Queridos vecinos de Tomelloso, muy buenas noches a todos. Estoy feliz de verdad de estar aquí. Alcalde, Corporación Municipal, compañeros, responsables de la Policía y de la Guardia Civil. Muy buenas noches a todos, muchísimas gracias por vuestra invitación. De verdad que es un honor pregonar estas fiestas.
Da gusto ver esta plaza tan llena de gente, tan viva. Da gusto ver una sociedad civil tan vibrante. Hacer de pregonera, aunque no lo parezca, es un oficio que tiene cierto riesgo. Me explico, no me voy a poner muy seria, pero cuando me llamaron de Tomelloso busqué en la Real Academia el término pregonero y lo define como el que divulga algo que es ignorado. Y por eso asumo que a partir de ahora, fuera de aquí, hablaré a todo el que quiera escucharme de las bondades de este lugar y de estas fiestas, después de un día, tengo que reconocerlo, tan agradable como el de hoy, me va a resultar muy fácil.
Pero ¿qué os voy a contar aquí a vosotros que sabéis de Tomelloso todo lo que yo desconozco? Incluso aunque hubiera nacido en esta tierra. A ver, si me da por halagar el vino y lo que os gusta es el brandy o el mosto, creo que ahí diga lo que diga, no me voy a equivocar, ¿verdad?
Bueno, podría ser más conveniente, para que esta pregonera salga bien librada, halagar a quien la escucha, o sea, a todos vosotros. Lo que vulgarmente se entiende como hacer la pelota, deciros lo guapos que habéis venido, que es verdad, lo bonita que habéis puesto a la Virgen, que es que salta a la vista. Ojo, esto de hacer la pelota requiere también de cierto ingenio, no puede ser algo muy obvio porque eso suele ser contraproducente y en los pueblos acabas en el pilon.
Bueno, este era el dilema cuando me puse a escribir este pregón. ¿Qué puedo decir yo de Tomelloso que los tomelloseros no sepan? ¿Qué puedo decir de ellos o de sus fiestas que les resulte al menos agradable al oído? Y la respuesta me la ha dado mi día a día, mi trabajo esta última semana.
Con una parte, una buena parte de España ardiendo, un fuego en Toledo, aquí al lado, en Cáceres, en Galicia, en Madrid, en mi tierra, en Castilla y León, en Ávila. Cuando ves cómo se consume lo que conoces, lo que has vivido, el paisaje que guarda tus recuerdos, tus raíces, se caen las lágrimas, se parte el alma. Creo que todos lo hemos vivido y lo hemos padecido con ellos estos días, con el corazón en un puño.
¿Cuántas veces hemos hablado esta semana de la España rural, de la España vaciada, de la España abandonada? Personalmente he perdido la cuenta. Claro, tampoco puedo recriminarle al que se fue del campo a la ciudad, porque cada cual tiene derecho a llevar su vida como buenamente puede o quiere.
¿Por qué deja la gente el campo o la agricultura? ¿Se va porque el trabajo es duro? Por supuesto, lo es durísimo. ¿Qué os voy a contar a vosotros? A lo mejor no es comparable, pero también es duro levantarse a las 6 de la mañana en un piso de 60 metros cuadrados en el que con mucha suerte tienes un árbol en la acera que separa tu casa del vecino y además cuesta una fortuna.
Aquí os rodea una tierra ocre que pinta maravillosamente Antonio López y un cielo limpio y profundo. En fin, que cada cual tiene sus razones, pero hay una importante. Dejamos nuestros pueblos o las pequeñas ciudades buscando oportunidades que no encontramos en ellas. Los pueblos mueren porque la gente se va, porque no la dejan o porque no puede vivir en ellos.
Y aquí no. Esto es algo que no ha ocurrido aquí, en Tomelloso. Algunos se habrán ido y vuelven en Navidad y en verano y en la romería de la Virgen, en estas fiestas de la Vendimia, y otros habrán venido de nuevas, en fin, la vida misma. Pero aquí, a diferencia de otros pueblos ya tristemente perdidos, la gente se queda. Aquí hay oportunidades de empleo, de crecimiento, aquí, en Tomelloso, hay valor, aquí hay futuro, hay vida.
Seréis la España rural y con mucho orgullo porque a todos nos encantan nuestros pueblos. Pero ni sois la España vaciada, un término horroroso, ni sois la España abandonada, y eso esta noche me gustaría celebrarlo con vosotros.
No es fortuito, estáis aquí porque en esta tierra, en Tomelloso, habéis dado con el secreto o con la llave para que vuestra principal forma de vida, que es el cuidado de la vid, la maduración de la uva, la vendimia, la elaboración del vino, pase de generación en generación, con marca propia, con vuestra personalidad y seriedad. Mi enhorabuena.
Es un trabajo ancestral y habéis sabido ir adecuándolo a los desarrollos de la tecnología y al paso del tiempo y sus necesidades. Tradición la heredada de padres, abuelos, bisabuelos y vanguardia. ¡Qué orgullo!
La verdad, que tengáis la bodega más grande de Europa y muy pronto también, me han contado, la más grande del mundo, no es una casualidad. Eso nunca lo es. Las obras humanas se hacen a fuerza de mucho esfuerzo, de muchos desvelos a lo largo del año hasta llegar hasta aquí. Vosotros lo sabéis mejor que yo, hay mucho trabajo de las personas, de las empresas y las industrias y de las instituciones. Es un trabajo de todos, es un trabajo colectivo. Y por esa razón esta fiesta está doblemente justificada.
