Estimados devotos de la Santísima Virgen de las Viñas,
Presidente y miembros de la Junta Directiva de la Hermandad.
Señor Cura Párroco de esta Parroquia de la Asunción.
Compañeros sacerdotes de las otras parroquias de Tomelloso.
Alcalde y Corporación municipal.
Amigos y paisanos todos.
Confieso que para el pregonero de la romería del presente año es un regalo inapreciable tener una nueva ocasión de volver a Tomelloso; aunque lamentablemente no haya podido ser todavía en tren. Ya va siendo excesiva la espera. Lo que importa, sin embargo, es llegar con actitud y maneras de peregrinación como en el caso de hoy.
Los manchegos en general tenemos vocación de caminantes, trotamundos, correlindes, arrieros, Caballeros de la Orden y también de peregrinos; y cómo no, de pobres de pedir; e igualmente de tantos otros que disimulan que ni vienen ni van. Venir venir, como es debido, hasta estos atrases nuestros del mundo, cuando está para celebrarse la gran fiesta de Pinilla, ha de hacerse a manera de peregrinación, es decir de romería. A festejar a la Virgen. A llevar a brazadas todas las sorpresas del término municipal y aún de más allá. Porque esta tierra es anchísima e inabarcable, y si se viene ha de ser para contemplarla agradecidamente.
Paisanos y amigos, he de confesar, que si hoy vuelvo a Tomelloso lo hago, así es, como Dios quiere y manda: en peregrinación y en acción de gracias. Permitidme por eso, recordar un poema escrito a finales de los años ochenta del siglo pasado, que era en el fondo, un hasta luego – ¿quizás hasta hoy? – con ganas inaguantables de volver a Tomelloso. Dice así:
Un día volveremos
allá donde las tardes son igual que un espejo,
y es resplandor de pronto el corazón temblando.
Volveremos y el día se tornará caudal
como la luz precisa que adelanta el prodigio
de las anunciaciones y su propio milagro:
el carro de las mieses, las serillas de uvas,
los portones abiertos al otoño y al campo
o Dios entrando en casa para cenar contigo.
El aire nos pondrá entre los labios la nostalgia ardorosa
de un buen vino manchego más subido de grados,
mientras, aquí tan solos, en las prisas finales
de la conducta, lejos de la vendimia, lejos
de la anchura infinita que en nuestro pueblo tiene
la paz, el sol y el largo
cordel de los surcos desatados,
estamos añorando un poquito de amor que nos cobije.
Ahora ya nadie nos saluda diciendo:
buenos días, hermano, o usted quede con Dios.
Ni habla con el trato patriarcal del idioma
de quintería, puro como el candeal sonoro
de la tarde cayéndose; ·hondo como la luz paisana
de rebinar, macizos vocablos transparentes,
anchos como tinajas que danzan en cinta,
nos quedamos alzando el pensamiento, puestas
las dos manos encima de los ojos del alma
frente al sol, para ver aún mejor la memoria
de aquellas calles largas que nunca terminábamos
de recorrer, los rojos ocasos tan marítimos
de noviembre o el quicio de la noche entreabierta.
Volveremos no a enterrar a los muertos ni a decir oraciones
sobre el sagrado luto de las tumbas amigas,
sino a cantar en corro padrenuestros azules
o cerciorar que alguien nos quiere todavía
y no pudimos nunca lograr agradecérselo.
Volveremos lo mismo que van los peregrinos
por el borde del día celebrando la tarde
o persignando el rito de las celebraciones:
vaya con Dios, hermano, buenas tardes, buen hombre.
Después de esta humilde y sencilla declaración de amor, doy ya comienzo, con inmensa alegría a lo que bien quisiera fuera un digno Pregón para Santa Maria. Antes confieso que en estos momentos me siento como si careciese de las palabras suficientes para cantar el hecho jubiloso que enorgullece y bendice a Tomelloso: tener como Patrona a la Virgen Santísima de las Viñas y poder festejarla con todo el corazón.
¡Enhorabuena, Tomelloso!
¡Enhorabuena por tener vocación de fiesta!
¡Creer es una fiesta!
