En los últimos meses, la posible instalación de una planta de biometano en Tomelloso ha generado debate, preocupación y, sobre todo, muchas preguntas. Para ofrecer una visión clara y basada en datos, en enTomelloso.com entrevistamos a dos voces con una amplia trayectoria en sostenibilidad y gestión de residuos: Vicente Galván López, especialista en economía circular y gestión ambiental, y Ángel Fernández Mohedano, catedrático de Ingeniería Química en la Universidad Autónoma de Madrid. Ambos colaboran también como profesores en la Universidad de Castilla-La Mancha.
A la pregunta clave de qué es una planta de biometano, Fernández explica que “se trata de una instalación que transforma residuos orgánicos existentes en la zona para producir un gas combustible, el metano, que al proceder de una fuente renovable no computa como emisión de gases de efecto invernadero”. El proceso, añade, se basa en una tecnología bien conocida, la digestión anaerobia, que se lleva usando en Europa desde hace décadas.
En el caso concreto de Tomelloso, la materia prima para alimentar la planta estaría compuesta, en su mayoría, por residuos generados en la zona. “Más del 50 % serán vinazas, un residuo que ya se genera aquí, y el resto serán estiércoles que se usan actualmente en el campo, provenientes de puntos a menos de 40 kilómetros”, aclara Fernández. A esos residuos se podrían añadir otros puntuales de origen agrícola, como restos de melón, sandía o proteínas vegetales. “Incluso los restos de poda, aunque son más difíciles de digerir, también podrían incorporarse”, añade.
El tratamiento de estos residuos no solo es útil, es legalmente obligatorio. Vicente Galván lo explica con claridad: “La legislación obliga a que todos los residuos se gestionen adecuadamente. No tratarlos genera impactos incontrolados sobre el medio ambiente y la salud”. En su opinión, convertir estos residuos en biometano es la mejor opción disponible: “El gas que se genera puede inyectarse en la red y utilizarse en cualquier hogar. Y como su origen es biológico, su huella de carbono es neutra”. Además, subraya que esto contribuye directamente a un objetivo estratégico para España y Europa: reducir la dependencia energética de países como Rusia o los del Golfo.
Uno de los puntos que más inquieta a los vecinos es el posible impacto en forma de olores o emisiones. Aquí los dos expertos coinciden en un mensaje de tranquilidad. “No se van a generar más olores de los que ya existen por el uso directo de esos residuos”, indica Fernández. “Lo que ahora se aplica al campo, se va a tratar en una instalación cerrada y controlada. Además, se utilizan tecnologías para eliminar gases como el sulfídrico mediante filtros o lavadores, con lo cual no debería haber emisiones molestas”.

Galván insiste en la necesidad de comparar con rigor y contexto. “Estas plantas ya existen en países como Alemania, Dinamarca, Francia o Italia. Son lugares con normativas ambientales muy exigentes. No se permitiría que una planta afectara a la salud o la calidad de vida de sus vecinos”, asegura. También recuerda que “los primeros en sufrir cualquier problema serían los propios trabajadores de la planta, y no se están enfermando en ninguna de estas instalaciones europeas”.
El consumo de agua, otro aspecto sensible en una zona agrícola como Tomelloso, tampoco supone un problema. “Las vinazas tienen ya un altísimo contenido acuoso. La planta apenas requerirá aporte externo de agua”, señala Fernández. Y en cuanto a posibles contaminaciones, ambos coinciden en que, precisamente, el objetivo del proyecto es reducirlas. “Ahora mismo los residuos se dispersan por el campo y acaban contaminando los acuíferos. En una planta estarán controlados, se podrá saber cuántos nutrientes contienen y aplicar solo las cantidades necesarias”, explica Galván.
Desde el punto de vista técnico y económico, los expertos son claros en cuanto a la viabilidad del proyecto. Fernández asegura que “la planta tratará, como mucho, un tercio de los residuos que ya existen en la zona. Es decir, habrá materia suficiente para abastecerla sin necesidad de traer residuos de muy lejos”. De hecho, aclara que transportar residuos como vinazas o estiércoles desde largas distancias “no tiene sentido económico, porque son materiales con alto contenido en agua o baja densidad”. Galván añade que el diseño del proyecto ya contempla esta realidad: “Los promotores han calculado que debe haber al menos tres veces el volumen necesario para garantizar el suministro durante los próximos 20 o 25 años. No se hace una inversión así sin esa seguridad”.
Uno de los aspectos más interesantes de esta conversación es la comparación con otras instalaciones similares. “En España vamos con mucho retraso”, reconoce Galván. “Hay algunas plantas antiguas, pero muy pocas que hagan todo el proceso: desde el residuo hasta la inyección en la red de gas. Ahora hay unos 300 proyectos en marcha con tecnología actual”. Esa tecnología, insisten, nada tiene que ver con las instalaciones de hace 20 años. “Lo que se está diseñando ahora se ajusta al nuevo marco legal europeo, con controles mucho más estrictos”, puntualiza.

A nivel local, el impacto también será económico. “Se generarán puestos de trabajo directos e indirectos, transporte, mantenimiento, servicios… Y todo eso en torno a una actividad que ya se hace hoy, pero de forma dispersa y sin control”, destaca Galván. Además, el subproducto del proceso, una vez tratado, podrá usarse como fertilizante de forma segura y trazable.
La entrevista concluye con una reflexión compartida: no hacer nada también tiene consecuencias. “Si seguimos como hasta ahora, los residuos seguirán generando olores, contaminando acuíferos y sin aportar ningún valor. Este proyecto permite transformar un problema en una solución”, afirma Fernández. Galván, por su parte, subraya que este tipo de plantas representan la verdadera economía circular: “Cogemos un residuo, lo transformamos en energía limpia y en un fertilizante útil. Todo bajo control y reduciendo emisiones. Es lo que marca la ley, pero sobre todo es lo que tiene sentido”.
La polémica seguirá, como ocurre con cualquier cambio que afecta al entorno. Pero con información, datos y expertos con experiencia, Tomelloso tiene la oportunidad de valorar con criterio qué modelo de desarrollo quiere para su futuro.







