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«500 años de Revolución Comunera», por Victoria Félix y José Luis García

Artículo de opinión de Victoria Félix Nieto, Responsable de Derechos Civiles y Políticos de Podemos C-LM; y José Luis García Gascón, Coordinador Autonómico de Podemos C-LM

Hacer un ejercicio de memoria democrática con el movimiento comunero hoy es fundamental para que nuestra comunidad autónoma castellanomanchega haga justicia con su historia, su democracia y quienes la construyeron dando sus vidas. También es una necesidad para que nuestro pueblo y nuestras instituciones tengan una identidad democrática que va más allá de su formación moderna en 1983. Hoy reivindicamos su memoria y la necesidad de que esta nos sirva para construir un presente y un futuro más consciente, coherente y sólido como pueblo en Castilla-La Mancha.

23 de abril de 2021

Tal día como hoy hace 500 años tenía lugar la batalla de Villalar, que ponía prácticamente fin a las Comunidades de Castilla, que se inician y finalizan en nuestra tierra. Se trata de la primera revolución europea moderna antecesora en más un siglo de La Gloriosa de Inglaterra, y más de dos siglos de la revolución americana –que utilizó la Ley Perpetua (protoconstitución comunera) como referencia en los debates de Filadelfia– y la revolución francesa, que instauran la era constitucional, democrática y republicanista moderna en el mundo y ponen fin a los regímenes absolutistas monárquicos.

Miembros del PSOE de Castilla-La Mancha como el Presidente de las Cortes partieron al inicio de la conmemoración en 2020 de una equidistancia política histórica en la dirección contraria de la memoria democrática con estas declaraciones: “vamos a hacerlo con mucho respeto histórico y alejándonos de aspectos polémicos e interpretaciones interesadas que se hacen desde una visión romántica, intentando ver a alguna de las partes como una especie de precursores del liberalismo, del comunismo o del castellanismo excluyente, que para nada se puede considerar así».

Afortunadamente las intervenciones de prestigiosos historiadores durante los actos oficiales de conmemoración han puesto en valor un momento histórico que debe de ser referencia identitaria, ética y política de avance de derechos, justicia social, descentralización y democracia para nuestra comunidad autónoma, para España y para el mundo. Por poner un ejemplo, el hispanista John Elliot reivindicaba hace unos días en estos actos pensar en “el bien común” como el movimiento comunero.

Por eso proponemos aprovechar este quinto centenario para abrir un proceso más profundo de memoria democrática sobre la revolución de las Comunidades de Castilla y el traslado del día regional de Castilla-La Mancha al día 16 de abril. Dotaríamos a este día oficial de nuestra comunidad autónoma de raíces históricas y democráticas más profundas –el actual recuerda la constitución de las Cortes de nuestra actual autonomía en 1983–. Castilla y León tiene su día oficial en la batalla de Villalar desarrollada en su territorio actual y que supone el práctico final de la revolución. En Castilla-La Mancha podríamos tener nuestro día oficial en el inicio de la revuelta popular que tuvo lugar en Toledo un año antes.

Aunque hayan pasado 500 años es necesario hacer un proceso profundo de verdad, justicia y reparación para quienes lucharon y dieron sus vidas contra los abusos y la concentración del poder del imperialismo absolutista y fueron predecesoras y predecesores desde Castilla-La Mancha de las revoluciones que democratizarían nuestro continente y el mundo siglos después.

El surgimiento de la revolución

Durante varios siglos hemos sabido muy poco de la Revolución de los Comuneros, ya que ha sido un levantamiento poco reivindicado teniendo en cuenta la importancia que tuvo en su momento, las repercusiones que deparó y el significado que se extrae de los hechos que acontecieron cuando se estudian y analizan. Afortunadamente, las ideas son poderosas y, como las personas, pueden reproducirse, y, aunque el movimiento comunero acabó derrotado, el eco de sus reivindicaciones se ha mantenido en el tiempo además de haber traspasado fronteras. Con motivo de su quinto centenario compartimos la necesidad de sacar a la luz y poner en valor el programa político y social que los comuneros y las comuneras quisieron llevar a cabo tanto en nuestra región como en otras de la península con el fin de democratizarlas y modernizarlas. Teniendo en cuenta que estamos hablando de un levantamiento popular que se lleva a cabo en el siglo XVI, y que en algunas zonas tuvo claros tintes antiseñoriales y contra la concentración del poder monárquico que estaba construyendo los sistemas absolutistas, podemos decir que se trata sin duda de la primera revolución social moderna que se llevó a cabo en Europa. Si recuperamos la memoria de este hito histórico, esto situaría a nuestra comunidad autónoma en un lugar destacado de la construcción democrática europea y mundial.