La Madre de Jesús se dió a conocer en una fiesta. ¡Y una fiesta de bodas! Cuánto simbolismo encierra la celebración de unas bodas. Ser cristiano significa precisamente estar invitado a las bodas de Dios con el mundo. ¡Dios y el mundo caminan abrazados, mirándose a los ojos uno al otro por los caminos del universo! En toda fiesta de amor encontramos a María, la madre de Jesús, trajinando y atareada cerca de las tinajas del agua y de la sed que anhelan impacientes convertirse en el vino nuevo que el corazón mendiga.
¡No podía el pueblo de Tomelloso encontrar mejor advocación para su Patrona que el bendito nombre de Santa María de las Viñas! Los cristianos de Tomelloso deberíais, en el momento de la consagración de la misa todos los domingos y fiesta de guardar, quedaros en suspenso. O mejor aún, electrocutados por el asombro. Y también poner el alma de rodilllas cuando el ofertorio, al rezar: “Bendito seas, Señor, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre. El será para nosotros bebida de salvación”. Aquí en Tomelloso celebrar la Santa Misa es como alzar en nuestras manos labrantías todas la viñas de estos campos “el sol y la anchura” que cantaba Eladio y ofrecérselas a la Virgen a ver si cambia el mundo.
Vaya si hizo bien nuestro pueblo, en aquellos venerables atrases del tiempo, cuando se encontraba, así lo sentía, lleno de orfandad, en buscarse una madre, porque es muy triste un mundo sin madres. Si ellas no existieran, el universo sería horrorosamente glacial, o se quedaría temblequeteando por carencia de amor. Las calles de Tomelloso entonces, comenzaban a ensancharse directas al campo, y el sol, tan libre, se colaba hasta corrales y patios buscando los jaraíces. En llegando todos los años puntualmente la primavera, el pueblo se sentía necesitado de una madre premurosa que velase la fecundidad de sus tierras y el cantar agrícola de las cuadrillas de los vendimiadores. Y buscador como era, como lo es todavía, se echó confiado, porque madre no hay más que una, a recitar letanías y a soñar caminos. Y, como el que busca halla, se encontró – ¡Aleluya, Aleluya! con la Virgen que quería ser conocida con el nombre de María de las Viñas.
El corazón de todo Tomelloso se puso repentinamente a cantar:
Dios te salve, María, porque amas
como tiene que hacerse, con el claro
persignarse del sol cuando madruga
a mostrarnos a Dios y renacernos.
Se trata sin lugar de dudas de renacer, de regresar a la raíz de lo proprio, injertarse sarmentalmente en este sitio de Dios, que es como un lugar trasterrado, siempre resistiéndose a vivir disimulado entre los pliegues inverosímiles de tanta besana extendida como si se hubiese soltado aire; el aire que nos ciega como un espejismo y parece que por acá las casillas y los bombos estuviesen encajados en su sitio.
Son fechas estas para verificar la profunda realidad arcana de Tomelloso asomándose cautelosamente a sus lumbreras autóctonas. Guarecido como está por él mismo, alérgico a toda contaminación foránea, a este lugar hay que venir a sabiendas de a qué se viene. Puede hacerse, por diversidad de motivos: por negocios, para conocer el territorio neorrealista, mágico, primitivamente auroral de sus pintores y escritores famosos, o porque residen aquí amigos inolvidables; y sobretodo en días como estos, para disfrutar de la romería, vestirse con una blusa campesina, agenciarse un pañuelo de hiervas, y alabar y bendecir alborozadamente al Dios creador porque la alegría es el distintivo de sus hijos más fieles.