Hay que celebrar que sois un pueblo vivo, fuerte.
Hace unos días le conté a un analista político que vendría por aquí —veis que ya voy cumpliendo con mi labor de pregonera— y me decía que esta es una plaza vital en las elecciones. Me hablaba de una batalla que recordaréis mejor que yo entre Carmen Chacón y María Dolores de Cospedal y de la soberbia crónica que escribió de lo ocurrido aquí en vuestro pueblo un brillante compañero que ya hemos perdido, David Gistau.
Pues eso, que hay que celebrar vuestra pujanza, vuestra relevancia y hay que celebrar también, siempre, cada año, la Vendimia. Que por eso estamos aquí.
Tiene algo de especial la vendimia, de mágico. Por eso los poetas la han cantado a lo largo de la historia y la cantan, que también os ocupáis de eso, es que estáis en todo.
Hoy me he sorprendido al ver cuánto arte hay en este pueblo: fotografía, pintura, arquitectura. He disfrutado muchísimo esta mañana de vuestro museo recorriendo las eras en las estaciones del año de pintura en pintura.
La vendimia es el fruto del sudor, el sol, la lluvia, la tierra. La vendimia es el último esfuerzo antes de cumplir la promesa del descanso merecido. Es el ciclo de la vida. Y el vino, ¿qué os voy a contar? El vino es paciencia, es ciencia y es arte que aquí hay mucho.
Es algo que siempre debemos agradecer porque hay que ser agradecidos. La gran devoción que sentís por vuestra Virgen de las Viñas está aquí. La manifestación de ese agradecimiento es que es la reina de esta fiesta.
No somos nada sin espíritu, no haríamos nada sin esa vocación de trascender.
Hace cuatro años paseé por esta misma plaza, fue un verano como este y al mismo tiempo un verano muy distinto. Esto estaba casi vacío. Era el verano de la pandemia, del COVID. Mi marido y yo decidimos coger el coche y buscar y pisar los pasos de Cervantes y de Sancho y de Don Quijote. Descubrimos La Mancha y, entre otros muchos pueblos, pasamos por aquí, por Tomelloso.
Recuerdo que nos sorprendieron esas rejillas que hay en el suelo. Había muchas, pero en esos días de silencio, la única forma de saber qué se escondía era rastreando Internet. Y ahí vimos con los dibujos y pinturas de esas fábricas subterráneas en la obra de uno de vuestros más ilustres vecinos, ya lo he citado antes, mi admiradísimo Antonio López.
Nos prometimos que volveríamos y aunque nunca pensé que lo haría como pregonera, aquí estamos.
Esas cuevas son otra huella del pasado industrial que también habéis actualizado y habéis hecho presente. Lo habéis convertido en parte del paisaje de vuestra particular, singular identidad.
Hoy por fin hemos visitado una de ellas. José María Díaz nos ha explicado cómo se hicieron, el trabajo en común de toda la familia, de los hombres picando, las mujeres sacando los cascotes en canastos. Yo os pido que no lo perdáis, porque es un patrimonio único.
En Madrid tenemos la cueva de Luis Candelas y no hay día que no esté llena de visitantes, si vosotros tenéis miles de cuevas.
Hace cuatro años, en estas calles casi desiertas, todavía con una mascarilla cubriendo nuestro rostro, mirábamos con cierto temor a todo aquel que se nos cruzaba en la calle. Decíamos que nunca más volveríamos a dar dos besos al que nos presentaran de nuevas. Fue doloroso, pero el mejor homenaje a los que nos dejaron ha sido recuperar la esencia de lo que somos.
Este pueblo es sufridor, nos gusta muchísimo el drama, tanto como la fiesta y la celebración. Decía mi profesor de latín que mira que hay iglesias en España, pero siempre hay más bares que iglesias.
Vivimos con el corazón. ¿Qué le vamos a hacer? Para mal a veces, y creo que sobre todo para bien. Y esto ocurre aquí en Tomelloso y ocurre en cualquier lugar de España. Es lo que somos. Algo debe tener de bueno cuando cada año vienen millones de personas a visitarnos.
Que somos, como este, un pueblo vivo, porque los pueblos son las calles, son los comercios, son los negocios, pero la vida se la dais todos vosotros, las personas.
Algunos he tenido la ocasión de saludaros esta tarde. Gracias por tanto cariño.
Hoy volvemos a besarnos, aunque creíamos que no lo haríamos. Volvemos a abrazarnos y personalmente me alegro. Hemos recobrado las ganas de festejar, de vivir, y es lo que como pregonera os invito a hacer en esta semana de fiestas.
Espero celebrar en no mucho tiempo que esta sea una gran cosecha, una gran vendimia. Espero brindar cuando proceda con este vino, que sea la mejor de las añadas.
Espero haber pasado la prueba sin que parezca que os he hecho mucho la pelota porque creo que no hacía sinceramente ninguna falta.
He sido sincera y me comprometo aquí ante vosotros a contar todo lo bello que hoy aquí he vivido.
Solo me queda decir como pregonera: vecinos de Tomelloso, amigos, visitantes, vivid, alegraos, abrazaos y celebrad vuestra fiesta de la vendimia.
Ha sido un honor. Muchas gracias.










