Hasta hace cuatro décadas, el espíritu del carnaval en Tomelloso estaba representado por la llamada “máscara callejera”. Solían ser personas disfrazadas con la cara cubierta, que gastaban bromas a los transeúntes, cambiando el tono de voz para que no se les reconociera. La corrección política estaba totalmente ausente y a veces había excesos en la incorrección, pues las máscaras en algunos casos sacaban los trapos sucios de las “víctimas”, amparándose en el anonimato y la tregua de permisividad de las autoridades. Con la democratización del país, fueron desapareciendo esas bromas pesadas y ese agobiante acoso, convirtiéndose el carnaval en una fiesta divertida y sana, en la que la crítica social estaba enfocada de forma sutil y muy divertida.
Normalmente había dos tipos de máscaras callejeras: los que salían solos disfrazados, y los grupos que, disfrazados iguales, representaban a un colectivo, algún acontecimiento histórico o incluso alguna noticia de actualidad. Todo ello, con espíritu socarrón e irónico de humor blanco. Buena prueba de ello está en la Peña Los Canuthi, que comenzaron con ese formato y que no han abandonado del todo.
Hace varias décadas se oficializó el carnaval con los desfiles, en los que las distintas peñas montaban una coreografía monotemática, con gran exhibición de disfraces, música, color, bailes y carrozas. Ciertamente es un espectáculo muy vistoso, pero también es cierto que los desfiles acabaron un poco con la máscara callejera, y aunque esta se resiste a desaparecer, cada año son menos los tomelloseros que se disfrazan con ese espíritu primigenio del carnaval.
Este año han sido pocos los grupos que se han presentado al concurso y desfile de la máscara callejera. El hecho de crear el concurso en este formato se hizo con el fin de estimular y promocionar nuestro carnaval más auténtico. Sin embargo, cada año vemos cómo se reduce el número de participantes.
Este año hemos visto extraterrestres, cocineros haciendo una gran paella, bomberos, chatarreros, raperos, arqueros y hasta un músico invisible. No habría más de cien personas disfrazadas en algo menos de una decena de grupos. Pero no cabe duda de que es el formato más auténtico de nuestro carnaval, el que puede convivir perfectamente con el espectáculo de los grandes desfiles de las peñas.