Merece totalmente la pena venir a Tomelloso por esta razón. La celebración de la romería es un gran día festivo de Tomelloso. En este día el pueblo se manifiesta en toda su identidad más profunda. El tiempo presente – como escribió un gran poeta – se hace tiempo pasado y éste, tiempo futuro. Lo muestran clarísimamente todos los vecinos: las quinceañeras en la sazón de su belleza. Los chiquitines que están ya creciendo mucho, y en este día de tanto alborozo se dedican a hacer sus travesuras entre las casetas y los puestos de chucherías. Los mozos, fuertes y altos como un hastial, que presumen de sus mulas enjaezadas y sus ancestros campesinos. Y la Virgen en su altar de la ermita sonriéndose mucho gracias a la abundancia desmedida de tanto contentamiento: el baile popular, la jota rabiosa, la picardía de las seguidillas manchegas y los vasejos de vino con sifón que, felices y dadivosos, reparten por doquier los miembros de la Hermandad a vecinos y forasteros. Luego a la caída de la tarde, cuando la procesión enfila la Calle Socuéllamos, camino de la Parroquia de la Plaza, los jubilados recuerdan que justamente volviendo de la romería pretendieron a la parienta. Todo el pueblo advierte en esa hora mágica cómo la fiesta es en sí misma imprescindible para poder continuar viviendo como es debido. Así es. A fin de cuentas, toda fiesta pertenece a la entraña de la buena noticia cristiana. El sentido verdadero de la vida cristiana se da a conocer cuando el corazón se desborda de fiesta. Y no se podría dar ni un paso más hacia la relación y la convivencia si se nos impidiera el arrebato feliz, la charanga y el bulle bulle saludable que se nos regala cuando sabemos compartir unos con otros las muestras evidentes de lo mucho que Dios y su Madre nos quieren a todos tanto.
Querido Presidente de la Hermandad.
Querida Junta Directiva.
Alcalde y Corporación Municipal.
Señor cura dela Asunción.
Señores curas de cada una de las Parroquias de Tomelloso.
Viñeros. Vinateros.
Gente de bien todo este pueblo de Santa María de las Viñas,
me es muy grato pregonaros que cunda la fiesta. Y recordar que toda fiesta tiene mucho de conjuración. Cuantos se sienten llamados a alistarse en la lucha por la mejoría del mundo, primero se reúnen en complot y después sacan de sus viejos baúles las colchas de buen ver para ponerlas en el balcón con la esperanza de que la triste realidad cambie. Y al cabo se canta: “¡alegría” “alegría”!
Ah, y no debe olvidarse que con la alegría de la fiesta hay que hacer lo que el viñero con su viña: descantarla, quitarle la mala yerba que ha ido creciendo alrededor, podarla y, como dijera el otro, mimarla como a una moza. ¡Claro que es hermoso el cuidado de la viña! El reino de los cielos – nos dejó dicho el Señor – se parece al propietario de una viña que salió a buscar trabajadores al amanecer, a media mañana, al mediodía, a la primera hora de la tarde y a solespones.
Estamos llamados a trabajar en la viña del mundo para que produzca el vino que alegra el corazón: el vino de las actitudes buenas, la cordialidad, la ternura, el buen humor, la paz. O sea: el vino aquel que consiguió Ntra. Sra. que no faltara en la fiesta de las bodas de Caná de Galilea. Por cierto, que más de una vez, mis queridos amigos de Tomelloso, habréis pensado que todo racimo de uvas lleva dentro de si – ¡seguro que lleva! – unas ganas misteriosas de que le llegue un inimaginable y portentoso futuro: poder estar un día, tembloroso de amor, dentro de la vinajera de la misa.
Pasado mañana, domingo, nos espera en su Casa de Pinilla la Virgen con los brazos abiertos. Hay que ir como se debe ir. No sin más, o porque sí. Menos todavía, con las manos vacías, el corazón vacío y los carros y remolques del alma vacíos. Al contrario, llevemos a María todo el contenido de nuestro ser enamorado repleto de luz. A un encuentro con la Madre del Señor hay que ir como regresaban antaño los carros de la vendimia derechos a sus jaraíces, al desasosiego danzante del mosto, y al desconcierto y el júbilo de las “lías”. ¡Hemos de llevar tantas cosas a María!
- En primer lugar, las ilusiones, los sueños, la esperanza.
- Los desencantos también, las pruebas, los dolores…, porque en el santo rosario rezamos cuando corresponde los misterios dolorosos.
- La dulce y refrescante pureza primera de los niños.
- La capacidad de riesgo y valentía de los jóvenes.
- Las huchas de barro en las que ahorran los novios los besos del mañana para cuando se casen por fin en el Señor.
Ah, por ningún motivo nos olvidemos de llevar la acción de gracias por las madres. Ellas nunca se desprenden del tarro de mirra para curar heridas. ¡Las heridas inmisericordes de las victimas del mundo! ¡La guerra en Ucrania! ¡La guerra en Israel y Palestina!
