Antonio Rojas inaugura en el Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena sus pinturas más recientes realizadas la mayor parte de ellas entre 2017 y 2018 en su estudio de Madrid, un total de 66 obras entre acrílicos y óleos sobre lienzo.
Hasta la fecha su obra se ha caracterizado por una concepción interiorizada y sintética del paisaje de su infancia. En este contexto, la geometría, la perspectiva, la luz, así como la aparición de las formas han sido herramientas fundamentales en su búsqueda de lo esencial en pintura. Reflejo de esta trayectoria fue la exposición La mirada oblicua (1999) en el Palacio Provincial de la Diputación de Cádiz, donde se expusieron obras que abarcaban más de una década de trabajo y que ya sentaban las bases esenciales de su madurez artística.
Esta exposición, por su parte, muestra un giro importante en la trayectoria pictórica del pintor tarifeño. En las nuevas obras se distingue un deseo de cambio y renovación, que comienza por un exhaustivo proceso de revisión de las constantes más personales, y que trata de salir al mismo tiempo del camino recto por sí mismo trazado.
Las infinitas posibilidades combinatorias y la fragmentación son la clave de acceso a una serie de cuadros agrupados en trípticos y polípticos (Abre los ojos, Certeza, Buenas noticias), donde se emplean los recursos del encuadre y la fragmentación, propios de la visión fotográfica para profundizar en la idea de espacio como experiencia humana, el lugar donde se vive y se observa. Para el artista este ejercicio pictórico se convierte en una forma de mostrar el mundo como espacio de inmensidad. Antonio Rojas se sitúa conscientemente en un cruce de caminos, buscando una mirada exterior, alejándose de lo excesivamente personal e individualista, para retratar el mundo con la ilusión del descubrimiento.
En las superposiciones a modo de collage lo imprevisible juega un papel fundamental y el fragmento representado se transforma, al aparecer contrastado por el contexto opuesto que lo envuelve. La tensión pictórica generada, a veces aparentemente oculta, se acerca al espectador subliminalmente. La obra participa el en discurrir del presente, en lo inmediato de lo observado y lo vivido; de esta forma el artista traslada su interés a la percepción y representación exterior.
Para el artista la solución del problema plástico se convierte en campo de batalla. Pese a los significados y el conceptualismo subyacente en la pintura, ésta ha de explicarse por sí misma. De esta forma, la poética de la imagen se dirige preferentemente al ojo antes que a la interpretación y el cuadro se torna un misterio en sí mismo y trasciende el mero hecho de la representación. Ejemplo de esta narrativa son Intuición, El color del deseo, o superposición donde la tensión surge de la necesidad de tratar el espacio arquitectónico de modo inmediato y la fruta, que en un principio fue el recurso, se convierte en contrapunto necesario para mostrar la visión y percepción humana del mundo y su magnitud.