En la oscura quietud que precede al alba de Tomelloso, la Procesión del Silencio ha marcado, una vez más, el pulso emotivo de la Semana Santa de la ciudad. Este Sábado Santo, al filo de las tres de la madrugada, alrededor de 300 penitentes han emprendido su camino desde la Parroquia de la Asunción, envueltos en el manto de la noche y el recogimiento espiritual. La procesión, que tiene lugar ininterrumpidamente desde 1961 —salvo en los momentos más duros de la pandemia—, ha congregado a fieles y curiosos en las calles en un silencio solo interrumpido por el arrastrar de cadenas y el ritmo del tambor al paso decidido de quienes portan las cruces, símbolo de penitencia y devoción.
La Cofradía de Penitencia de la Santa Cruz, organizadora de esta estación penitencial, inició su oración comunitaria a las dos y media, preparando a los asistentes para lo que es, sin duda, uno de los momentos más esperados y simbólicos de la Semana Santa tomellosera. El sonido de las puertas de la parroquia abriéndose ha sido la señal de inicio de una procesión que, año tras año, se convierte en un vívido testimonio de la fe y la cultura de Tomelloso.
Este acto, arraigado en la tradición y el sentimiento religioso de la ciudad, no solo atrae a los vecinos de Tomelloso sino que se ha convertido en un punto de encuentro para aquellos que, incluso desde lejos, desean experimentar la intensidad de su fe de una manera profunda y compartida. La Procesión del Silencio es más que una manifestación de fe; es un momento de introspección, una invitación a reflexionar sobre el sacrificio y la penitencia, elementos centrales de la Semana Santa.
La noche, ligeramente fría, no ha sido impedimento para que este acto de fe se despliegue con la solemnidad y el respeto que merece, en medio de un silencio atronador, demostrando una vez más la fortaleza de una tradición que, lejos de desvanecerse, se fortalece año a año.