¡Oh Virgen de las Viñas cómo no vamos a dar gracias por las santas mujeres de la Pascua! Fueron, siguen siendo, tan madrugadoras que les cayó en suerte llevar la noticia a los hombres de que, por fin, el mundo, este terrible mundo destartalado y plomizo, está en trance de salvación. ¡Cómo, Virgen bendita, no vamos a exaltarte por las extraordinarias y bellas mujeres del pueblo! Poseen la virtud de disipar rencores, de atizar en la lumbre de nuestras cocinillas las maneras amorosas necesarias.
Oh Virgen de las Viñas, que el próximo domingo en la misa de Pinilla descubramos de nuevo que todo aquel que te reza una Salve no puede ya olvidarse de que la viña de su alma no tiene que producir agrazones ni uvas corrompidas por el rencor, la mala idea y la envidia. Hemos de retornar a casa con la cara transformada. La Virgen cuando nos mira nos cambia de pelaje.
Naturalmente porque es como cualquiera de nuestras madres. Solo que nos miren un momento se aperciben, listas que son, si llegamos hechos una birria; o si cojeamos de las dos piernas, o si alguien nos ha cariacontecido. A la Virgen y a las madres no se las escapa ningún traspié nuestro, y nos lo dicen enseguida: “ven aquí, hijo mío. Pareces un “Ecce homo” ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde has estado metido? Anda. Deja que te meta en la artesilla y te dé un buen lavado con estropajo y jabón de olor; que das pena, so tonto, mandilonazo”.
El domingo al regresar de Pinilla hasta la plaza nos han de notar cambiados. Mirar a la Virgen transforma un montón. Y más en Romería.
Ya vale, paisanos y amigos. Ya está bien el seguir enhebrando palabras de anunciación y de gloria, pregoneras palabras animando a celebrar la romería. Es hora ya de daros las gracias por vuestra cálida escucha y vuestra emocionante atención. Y por vuestra presencia en este templo parroquial de la Asunción, que durante varios años – ¡inolvidables tiempos felices aquellos! – el Señor me concedió la gracia de vivir mi ministerio sacerdotal tan fecundamente. Os debo todo cuanto me ha ido sucediendo después. La Providencia es impredecible.
Concluyo, y lo voy a hacer con un poema que a manera de oración fui a llevarle a la Virgen a su casa de Pinilla cuando estaba ya haciendo el petate para marchar de peregrino a otros sitios de Dios. Se lo ofrezco también hoy al término de este pregón.
Te trajese, Señora,
el regocijo de las espigadoras,
el campo que frutece como un lienzo de vencejos agraces,
y la Mancha extendida tal un manto de impintables luceros
aquí donde el paisaje empieza nunca a dar fin al principio.
Te trajese la aurora que sus alas levanta,
Señora que nos miras como mira una madre atareada,
lleno su mandil de geranios,
de pájaros, de migas frutecidas
y el pan va entre sus manos creciendo su cochura y su gozo.
Todo el sol te trajera para tus ojos limpios,
tus misericordiosos ademanes celestes,
ese sol que partimos con reverencia tanta
en Tomelloso, Madre, como hogaza de amor.
¡Que no se quede nadie sin su ración de júbilo!
Te trajese las calles de los barrios lejanos
el .cantar de las viñas que trasparece el aire
de las afueras, Madre. Te trajera un ramillo
de palabras maduras para rozar tus labios,
de vasija de cristal sin rasguños.
Las siembras te trajese que bendice el paisaje
acá donde los campos de las manos se esfuman
como un torrente lleno de palomas temblantes,
Señora de la lluvia necesaria y bendita.
Oh si fuesen tus arcángeles aguadores del día
para subir brocales y piletas y pozos
hasta tu halda, fuente donde la sed se acoda.
Asciendan a tu altar presurosas
las suplicantes voces del lugar y la anchura
del horizonte amplísimo de las tierras absortas
que orienta a Tomelloso.
Eres Tú quien conduce la fe a beber
en tus palmas de la lluvia encendida
de la plegaria, Madre.
