La ciudad escocesa de Glasgow acoge hasta el 12 de noviembre la llamada COP26, la cumbre internacional sobre el cambio climático. Delegados y ministros de los casi 200 países del mundo se dan cita con el objetivo de avanzar y consolidar el Acuerdo de París de 2015 para frenar la crisis climática y el calentamiento global.
Aunque se trata de un acontecimiento anual, la última cumbre se celebró en Madrid en 2019 porque, a causa de la pandemia, en 2020 la reunión se canceló.
Pues bien, como ya hicieran en Madrid, volverán a hacer en Glasgow: descargar la responsabilidad del cambio climático en el sector agrícola y ganadero, aunque ello conlleve negar la evidencia.
Precisamente durante la pandemia, el parón brusco de las actividades humanas dio como resultado la reducción de la contaminación, las aguas más limpias y los cielos más claros. Efectos del descenso de desplazamientos en vehículos a motor y de la disminución de la producción industrial, porque ni agricultores ni ganaderos pararon su actividad para garantizar el abastecimiento. Y, sin embargo, se los culpabiliza del cambio climático.
Y no lo digo yo, lo dicen los estudios de los expertos, de la Agencia Internacional de Energía, de la Agencia Espacial Europea, así como de otros organismos públicos y universidades. Países como India e Italia y ciudades como Madrid y Barcelona arrojaron cifras muy optimistas de la calidad del aire durante el confinamiento.
Pero el movimiento conservacionista no atiende a datos científicos, porque es puramente político e ideológico. El país con peores cifras de contaminación, China, no asiste a Glasgow; los activistas que viajan en avión privado a la cumbre internacional olvidan sumar los gases de efecto invernadero de sus vuelos para el calentamiento global…
Y aunque ni China ni Rusia aparezcan, Europa sigue queriendo ser la más verde de todos y predicar con el ejemplo, encabezando la lucha mundial contra el cambio climático. Las influencias de las políticas conservacionistas recaen en la reforma de la PAC, aumentando las presiones para limitar al sistema productivo y la dependencia a las importaciones.
Perdemos soberanía de producción y soberanía alimentaria mientras los mercados internacionales ponen en la cuerda floja a nuestros productores. El aumento de los precios y de la demanda de las materias primas o la crisis del transporte, son algunos ejemplos de las consecuencias de un mercado globalizado.
Y en España también. El presidente Sánchez es el primer líder en presentar ante el plenario de la COP26 sus compromisos nacionales para frenar el cambio climático. El primero en sacar pecho aumentando un 50% su aportación a la financiación internacional del Fondo Verde del Clima, con el objetivo de llegar a los 1.350 millones de euros anuales en el 2025, el doble del compromiso actual.
Y, sin embargo, no se plantea invertir en un modelo de agricultura para España. Y, sin él, agricultores y ganaderos son vulnerables ante un mercado global que se tambalea.
Cuidar el planeta no es incompatible con garantizar alimentos sanos y seguros. De hecho, esta debería ser la prioridad de los que gobiernan el mundo.
No me canso de repetir que la próxima pandemia será la del abastecimiento y la alimentación, pero es que, por este camino, el de ser los más verdes del mundo, estamos abocado a ello.