Dejo Tomelloso en el bus de las 7, siempre retrasando mi llegada a Madrid. Va lleno, algo comprensible un domingo después de Semana Santa.
Pasando por el Santuario de Pinilla, una sensación de nostalgia me recorre el cuerpo. De pronto, toda mi fila busca con la mirada no se qué, quizá la imagen de la Hermita. En el fondo, todos sabemos que esa sensación que nos inquieta son las ansias de volver, de volver a Pinilla. Es esa impaciencia por encontrarnos en el Santuario, aunque la mayoría ni nos conozcamos.
Porque todos los que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo fuera de Tomelloso tenemos ganas de volver, incluso en el momento en el que nos estamos yendo. Y creo que Pinilla representa esa voluntad, ese sentimiento de pertenencia a nuestro pueblo. Porque no hay nada más tomellosero que ponerse el pañuelo de romero e irse camino a Pinilla.
Y vale que los jóvenes a veces nos pasamos con ese brebaje vasco que hemos hecho nuestro. Vale también que cada vez la Virgen tiene menos importancia en esta fiesta, dedicada a ella por cierto.
Estamos de acuerdo en que cada Romería hay una polémica distinta y que la cuestión de la seguridad y las carpas han dado mucho que hablar. Sabemos también que en las “carrozas de verde” se cometen actos que a veces rozan los límites de lo que los romanos llamaban la “civis”.
Todo eso lo sabemos, pero tiene que estar más claro que nunca, que la Romería es mucho más que eso. Mucho más que ponerse ciego a vino y bailar unas sevillanas. Mucho más que las polémicas, los metros cuadrados o el “bacalao”. Y los que vivimos fuera, lo sabemos bien.
La Romería en honor a la Virgen de las Viñas es nuestra fiesta, la de los tomelloseros y tomelloseras, la de nuestra Patrona. A partir de ahí, que cada uno sujete su vela, o su botellín, según se mire.
Yo, a mi manera os deseo que paséis una buena Romería, rodeados de vuestra gente. Viva Tomelloso y viva la Virgen de las Viñas.