Te trajese los carros de vendimiar,
el cielo como un río de pámpanas benditas
y el canto vespertino
que tienen ojivales las muchachas del pueblo.
Tú, que destrenzas las aguas que presienten las nubes
y ves en Tomelloso, Madre de Dios, María,
cruzar vendimiadores con sus carros
cargados de mostos eucarísticos,
Concédeme la dicha que te estoy suplicando.
Y llena de esperanza estas pobres alforjas
de humilde peregrino.
Como señal fervorosa y final de devoción a María quiero recordar un poema, que forma parte del libro “Escrito en Tomelloso 1980-1988”, publicado por Ediciones Soubriet en 2012 y enriquecido por un delicadísimo prólogo de Isabel Lozano. A esta sensible periodista de Tomelloso y a mi incansable editor, y sin embargo amigo, Jaime Quevedo Soubriet, dedico este poema último. No en balde debo a Jaime, y a otros muchos amigos, mi vinculación creciente a Tomelloso. Ofrezco a todo este pueblo el poema “A Santa María de las Viñas”
Como un vaso de vino, como un avemaria
de vino y de alborozo que me tiembla en los dedos
del corazón, Señora; igual que una bodega
donde Dios nos fermenta la médula del barro.
Igual que esta llanura que no conoce límites,
cuando el campo se pone redondo de canciones
y se tensa el paisaje y el color del tramonto
o va el sol por las lindes de tu ermita buscándote,
así, Madre, levanto mi plegaria y quisiera
embriagarme en tus ojos de absortas quinterías
y encontrarme y perderme por los surcos del alma,
convertirme en el Hijo consagrado que ofreces
como una eucaristía cuando curva la tarde
de La Mancha ese cántaro frutal de tu cintura.
María de las Viñas, un sarmiento yo fuese
injertado en la cepa que tu tierra alimenta;
sentir como una astilla su pedernal de fuego
y poder convertirme en el mosto y el vaso
de cristal fragilísimo que comulga la gracia.
Bebed todos de él. Acercaos. Mi vida
se te convierta, Madre, en fruto y calentura.
Písame con tus plantas virginales, María
campesina y manchega, para poder alzarme
como un huerto de risas o lo mismo que un cáliz
de amor por repartir y que todos lo beban.
Bebed todos del vino que emborracha el espíritu.
Transportan los carreros por los campos la paz.
Se nos llena el paisaje de claridad dichosa,
María de las Viñas, María de La Mancha,
como si la llanura se mirara en tus ojos.
Tus ojos que sarmientan los majuelos de Dios
mientras cantas y encantas seguidillas traslúcidas
y el tiempo nos fermenta tanta luz deseada.
María, por tus manos nace el sol de continuo.
El sol es en tus manos moscateles racimos,
viña de Dios, Señora, cuando aquí, en Tomelloso,
donde el tiempo es un ancho horizonte ampliado,
rueda la luz, nos moja de ternura y levanta
el corazón de pie para poder querernos.
Míranos con la dulce mirada de las madres.
Estas madres manchegas vendimiadoras tuyas,
terreras del espíritu, compasivas mujeres
que trajinan con pájaros y luceros benditos
mientras, en sus mandiles, entretienen migajas
a ver si el pan nos llueve como un presentimiento.
María de las Viñas, esposa del Espíritu,
un cestillo de loas y de agradecimiento
no fuese suficiente para decir tu nombre
de pámpana encendida cuando tú nos contemplas
con la misericordia que precisa esta hora.
María de las Viñas, que estás en nuestro pueblo
conduciendo las nubes, dirigiendo besanas,
enderezando el surco del dolor y del gozo,
enséñanos el gesto y la forma precisa
de repartir los vasos que la gracia requiere,
Santa María, Madre del Amor infinito.
Muchas gracias a todos cuantos habéis enaltecido con vuestra presencia este acto. Que la Virgen de las Viñas, sonriente su Hijo, bendiga con sus dos manos a todo el pueblo de Tomelloso. Y lo haga también a los felices e incontables romeros del próximo domingo, vengan de donde vengan a Pinilla a rogarle a Nuestra Señora por este mundo encapotado que nos ha correspondido vivir en la actualidad. Amén.
VALENTÍN ARTEAGA