Las parejas que se forman entre dos personas desconocidas necesitan una base sólida para mantenerse en el tiempo, unos valores y, sobre todo, crecer de forma conjunta.
Cuando nos enamoramos, experimentamos emociones y sentimientos intensos, esa sensación de “mariposas en el estómago”. Nos mostramos complacientes, necesitamos contacto físico y emocional con esa persona, se da una mayor atracción sexual y, a veces, ante el entusiasmo, nos dejamos llevar y no mostramos nuestras preferencias, inquietudes ni damos nuestra verdadera opinión “por no romper la magia”.
Pero esta fase va decayendo en intensidad para dar lugar a otra fase de la pareja más estable, con sentimientos más controlados. Poco a poco vamos mostrando nuestras formas, inquietudes y vamos tomando decisiones sobre la evolución de la pareja. No permanecemos siempre en esa fase de enamoramiento tan intensa, necesitamos estabilidad y emociones más controladas. Esto no quiere decir que no estemos enamorados, sino que el sentimiento es más fuerte y estable, y no se basa solo en el deseo. En esta fase se construye la pareja. ¿Qué base debe tener una pareja para que sea sólida en el tiempo?
- Respeto entre las partes.
- Comunicación: saber expresar nuestros deseos, inquietudes y opiniones sin miedo a que la pareja se rompa.
- Compromiso mutuo.
- Aprender a reconocer nuestras conductas y lo que causamos en otros.
- Evitar los reproches del pasado y centrarnos en el presente, en lo que sí se puede resolver.
- Fidelidad: evitar la mentira, porque el sentirnos engañados nos genera desconfianza y malestar dentro de la pareja, y a veces la destruye.
- No justificar nuestras malas conductas con frases como “porque otro lo hace peor” o “porque tú me has dicho o hecho”.
- Evitar el chantaje emocional, “si me dejas…; si haces…”.
- No involucrarse en una relación con la esperanza de que cambiará o lo cambiarás. Las personas deben ser conscientes del cambio y partir de ellas mismas.
Debemos ser conscientes de que a veces, aunque la pareja tenga una base sólida o estable, surgen otras problemáticas a lo largo de la vida en común que también pueden hacer tambalear los cimientos construidos. Se pueden tomar decisiones como convivir juntos, matrimonio, hijos, adicciones, enfermedad, etc., que cada cual enfrenta de una manera distinta, y a veces ese estilo de afrontamiento nos aleja, porque tenemos puntos de vista distintos en la educación, crianza, cuidados, responsabilidades compartidas, o una sola parte de la pareja asume toda la carga, dando lugar no solo al distanciamiento físico y emocional, sino al desgaste de la propia persona.
A veces, por el día a día y la situación de cada familia, mantenemos conductas y creemos que se “resolverán”, pero no es así. Las cosas por sí solas no se resuelven, lo que no se atiende se agrava con el paso del tiempo y genera mayor desgaste emocional.
Si lo pensamos, ¿cuántos de nosotros estamos, estuvimos o podremos estar en este tipo de situación, con una pareja que no nos atiende, que nos grita, que no se responsabiliza de los cuidados de la casa o hijos, que no asume su adicción, que nos culpa de todo, etc.? ¿Por qué no hacemos nada ante esta situación o, si lo hacemos, no es válido?
Porque…
- Muchas veces nos consideramos culpables de la situación.
- Creemos que si rompemos la relación, cambiará y con otra persona estará mejor o lo echaremos de menos.
- Sentimos que es nuestra responsabilidad ayudarle a costa de todo.
- Tenemos miedo a las consecuencias.
- Nos falta apoyo y nos preocupa “qué dirán o pensarán otras personas”.
La verdad es que ninguna relación, ya sea de pareja, familiar o de amistad, es fácil, porque somos personas distintas, con valores, educación y crianza diferentes. Pasamos por diversos obstáculos a superar, pero si ambas personas pusieran de su parte, qué sencillo podría ser:
- Reconocer nuestra culpa.
- Dejar a un lado el egoísmo y el egocentrismo.
- No justificar nuestras malas conductas en base a las de los demás.
- Ver la situación en su totalidad, no solo en la parte “que nos interesa” o “que hace bien”.
- No insultar, criticar o despreciar.
En definitiva, reconocer que ambos somos responsables, que debemos poner de nuestra parte, y si necesitamos ayuda externa, pedirla, porque todas las situaciones no se pueden resolver por nosotros mismos ni al momento.
Si no podemos estar, es mejor dejar ir y asumir que a veces no puede ser, y no es un fracaso ni tiempo perdido.