Ya llegó el verano y con él la rutina de preparar la bolsa de la playa/piscina. Toalla, un libro, protector solar e inevitablemente esa mezcla entre pudor, vergüenza y otros cuantos sentimientos, ninguno bueno, que muchas no podemos evitar tener al mostrarnos en traje de baño. Porque sabemos que en cuanto nos quitemos la ropa nuestro cuerpo será sometido a examen y ahí quedarán al descubierto nuestras carnes, celulitis, estrías, varices, pelos, huesos, cicatrices, pechos, culo… y demás partes de nuestro cuerpo que, por supuesto, serán juzgadas. Vamos, que no hay manera de darse un baño sin juicios. Juicios, por cierto basados en prejuicios. Y ahí estaremos nosotras, expuestas y manteniendo la dignidad en el mejor de los casos, tapándonos con la ropa/pareo según salgamos del agua en el caso regular y o en nuestra casa en el peor de los casos, porque por mucho que nos apetezca no soportamos la idea de mostrar nuestro cuerpo.
Y es que la odiosa operación bikini se llama operación bikini y no operación bañador (de hombre) por algo. En nuestro país del total de personas que sufren trastornos alimenticios, el 90 % son mujeres. Y esto no es casualidad: es en nosotras en donde se pone el mayor foco de exigencia respecto a nuestro cuerpo. Nos enseñan a estar siempre insatisfechas, interiorizamos, desde pequeñas como deseable, un modelo de cuerpo que para muchas es irreal e imposible de tener. Recuerdo en las revistas de adolescente cómo en la misma página media hoja podía ir dedicada al triunfa tal y como eres (por supuesto triunfar era gustarle a los chicos, heteropatriarcado puro) y un poco más abajo trucos para disimular tu tripa o directamente eliminarla. Bastante bien estamos para todo lo que tenemos que tragar.
No es una tarea fácil, son muchos años de meternos en el subconsciente cómo debe ser el cuerpo que debe contener un traje de baño. Pero el mejor cuerpo que puede contener ese bañador que tanto nos gusta es el nuestro. Y es precioso así, tal cual. Es muy fácil decirlo, pero es el primer paso para trabajárnoslo. Poco a poco esa palabra que nos gusta tanto decir: empoderarnos. Y llegará el día en el que nuestras piernas con varices nos parezcan estupendas porque son las nuestras y no nos dé vergüenza ponernos una falda y que se vean y que nos guste enseñar nuestros michelines de la espalda, porque son nuestros también. O el día en el que nadie mire raro una tripa arrugada porque dentro ha habido un bebé, o un pecho plano o un cuerpo delgado. Mientras seguimos rompiendo roles para que llegue ese día debemos apoyarnos las unas a las otras para contrarrestar eso que nos enseñaron de que las otras mujeres son nuestra competencia, nuestras enemigas. Por suerte somos ya somos muchas las que sabemos que esto no es así, y nos encanta recordarles a nuestras hermanas lo impresionantes que están con ese conjunto nuevo sea de la talla 34 o de la 56.
Estamos aquí para romper todos los moldes, el que le han impuesto a nuestros cuerpos, también.