Para entender el porqué de sus protestas es necesario tener en cuenta el contexto histórico en el que se desarrolla. A la llegada de Carlos I, el cual había sido criado en Flandes, muchos nobles se mostraron en su contra debido a la desconfianza hacia los flamencos que le acompañaban y que el rey nombró para que ocuparan los principales puestos administrativos, relegando a los castellanos por lo tanto a puestos y trabajos inferiores. Para Carlos I era de suma importancia conseguir financiación para su imperio, y para ello creó nuevos impuestos además de subir los que ya existían. El pueblo llano ya estaba sometido a una gran carga tributaria, y esto constituyó uno de los motivos que desencadenaría la Revolución en el territorio. Esta pretendía dotar al reino de un nuevo orden democrático, con protagonismo del pueblo y basado en la colaboración entre ciudades. Valores y elementos que hoy en día son la base de nuestros proyectos democráticos, incluso algunas aspiraciones progresistas, y que son una muestra de la influencia en otras revoluciones posteriores con pretensiones similares como la Revolución Francesa.

El centro de la península se vio muy desfavorecido económicamente debido a que los centros económicos se encontraban en la periferia del territorio de Castilla. Debido a esto se comenzó a exigir de manera contundente la industrialización de la zona, y que se dejara de llevar la lana a Flandes para que fuera convertida en ropa, ya que cuando regresaba al territorio castellano lo hacía con unos precios demasiado altos para la población. Especialmente relevante es en este sentido la intervención de Toledo, participante junto a la mayoría de las principales ciudades de nuestra actual comunidad autónoma, ya que fue la ciudad en la que estalló el conflicto y también en la que la población presentó resistencia hasta el final.

El programa político democrático comunero

La Santa Junta llevó a cabo algo que hasta el momento era impensable en Europa, y tenemos aquí otro motivo por el que debemos reivindicar la Revolución de las Comunidades de Castilla como la primera revolución moderna y democrática de Europa. En adelante, la Junta sería un representante democrático del Reino, que ostentaba el poder por apoyo popular por encima del rey. Clausuraron las Cortes y se proclamaron gobierno legítimo de Castilla. De esta manera, tenían asambleas de barrio donde se trataban los asuntos municipales y también los estatales, en los que las ciudades hacían consultas a los ciudadanos. En la Junta de cada ciudad había representantes de todos los estamentos, pero solo los diputados, dos por cada barrio elegidos de forma democrática, tenían derecho a votar las decisiones. La Junta de Tordesillas defendió su legitimidad como órgano representativo del reino basado en la libertad y el derecho de resistencia. Para la Junta, “Comunidad” significaba que eran una asociación juramentada de defensa de lo popular. Por lo tanto su intención era la de construir un estado democrático participativo en el que pueblo era protagonista en la toma de decisiones.

La protesta se extendió hasta el campo y allí comenzó a tomar tintes antiseñoriales debido a los abusos extendidos por todo el territorio por parte de reyes y señores. Se trató de una protesta que nació como respuesta de los excesos llevados a cabo por la administración monárquica y feudal. En muchos lugares se llevaron a cabo sublevaciones contra la nobleza, por lo que la Santa Junta se vio obligada a posicionarse a favor del pueblo. La Revuelta en ese momento, por lo tanto, fue de clase media y baja. Las alta aristocracia y burguesía, las cuales pasaron al bando del valido del rey, Adriano de Utrecht, en cuanto vieron peligrar sus intereses, estaban totalmente en contra de los comuneros y comuneras. Por todo esto podemos considerar la Revolución de los Comuneros como un acto de repudio popular al poder establecido.

La importancia de las mujeres y de la ciudad de Toledo en el levantamiento

Toledo fue fundamental durante el conflicto, ya que es el lugar donde comenzó y terminó. Desde abril de 1520 la población de Toledo se negó a acatar el poder real. Cuando los regidores de la ciudad fueron convocados por el rey y se disponían a salir junto a Juan de Padilla, una gran multitud se opuso a su partida y tomó el gobierno local, arrebatándoles el poder a los flamencos asignados por el rey. El 31 de mayo el corregidor del Alcázar fue expulsado por la población, y los toledanos y toledanas comenzaron a ocupar los poderes locales. De esta manera, la ciudad de Toledo pasó a formar parte del núcleo duro de la revolución junto con Segovia y Salamanca. Representa un hecho muy importante tener en cuenta el germen que se extiende a otros lugares y que crea un antecedente de lucha contra el poder establecido y la desigualdad social.

