«Hasta el infinito… ¡y más allá!»
¿Recuerdas? Esto fue lo que me dijiste hace unos días cuando fui a buscarte a casa. Llevabas una gorra roja nueva, una mochila llena de dinosaurios, en una mano Woody y en la otra Buzz. Yo iba a recogerte y tú no necesitabas saber mucho más, diste un beso al aire a tu mamá y a tu papá y saliste corriendo por la puerta de vuestra casa gritando «hasta el infinito y más allá»….
No necesitabas saber mucho más, digo, ibas a pasar un rato conmigo y todo era posible en nuestro pequeño mundo.
Hasta el infinito…. ¡y más allá!
El infinito, Carlos, es lo que sucede cuando una deja de mirarse los pies.
El infinito es lo que pasa cuando se percibe que hay más, aparte de los límites que me autoimpongo -algún día estudiarás los límites en matemáticas y te enseñarán que algunos tienden al infinito, y a lo mejor entonces empiezas a entender lo del infinito; o igual no-.
El infinito a veces puede ser finito, alcanzable -creemos-. Esto es cuando a los mayores nos entra miedo a lo desconocido y le ponemos techo al cielo, puertas al campo y cuerdas al mar, pensando que así lo tendremos todo bajo control. Pero suele ser que no.
Hasta el infinito…. ¡y más allá!
Tenía que venir un dibujo animado, Buzz, a decir a los niños la gran verdad sobre la conquista del infinito que los mayores no entendemos. Más allá.
Tenías que venir tú, con tu gorra nueva roja, tu mochila llena de dinosaurios y tus amigos Woody y Buzz a hacerme ver que sin ni siquiera intentarlo, no se puede lograr.
Tal vez sea eso el infinito, la ausencia del miedo. Poniendo límites no se alcanzan las cosas, sino lanzándose a la aventura de conquistar lo que está por llegar.
Más allá, siempre más allá.
Feliz cumpleaños Carlos