La cabecera de éste espacio se corresponde con el nombre de pila de un hombre al que conocí desde niño y admiré siempre, aunque no tuve tiempo para conocerle algo mejor, ya que la fatalidad se cruzó en su vida y murió precozmente en accidente laboral. De lo que sí estoy seguro es de que mi admiración por «el hermano Sinforoso» (entonces se acostumbraba a anteponer como adjetivo la palabra hermano al citar el nombre de la gente adulta) era igual a la de muchos de los que le trataban de cerca y conocían su capacidad de servicio, su voluntariedad y sobre todo su lealtad a quienes confiara en él, a pesar de aparentar ser una persona más bien distante.
Éste hombre era un experto «alcoholero» que ejercía de destilador con cargo de mayoral en una pequeña fábrica de alcoholes neutros, también llamados holandas o «lisos», extraído del orujo de uva una vez prensado y conservado para su uso. Era una destilería (digo «era» porque ya no existe) ubicada frente a la vivienda donde nacimos los cuatro hermanos que somos.
El hermano Sinforoso, por ser unos años mayor que mi padre, no fue a la guerra, y como sabía lo muy apreciado que era en mi familia y ese año nuestro padre estaba en el frente, si en algún momento necesitábamos ayuda, nos tenía dicho que recurriésemos a él.
—Hermano Sinforoso; que dice mi madre que nos entierre usted estas patatas y ésta cebolla en las brasas de la «hornilla» para que asen, que esta noche quiere hacernos «machacón» para cenar.
—Déjalo todo ahí, en el poyo, que ahora voy. —me contestó desde el brocal de unos depósitos a punto de llenarse.
Igual hacíamos con todo lo que admitiera un asado a la brasa, bien fuesen boniatos, castañas o bellotas de Los Pedroches incluso zanahorias o algarrobas de las que comían las mulas en tiempos de escaseces, ya que ambas asadas o cocidas incluso crudas iban muy bien para matar el hambre.
—Andresín —él me llamaba así desde siempre— recuérdale a tu madre que cuando vengáis a por las patatas os de un cubo que os eche lumbre para el brasero, que no paséis frio. Que la brasa de la hornilla hace muy buen rescoldo y el calor dura muchas horas.
Como él también tenía hijos más o menos de nuestra edad, comprendía la dificultad con que se encontraba mi madre para acudir a todo ella sola. De ahí que la confianza depositada por mis padres en el hermano Sinforoso, aunque él no entraba casi nunca en nuestra casa, nos abría los brazos para que le utilizásemos, como «recurso de protección», en cualquier momento.
Y es que era una persona tan servicial, tan voluntariosa y sobre todo tan humilde, que a pesar del tiempo transcurrido, al recordarle me vienen a la mente imágenes suyas inolvidables.
Sirvan estas líneas, si no para otra cosa, sí de sencillo pero emotivo homenaje a su memoria.