En el año 1541, Tomelloso no era aún un municipio consolidado. Se trataba de una aldea de unas treinta casas, habitada por jornaleros y labradores bajo la jurisdicción de la Encomienda de Socuéllamos, perteneciente a la Orden de Santiago. A pesar de su reducido tamaño, los vecinos empezaron a reclamar una iglesia propia. El motivo no era solo religioso, sino también económico: si lograban tener templo, podrían evitar trasladar los diezmos (el impuesto eclesiástico) a la parroquia de Socuéllamos.
Así, con el visto bueno del Prior de Uclés, comenzaron a construir una pequeña iglesia de una sola nave, hecha con piedra y tierra local, cubierta con madera y sin grandes pretensiones arquitectónicas. Su tamaño era tan reducido que, según los documentos, “apenas llegaba hasta el segundo arco de la actual iglesia”.
Esta primera iglesia se convirtió en el punto de partida de la vida religiosa y social de Tomelloso. No era un templo monumental, pero sí suficiente para que los habitantes pudieran empezar a organizar su propia vida parroquial.

El padre Miguel de Molina y el inicio del culto regular
Ese mismo año, los vecinos contrataron al sacerdote Miguel de Molina, de 28 años, para celebrar misa cada semana. Se comprometieron a pagarle 24 ducados anuales, en dinero o en trigo. Era una inversión importante para una comunidad tan pequeña. Para poder ejercer, el joven sacerdote necesitó el permiso del cura de Socuéllamos, Francisco Sánchez Girón, quien accedió con una curiosa condición: “cada año dicho teniente suyo le entregara dos gallinas”.
Para completar la iglesia, hacía falta una pila bautismal. Como no disponían de una, recurrieron a los vecinos de Argamasilla de Alba, que por entonces tenía más de un templo en uso. Desde allí trajeron una pila, que fue instalada en la iglesia de Tomelloso y utilizada por primera vez para bautizar a Diego, hijo de Francisco de Olivares, en presencia del padre Miguel de Molina.
Una iglesia en constante evolución: ampliaciones y mejoras
Con el paso de los años, la población de Tomelloso fue aumentando, y el pequeño templo pronto quedó desbordado. En 1604, una visita eclesiástica constató que se estaba levantando una nueva iglesia. Esta vez sería de cantería, más amplia, con espacio para capillas, sacristía, coro y una futura torre. Se diseñó con una estructura que permitiera cubrirla de madera al principio y, más adelante, con bóvedas.
Poco a poco se fueron realizando mejoras importantes: en 1689 se construyó el campanario y la torre, en el siglo XVIII se añadieron el crucero y las bóvedas, y en el periodo entre 1888 y 1891 se acometieron las reformas que definieron su aspecto actual. De esta forma, la humilde iglesia del siglo XVI se transformó en un gran templo parroquial, capaz de acoger a una comunidad en pleno crecimiento.
Libros, sacramentos y archivo: el alma documental de la parroquia
A mediados del siglo XVI, y tras las directrices del Concilio de Trento, se impuso la obligación de llevar registros de bautismos, matrimonios y defunciones. El libro de bautismos de Tomelloso comienza con una entrada fechada el 8 de septiembre de 1552, cuando fue bautizada Catalina, hija de Juan del Olmo. En los siguientes diez años, se registraron 29 bautizos. Otros apellidos tempranos fueron Cuevas, Morales, Martín, López del Campo y Quiralte.
Desgraciadamente, todos estos libros parroquiales se perdieron en 1936, durante la Guerra Civil. Fueron arrojados desde el campanario y quemados en la plaza pública. Como lamenta Vicente Morales Becerra, aquello supuso “borrar de un plumazo casi cuatro siglos de historia, la memoria, y el recuerdo escrito de nuestros antepasados”.
La vida en torno al templo: ornamentos y costumbres religiosas
Con el tiempo, la iglesia se fue enriqueciendo también en lo material. En 1604, se describe un altar mayor con un retablo dorado, que incluía una imagen de la Virgen con el Niño y diversas pinturas de santos. La pila bautismal, las crismeras de plata, los candelabros dorados, las casullas de distintos tejidos y colores, y una colección de libros litúrgicos hablan del creciente valor artístico y simbólico del templo.
Se celebraban procesiones, se administraban sacramentos a enfermos en sus casas, y el templo funcionaba como centro de vida comunitaria. Incluso se recogían limosnas “con un bacín” y se vendían sitios en el altar, como hizo Blas de la Parra, que pagó 79 reales por el suyo.

El pleito del diezmo y la consolidación de Tomelloso
El conflicto sobre el diezmo no terminó bien para los vecinos de Tomelloso. En 1545, la Audiencia de Granada dictó sentencia definitiva: debían seguir llevando el diezmo a Socuéllamos. Pese a ello, la comunidad no retrocedió. Habían construido su iglesia, habían comenzado a celebrar misas y bautizos, y cada vez llegaban más familias a vivir al pueblo.
Durante el siglo XVI, una sucesión de sacerdotes como Antonio Gamarra, Juan del Puerto o el mosén Pedro de Ortega continuaron oficiando con autorización del cura de Socuéllamos. Esta situación se mantuvo hasta que, finalmente, Tomelloso logró tener un párroco propio a finales del siglo XVI.
Más que un edificio: símbolo de identidad
La Parroquia de la Asunción no es solo una iglesia. Representa la identidad colectiva de Tomelloso. A través de sus muros han pasado generaciones de vecinos, se han vivido conflictos, bodas, nacimientos, entierros y celebraciones. Desde su construcción inicial, hecha por manos humildes con piedra del lugar, hasta convertirse en uno de los edificios más reconocibles del municipio, la iglesia ha acompañado cada paso del crecimiento del pueblo.
Hoy, sigue siendo centro espiritual y patrimonial, pero también un lugar cargado de memoria y significado histórico, testimonio vivo del empeño de los tomelloseros por construir su propio destino.