Quizá su belleza nos impresiona tanto porque sólo dura minutos, efímeros instantes que se deslizan entre sombras y claridades. Vivimos en un lugar extraordinario: con sus claroscuros, sí, pero también con la fortuna inmensa de presenciar los amaneceres y los atardeceres magníficos que se pintan sobre La Mancha… y, más concretamente, sobre el cielo de Tomelloso.
Tal vez su espectacularidad se deba a su brevedad; cada momento, único, irrepetible. Siempre distintos tonos, siempre matizados con nuevos colores que se elevan y se desvanecen con suavidad, como si el cielo estuviera en continua confesión. Disfrutar de esas luces —tan pasajeras como intensas— es un lujo que nos recuerda lo afortunados que somos por habitar esta tierra.