Tal vez uno de los hechos más conocidos de este levantamiento haya sido el nombre de tres de sus líderes, quienes fueron ajusticiados por la corona como castigo tras la derrota en la batalla de Villalar. Se trata de Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Y aunque los nombres de los líderes masculinos sí hayan sido conocidos, mucho menos lo han sido los nombres de mujeres que también lideraron y apoyaron la Revolución. Nombres tales como el de María Pacheco, viuda de Juan de Padilla, que quedó a cargo de la resistencia del levantamiento tras la derrota de su marido. Posiblemente el apodo más conocido de María Pacheco sea el de “la leona de Castilla”, pero también se la acuñó con el nombre de “brava hembra” y “centella de fuego”, lo cual es un reflejo de la valentía, dignidad y coraje que inspira su figura, que aprovechó su propio poder para enfrentarse a los poderosos.

Dirigió la resistencia de la ciudad de Toledo haciendo que llevasen la artillería de Yepes a la ciudad, primero desde su casa, y posteriormente desde el Alcázar. Dicen incluso que llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra quienes pretendían rendirse al rey. Su disposición a no rendirse sin pelear hizo posible que se firmara una tregua en octubre de 1521. Finalmente, en 1522, tras nueve meses resistiendo, Toledo quedó cercada por las tropas realistas, y María Pacheco, la última Comunera, tuvo que huir de la ciudad junto a su hijo.

A pesar de la intervención de sus familiares con el rey nunca consiguió obtener el perdón real con el que poder regresar a Castilla y falleció en Oporto en el exilio. Seguramente sea la mujer comunera de la que más información se ha conocido y podido obtener, ya que otras como María Coronel o Ana Abarca, esposas de Juan Bravo y Francisco Maldonado respectivamente y que también tuvieron una participación relevante en la lucha comunera, apenas han sido recordadas a lo largo de la historia, lo cual es una prueba más de invisibilización sistemática de las mujeres en nuestra historia.

Legado y memoria: la lucha contra la invisibilización

De esta manera se ponía fin a la Revolución de los Comuneros, rebelión que se seguirá teniendo como un ejemplo y que dejará influencia popular dentro del territorio a lo largo de los siglos. Por ejemplo, en el uso posterior del color morado del movimiento comunero para conformar la bandera de nuestro segundo periodo republicano.

Bogas Bus

La revolución de los Comuneros fue una sublevación social y democrática que pretendía conseguir unas políticas económicas y administrativas más justas, así como democratizar el territorio. Tuvieron muy claro el uso de la palabra comunidad en referencia a la organización y autogestión del pueblo, concretamente al que estaba oprimido por el poder. En cierto sentido, comunero era lo opuesto a caballero por lo que esta revolución pretendía sin ninguna duda poner al pueblo por delante de la nobleza y de la monarquía.

La mayoría de los historiadores e historiadoras internacionales que han estudiado la Revolución de los Comuneros de Castilla coinciden en señalar el conjunto de valores y elementos políticos que constituyeron sus programas y demandas. Su proyecto político integraba buena parte de la cultura popular de los comunes medievales, el poder concejil, junto a la rebelión contra la opresión absolutista y la generación de elementos anticipados a su tiempo y vinculados a lo que más tarde constituiría el republicanismo, la autonomía territorial, los derechos humanos, la participación política, la justicia social y el constitucionalismo, bases de las democracias modernas y los proyectos políticos progresistas.

Hacer un ejercicio de memoria democrática con el movimiento comunero hoy es fundamental para que nuestra comunidad autónoma castellanomanchega haga justicia con su historia, su democracia y quienes la construyeron dando sus vidas. También es una necesidad para que nuestro pueblo y nuestras instituciones tengan una identidad democrática que va más allá de su formación moderna en 1983. Hoy reivindicamos su memoria y la necesidad de que esta nos sirva para construir un presente y un futuro más consciente, coherente y sólido como pueblo en Castilla-La Mancha.

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