Presuponemos el privilegio, que, puede ser, lo de vivir justo en el cruce de dos calles, como así se refrenda con sendas placas junto a la esquina de la vivienda, por un lado, la Calle Dulcinea y en otra, la Calle Reverendo Padre Pedro, dos calles céntricas de nuestra ciudad.
Y si no puede considerarse un privilegio lo de vivir en esquina, sí que debe ser todo un honor habitar en esta casa, que representa, claramente, las viviendas tan características, y típicas, de nuestro entorno, en la que viene a denominarse arquitectura manchega, y es que cumple con algunos cánones: casa de planta baja, con amplios ventanales, fachada blanca, y en su parte baja, lo que sería el zócalo en color azul.
Deseamos que resistan al paso de los años, y que, aunque se modernicen y restauren por dentro, conserven siempre estas fachadas tan particulares, bien por normativas, como las que ya existen, y por el sentido común de sus propietarios.