos y acciones.
Pepe, me confesó que no se sintió mal en ningún momento, solo fingió una supuesta enfermedad, para no marcharse del hospital sin saber si su amigo había actuado correctamente con mi hijo, para ello se sometió a nuevos análisis de sangre, nuevas pruebas, nueva medicación y todo ello sin necesidad. Y no era mi amigo, ni presumía de ello, era solamente un completo DESCONOCIDO. Y su obra no acabo, continuo durante varios días llamando a mi hijo, para ver como se encontraba y desearle pronta mejoría.
Actualmente, la frase de cada día, es que no debemos fiarnos de nadie, que todo el mundo lleva malas intenciones, puedo afirmar y afirmo que la BUENA GENTE, existe. Hay personas que llevan un ángel dentro, con toda la disposición a merced de quien la necesite.
No sé si pepe, me fue enviado desde la tierra o desde el cielo, hizo una gran labor por mi hijo, acto que nunca olvidare, y que cuando recuerdo no puedo evitar que las lágrimas me fluyan solas, sin necesidad de llamarlas, un nudo en la garganta que no es posible deshacer y un sentimiento de agradecimiento que no encuentro bien material con el cual poder devolver el favor recibido.
Mi hijo, siente y piensa como yo, repite a menudo lo que vivió con pepe, lo cuenta a sus amigos, se emociona al recordarlo. Una misma frase me la ha dicho tantas veces que me la se de memoria:
—Mama, pepe era para nosotros un completo DESCONOCIDO
No sé si es porque existen muchas personas denominadas pepe, o porque la naturaleza les ha dotado de un carácter y una pasta especial, puedo afirmar que los pepes por unas cosas u por otras son unos seres especiales.